Matías se defiende en la primera pregunta. No va a contestar nada sobre la situación de la plaza, dice, como disculpándose. La situación de Bilbao se ha convertido en un lugar común en los corrillos de aficionados, asolada Vista Alegre, la tercera plaza de España, por una tormenta perfecta que ha dejado famélico el bastión: la Junta Administrativa prehistórica arrollada por los tiempos combina con la peor generación de Choperas. Aresti apenas se tiene en pie y Pablo y Manolo tienen de perro guardián a Antonio Barrera, el enviado de Bailleres. "Porque yo... Porque lógicamente no soy el organizador", se excusa el presidente más famoso del mundo. "Creo que esas preguntas las tienen que responder los organizadores. No puedo hacer ninguna declaración, ni me puedo manifestar al respecto". 

En la mañana de la corrida de Garcigrande, Matías responde al teléfono mientras conduce. "Cuidado, voy a pasar por un túnel", avisa. Celebra el 25 aniversario sentado en el palco del cartel del revés. "Es tradición. La verdad es que desde ahí no se puede leer nada". Si se piensa en Bilbao, aparece la imagen de Matías como una gárgola vigilando la liturgia, el reglamento, las burocracias. Parece que le hubieran tallado la cara en granito, por terminar de rematar la dureza de la plaza. "No tengo ningún afán de protagonismo, lo he dicho mil veces. Me gustaría pasar desapercibido". 

Los toros en Bilbao se acaban en el Carlton. La plaza Abando divide la ciudad, desconectando la zona de influencia de Vista Alegre, que cada vez es más reducida. Los taurinos están aislados en una isla, por el río sube el rumor proetarra, y las tertulias tienen aire de catacumba. Los toros rebotan en las mismas esquinas de siempre. ¿Tiene usted también esa sensación? "Le vuelvo a insistir en que no lo sé. Eso no lo sé. En mi cabeza no está encontrar soluciones". 

-¿Pero Bilbao sigue siendo un bastión?

Entiendo que sí, prueba de ello es que viene muchísima gente de fuera, a pesar de que se televisa. Valencianos, madrileños, mexicanos, de Francia... La Feria de Bilbao sigue teniendo interés, a pesar de que haya bajado la asistencia de público. 

-Hombre, pero la afición sí ha cambiado. 

Le puedo hablar respecto a los comportamientos de la afición, no en cuanto al nivel de asistencia, que ahí no me meto, son estrategias y cosas que les corresponden a los organizadores. A ver si con la nueva gestión, aunque sean los mismos, tienen capacidad -la van a tener- de poder corregirlo.

Reconoce, efectivamente, que va menos gente a los toros. "Las aficiones cambian, son modas. No sólo pasa en Bilbao, también en Córdoba, Málaga. Esto están pasando", analiza. "La sociedad evoluciona, los gustos evolucionan, y la crisis ha tenido mucho efecto. Es un conjunto de todo. Antes muchas empresas compraban abonos y ahora ya no, pues se pierde gente, por ejemplo". A Bilbao también se le ha diluido la personalidad. "Los aficionados se han ido perdiendo. Tenemos que verlo porque es clarísimo. Hay que trabajar mucho las bases, la juventud", se arranca, "no sé con qué fórmula, pero tienen que ir a la plaza, alguno se quedará". 

"Soy responsable de la segunda oreja"

Entre los aficionados que escudriñan su labor a través del canal Toros -dial 67 de Movistar- corre el rumor de que ya no es el mismo. "Qué va, no me he ablandado. Sigo manteniendo mis propios criterios. Tengo que ajustarme al reglamento, eso sí, aunque el público pida la oreja y a mí no me gusta darla como aficionado, la doy como presidente. Soy responsable de la segunda oreja. Ahí está mi historial de cuántos toreros han salido a hombros en Bilbao. Si la primera la pide el público... Eso no significa que me haya ablandado". 

Si saca los dos pañuelos, se celebra como un gol. "A ver yo no niego nada a nadie. No lo doy, que es diferente. Para sacar los dos pañuelos tengo que tenerlo muy claro. No lo hago siempre. Lo hago y ya está. Te sale de dentro". ¿Ha recibido alguna orden de la Junta Administrativa para que sea más benevolente? "No. Son muchos años los que llevo con ellos, me conocen, me respetan, no me dicen nada. Estoy arriba para cumplir con mi misión, que es cumplir el reglamento. Los empresarios van por un lado y yo por otro". 

Cuando llegó al palco, dice, no le gustaba lo que veía en el ruedo. "He ido a los toros desde los cinco años. Se daban puertas grandes a faenas, no voy a decir mediocres, ni rotundas ni macizas". Defiende su criterio como la brújula de Vista Alegre. "Fui novillero en mi época. Estaba integrado en los clubs taurinos. A través de ellos empecé siendo suplente del presidente y cuando salió mi antecesor, me propusieron. Era una persona conocida en Bilbao y consideraron que podría tomar las riendas. Me costó ganarme el respeto mucho. Entendía que Bilbao debía ser otra cosa. Me propuse conseguirlo en cuatro años. Si no, me iba", dice desde la atalaya del cuarto de siglo. "Bilbao tiene el prestigio que se merece" repite la frase que le cuelga como una medalla.

"No soy un torero frustrado"

Matías, aunque no lo parezca, sufre. "Nunca se disfruta en el palco. A veces con alguna faena. En esos momentos me gustaría estar de espectador para aplaudir y soltar algún ole que otro". Tampoco tiene el resquemor del torero frustrado. "Por suerte, no soy una persona frustrada. Compaginaba mis entrenamientos con los estudios de ingeniería, y eso me ha permitido vivir y tener una familia. No sufro, todo lo contrario: me ha servido mucho para la vida esa experiencia".

Hace cinco años dejó al Juli sin Puerta Grande. La espada estaba arriba. Un mes después, durante la Feria de Otoño de Madrid, estaba en el mercado San Antón. Arrastraba una maleta. La familia lo esperaba fuera. "¿Por qué no le diste la segunda, si estuvo tremendo?", le preguntamos. Su justificación fue mucho menos diplomática. "Ya he dicho que no quito nada a nadie. Me han dicho de todo. Intento olvidarlo".

Hace un año, los pañuelos estaban engrasados cuando Roca Rey solucionó la tarde y la feria con un victoriano. "No me planteo nada. Subo al palco a ver qué sale por los chiqueros. Lógicamente, como aficionado, tenía muchísimas ganas de verle. No me presiona. En absoluto. Si está bien, le concedo los trofeos, y si no está bien, o no se han cumplido las condiciones, actúo en consecuencia".

Los Chopera se han hecho con la plaza, en realidad los mexicanos, por 15 años con posibilidad de prorrogar cinco más la concesión. ¿Aguantará dos décadas Vista Alegre? "Lo veo con optimismo. Vamos, la plaza va a tener vida durante todo el año. Eso beneficia, lógicamente, hay gente que no la ha visitado nunca. Si va a un concierto, dirá 'anda, mira cómo es esto'", reproduce de carrerilla un argumento flácido. "A nivel económico es necesario que se den otros espectáculos. La explotación de un recinto así en el centro de Bilbao no puede reducirse sólo a nueve tardes al año". 

¿Sucederá como en Madrid, que el alcohol facilitará los triunfos? "Eso se ve ya. Hay días en los que la gente está blanda. Vienen de comer, sus copitas, sus historias. Está más fácil el público. No yo".