En la cafetería del Wellington no existe la moqueta que forra el hotel por la que los toreros hipotecan su juventud. Pisar blando, la lava del estatus. En la terraza vacía un limpiabotas espera clientes. A Cristina Sánchez se le ve desde la puerta. La melena garçon rubia fija en un rincón de la barra, sumergida en el iPad. Los toreros tienen querencia por el clasicismo, por el sintagma rancio las-cosas-bien-hechas. La funda es del mismo color que su chaqueta. Mira a los ojos, habla con franqueza, modula la voz bajándola cuando el bullicio de la cafetería cede a la constancia de la conversación y parece que el resto escucha. Vive en una madurez juvenil.

“Adiós, maestro”, despide a Jaime Ostos, camuflado detrás, cuando se levanta. El viejo matador cuenta las monedas una a una. Aparece Daniel Ruiz, que bromea con ella, “has visto qué delgado me he quedado”. Su charla descubre algún titular perfecto para cualquier portal taurino. No hay un segundo de ternura, ni un milímetro de compasión en el intercambio: Cristina Sánchez ha sido la única mujer contemporánea que se ha codeado con las figuras del toreo, una de las dos que ha confirmado en Madrid en toda la historia, una de las 18 que ha tomado la alternativa de las 2000 que lo han intentado, el bicho raro en un mundo concebido para que el protagonismo lo tengan sólo los hombres.

La entrega y el esfuerzo, esos sustantivos manoseados, son para ella las cicatrices de una niñez descongelando convenciones, un poco más a la intemperie que el resto. Todavía escucha los dedos que la señalaban. “La chica, la torerita, la torera”. El bloque autoimpuesto. Del runrún de los 90 a la alternativa. La trenza rubia, aquel verde manzana, el berenjena de la última reaparición. Delante de un toro el feminismo es tan real como la respiración de la bestia, los pitones, las cornadas, la sangre que mancha y burbujea. Los despachos son un microcosmos de lo que ocurre fuera; la mujer tiene siempre algo que demostrar. Al salir al ruedo, eso, se intuye, desaparece, quedando un espacio de acción acotado sin discursos ni teorías, violento, sin diferencias. No hay un toro para mujeres. Ahí Cristina Sánchez ha sido la última reina.

¿Matador o matadora o torero o torera?

Prefiero matador o torero. Torero es una palabra tan grande… Significa mucho. Cuando empezaba me llamaban de modo despectivo la torera, era la torerita. Me daba rabia que me lo dijeran. Al final mi cuadrilla me llamó siempre maestra.

¿Cómo quiere ser torero?

En mi casa estaban muy lejos de pensar que podría pasar. Somos cuatro hermanas. A mi padre le gustaban mucho los toros. Es de Toledo y mi madre de Segovia, conocían los toros, los encierros, había ambiente taurino. Mi padre quiso ser torero, anduvo por las capeas. Fundó una escuela taurina en Parla para tener un sitio donde entrenar. Me gustaba ir a los toros con mi padre, lo empecé a acompañar cuando toreaba. Era banderillero de algunos de los chavales con los que entrenaba.

¿Lo acompañaba a la escuela?

Estaba estudiando. A veces. A mí me gusta mucho el deporte. Cuando iban a correr y hacían las ruedas de ejercicios, bajaba. Me gustaba mucho verlos torear de salón. Me quedaba mirándolos. Así conocía la puesta en escena y lo que había detrás. Había chavales de mi misma edad, te identificas mucho con ellos, pero en ningún momento mi padre pensó que querría dedicarme a ello profesionalmente. Era lógico que tuviera esa afición pero no se lo planteó en ningún momento. Empecé a coger una muleta, un capote… Todos te dicen “tú no puedes, no has nacido para esto, eres una mujer”. Soy una mujer perseverante. Al ser introvertida, me costaba relacionarme y el toro me daba la posibilidad de hacer lo que quería sin pedir permiso a nadie. Empecé a bajar a entrenar. Toreaba a escondidas, detrás del callejón, para que no me viera mi padre y me castigara. Así empezó todo.

¿Cómo le sienta a tu padre y a tu familia la decisión de tomártelo en serio?

Imagínate. Había ido con mi padre al campo, con la escuela, me había puesto delante de alguna becerra. Mi padre flipaba, decía que cómo sin enseñarme ni nada tenía esa facilidad, incluso en los movimientos. Como toreaba a escondidas, claro, no tenía ni idea. Era muy deportista, no como el resto de niñas, que tenían menos fuerza. Es verdad que la mujer tiene otra condición física y yo no lo notaba. La primera vez que me puse delante de una becerra no te lo puedo describir. No se puede expresar. Me di cuenta de que quería ser torero. Se lo conté a mi padre. “Hija yo esto no lo veo, entiendo tu afición porque en su día también la tuve pero no puede ser. Se quedó ahí la cosa. Y un día senté a mi padre y a mi madre en el salón de casa y lo dije. Me acuerdo como si fuera ayer. Si me ayudáis, bien. Si no, fenomenal. Mi padre, que entendía mi afición, me dijo que si era difícil para un hombre era casi imposible para una mujer. Mi madre se enfadó muchísimo, dejó de hablarnos. Todo el mundo se puso en contra de él. Dos locos en la familia. “Ella con la edad que tiene normal, pero tú, consentir esto”, le decían. Lo típico: tu madre quiere que te formes, que estudies una carrera, que tengas una vida normal. Yo era diferente a eso, nunca me ha gustado seguir las normas. Sí seguir el esfuerzo, la entrega. Mi padre fue claro. Muy duro. He llorado entrenando. Lo agradezco ahora. En algunas conferencias lo cuento: yo no he tenido amigas hasta que me he casado.

 

Salir de la órbita de la familia y entrar en los primeros carteles de novillero sin caballos supongo que fue diferente.

Tampoco era raro ver a una niña. Cuando le digo a mi padre que quiero ser me dijo que la mejor escuela era la de Madrid. Él seguía entrenando conmigo pero prefería que fuese allí. Entrenaba en los dos sitios diariamente. Había muchas mujeres en la escuela. No llegas ahí… No fue un paso… “Mira, otra chica”. Desde el minuto uno entré en la escuela sabiendo torear aunque me quedaba todo por aprender. Imagínate. Empiezo a entrar en el primer grupo. Nos llevaban a tentaderos. Había 30 o 40 chavales y entre ellos siete niñas. Vieron la seriedad con la que me lo tomaba. Estuve tres años en la escuela taurina de Madrid y fui los 365 días. El día que había gimnasia y nadie iba, iba. La escuela empezaba a las cinco y llegaba a las cuatro, quedaba con alguien y ya llevábamos una hora de adelanto respecto a los otros. Luego me iba a las siete y media y entrenaba hasta las once. Mi padre me decía que los toros estaban en el campo comiendo todos los días, subiendo y bajando, que no había tiempo que perder. Empecé a torear. Ves que estás entre los mejores de la escuela. Que llaman de los pueblos para que me pusieran a mí. “Que venga la chica”, yo era la chica. La niña.

 

Te ayudaba ser mujer.

Tuve la suerte de tener cualidades y ser una cosa extraña en un mundo de hombres. Me querían ver. Llegué a torear sesenta y pico novilladas sin caballos ese año. Mi padre también organizaba algunas por fuera. Había que estar siempre… La escuela tenía mis fechas, mi padre las suyas y nos organizábamos. Durante tres años fue… La rivalidad se sufre. Me llevaba fenomenal con los compañeros porque me respetaban mucho. Nunca salí con ellos al cine, ni hicimos nada. Era muy seca, demasiado, la gente decía que era muy antipática. Siempre he tenido una barrera alrededor. Era uno más de ellos. Había rivalidad porque había que estar ahí. Los primeros tiempos fueron muy buenos.

¿Notas la diferencia al salir de ahí?

Los compañeros son otros, las caras son otras [se pasa la mano por los ojos], las reacciones, la importancia de lo que pasa es otra. Ya no es qué bien me lo estoy pasando. Llegabas a las ferias y empezaba a ser complicado entrar en ciertos carteles. La perspectiva que te da la distancia del tiempo es muy buena. Esta entrevista me la haces en aquella época y te digo otra cosa. Hablo de otra manera. Pero es que es muy difícil para todos. El que está ahí arriba no quiere meter a gente nueva porque pierde protagonismo. “Es que ella tiene más facilidad que yo”, pero si es igual para todos, si a mí me sale el mismo toro.

¿Se portaba el público o la crítica distinto que con el resto de compañeros?

Sí, eso se nota. Para bien o para mal. Cuando empezaba a torear subía rápidamente para arriba. Y luego si estaba mal había improperios muy fuertes que a lo mejor no se lo decían a un tío. Los extremos había que entenderlos porque estaba rompiendo algunas barreras.

En algún momento le consideraron abanderada de la causa feminista por haber irrumpido con esa fuerza en un mundo de hombres.

Me llamaban, me pedían colaboración. Ocurre que no me gustan los radicalismos. No entré en esa guerra. Si entré en un mundo de hombres era para ser uno más, sin favoritismos. Creo en la persona, no en el sexo. De mi historia sólo vale el ejemplo: es posible. A otra mujer no le va a servir ni mi éxito ni mi fracaso. Es una cosa personal, por eso no quise entrar en ningún colectivo. Es verdad que recibí ofertas. Mucha gente me propuso ser estandarte. Era mi vida, mi motivación, mi ilusión. No me veía ni admirada ni un ser extraño. Cuando sales un poco de todo eso sí sientes que has representado parte importante de la historia del toreo e incluso de España.

Fue una época en la que coincidiste con toreros muy carismáticos como Jesulín de Ubrique que era un acontecimiento de masas para mujeres.

Me ponía negra que le tiraran las bragas. ¿Pero dónde vamos?, decía entonces. Estas mujeres tirando las bragas… Tremendo. Estaba luchando por darle una seriedad, una dignidad, para que no me tomaran a cachondeo, y ver a las mujeres después tirando bragas… Uff. ¡A mí no me han tirado un calzoncillo en la vida! Me ponía negra. Jesulín de Ubrique fue un fenómeno. Ojalá hubiera 20 como él ahora. Que luego su vida fuera de los ruedos fue otra cosa, pero movió masas, llenaba las plazas, y ha sido muy buen torero. En la vida se tiene que hacer todo con naturalidad.

¿Es machista el mundo del toro?

No acusaría al mundo del toro. Acusaría a la sociedad. No lo digo como señalando. Lo digo como constatando un hecho que poco a poco va cambiando. Creo que la mujer hoy en día con los conocimientos que tiene y las posibilidades que antes no existían tiene muchas oportunidades. La que quiera que lo coja. Alguna mujer dirá que con las mismas condiciones en una empresa asciende el hombre o cobra menos que el hombre teniendo el mismo puesto. Pues sí. Lo podemos ver en muchos sectores. El mundo del toro es reflejo de la sociedad.

Cristina Sánchez Efe

Pero la mujer en el toro parece estar instrumentalizada. Acompaña al torero, sufre al torero, la novia del torero. Siempre es un acompañante del torero, del apoderado, del ganadero. Su presencia profesional es anecdótica.

Ya hay muchas mujeres, por ejemplo, periodistas, con las ideas muy claras, grandes aficionadas, con conocimientos de toros. Debería haber más. Pero, claro, esto no es de un día para otro. Veo que poco a poco se va haciendo camino.

¿No tiene la sensación de que siempre se ve a la mujer en los tendidos como adorno?

Sí. En el mundo del toro la mujer está en la barrera, súper guapa. Se escuchan comentarios que a veces digo “válgame Dios”. Lo que me sorprende es que todavía el valor se le atribuya al hombre, que sea un atributo del hombre y no de la mujer. La fuerza, el valor. Tenemos que intentar cambiar eso. En la sociedad se la atribuye todo lo que identifica a un torero al hombre. A la mujer en determinados momentos le gusta estar en la barrera pendiente del torero, si eso es bueno también. ¿Por qué no se puede ir a un tendido y sentirte la más guapa del mundo?

Tendemos a pensar mal cuando vemos a una mujer cerca, por ejemplo, de un torero. Que tiene una intención extraña.

Sí, sí. Es un poco lo que me pasaba a mí. Estás ahí y ya… Y si eres mona ni te cuento. Hay que seguir avanzando. El mundo del toro es un reflejo de la sociedad donde ha predominado el hombre siempre. Si era difícil para el hombre, imagina las mujeres las dificultades que teníamos y tenemos. Cuando empiezas era el juguete de todos. Luego hay que batirse el cobre. Quería romper moldes. No escribir una página sólo. Estuve cuatro años de matador de toros. Toreé 32 corridas en el mes de agosto. Lo mío no era ir por ir... Era estar a la altura. No era sólo estar en una hoja en un libro lleno de fechas. Quería construir mi historia, aunque me retirase cuatro años después de la alternativa.

¿Le respetaron el caché como torero?

Ningún problema he tenido en eso. Mi caché era el que era. Quería estar a gusto con lo que consideraba que merecía ganar. No me fijé en lo que ganaba el resto. No me pusieron ninguna pega. Empecé a ganar dinero pronto. De novillera sin caballos me pagaban ya algo. Mi casa era humilde, no había para caprichos. No quise hipotecar a mis padres con mi carrera. Todo lo que tuve de jovencita lo compré con mi dinero. Me saqué el carné de conducir, compré un coche de segunda mano… Empecé así. Estaba la cosa como para pedir.

Fuiste madre después de la retirada. ¿Es posible la conciliación siendo matador de toros?

Es imposible. Siempre quise estar en el toro hasta tener hijos. Para empezar, estás nueve meses fuera. Viene la recuperación. Luego tienes que estar pendiente del niño en casa, que tienes la ayuda de tu marido, pero al final la madre es la madre. Cuando te bajas es muy difícil volverse a subir, hablo de las circunstancias, no por mí misma. Te quitan el sitio y a ver quién lo recupera. Cuando reaparecí e iba a los tentaderos y entrenaba me sentía mala madre por dejarlos tanto tiempo solos. Estaba concentrada.

¿La mujer pierde feminidad delante del toro?

Estás siempre entrenando, toreando. Es una actividad muy física. Siempre quieres estar delgada porque luego el vestido de luces aumenta. A las mujeres nos salen unas caderas… Creo que nunca la he perdido toreando. Cuando iba a algún sitio la gente se sorprendía. “Anda, si pareces una mujer”. Vaya halago malo, ¿no? No tuve vestuario de mujer casi nunca, eso sí. Al recoger algún premio, en alguna peña o acto taurino, jamás se me ocurrió acudir con minifalda o vestido. Nada que pudiera dar pie a hablar de otra cosa. Formaba parte de mi ser taurino. Una amiga mía, Silvia Camacho, me decía que me transformaba. Vivían dos personas en mí. La mujer y la torero. Eso era divertido. Tuve que encontrar el torero que llevaba dentro cuando reaparecí después de años siendo mujer.

En los Globos de Oro, la industria de Hollywood protestó contra los abusos sexuales vistiendo de negro. Algunas mujeres firmaron un comunicado desde Francia acusando al movimiento #MeToo de puritanismo. ¿Con cuál se siente más identificada?

No quiero significarme mucho con nada. Primero, no puedo entender cuando a alguna mujer o un hombre le sucede algo y no habla, no denuncia. A los hombres que pegan a las mujeres los colgaba de los huevos: no hablo de eso. Lo que no puedo entender es que una mujer permita ciertos comportamientos y al cabo de diez años lo denuncie. Me parece extraño que haya salido tanta gente ahora. ¿Qué ha pasado? ¿Antes era todos muy buenos? Cuando se han beneficiado de esa situación, perfecto, se han callado. Ahora lo denuncian. Un poco hipócrita.

¿Ha vivido alguna situación de ese tipo a lo largo de su carrera?

Qué va. A mí me han respetado siempre porque me he hecho respetar. Vamos a ver una cosa. Si a mí alguien me lo plantea, con decir que no tengo bastante. A no ser que llegue un tío con una pistola, te viola, oye, claro, eso es diferente. Pero si no es así, ¿por qué accedes en su momento? Debemos tener mayor credibilidad y seguridad en nosotras mismas para decir que no. No he tenido ninguna insinuación sobre todo porque aquí el que juzga es el toro. El toro no tiene prejuicios, no sabía si eras un tío o una tía… El toro pone en su sitio a cada uno, si estás bien, estás bien. Aunque he pasado por muchos avatares, ninguno de esos.

¿Alguna vez ha pensado en que si hubiera sido un hombre todo habría sido diferente?

Jamás. Ha habido momentos difíciles, muy duros, pero los he pasado orgullosa de ser mujer y conseguir lo que he conseguido siéndolo.

¿Por qué se retiró?

La desilusión… Cuando tomé la alternativa toreé muchísimo. Empecé a pinchar los toros. Estás en medio de todo, me descentré. Además, están deseando quitarte. Hubo problemas con el tema de la gestión. Esos problemas existieron antes, claro, pero se solucionaba en el ruedo, matando los toros. Cuando veo que no me ponen en Madrid, que la primera feria era Castellón y no había ido… Me empecé a decepcionar. Empiezas a fallar en momentos importantes con la espada. Andaba desencantada. Un poco cansada. Me vi en una situación difícil: después de cuatro años de matador de toros empezaba la temporada en una portátil y me dije “¿qué hago aquí?”. Sentí mucho vértigo cuando me retiré porque desde pequeña he estado ligada al toro. No tenía amigas, mi vida era eso. Retirarse era tirarse por un abismo. ¿Voy a ser capaz de ingresar en esta vida civil? Hay un tiempo en el que te sientes súper vacía. Y tampoco lo puedes dejar. Una vaca en tal sitio, “pues vamos”. No sabes qué hacer, yo ya había invertido en alguna cosa, mi pareja, Alejandro, que es hoy mi marido, tenía su empresa. Hablábamos de cosas en común.

Logró reciclarse en los medios de comunicación.

Siempre me ha gustado estar ahí. Con cuidado, claro. Durante mi trayectoria profesional había recibido muchas ofertas para hablar de unas cosas y de otras. Proposiciones para contar algún secreto. Nunca quise entrar en eso. Me ofrecían mucho dinero por hablar de los compañeros. Pero desde otra perspectiva sí. Al día siguiente de anunciar la despedida me llamó Nieves Herrero para colaborar con ella en la radio. Podía hablar de toros y eso me pareció bien. Le dije que sí, para probar, y hasta hoy. Estuve cuatro años, salió ella con todo su equipo con el cambio de Gobierno, y luego contaron conmigo para colaborar en retransmisiones como comentarista.

¿Se siente cómoda en esa posición?

Al principio regular.

Los aficionados interactúan mucho con usted en Twitter. Le han criticado a veces duramente. ¿Piensa en eso cuando se sienta en el puesto de comentarista?

Vivo de espaldas a todo eso. Finalmente, decidí quitarme Twitter. Desde hace un año no tengo. Mi marido era el que me lo llevaba. A veces me preguntaba “¿pero qué has dicho? Está todo esto lleno de comentarios”. Contentar a todo el mundo es imposible. Intento ser respetuosa. No adelantarme a la jugada, ni mucho menos decir lo que tienen que hacer. No puedes estar pendiente de contentar a los protagonistas ni a los que te escuchan. Llevo 14 años. Alguna cosa habré hecho bien. Empecé ahí, luego he presentado programas, he participado en un reality, que consideraba más o menos blanco, con mi marido, que le da pavor todo eso, no había plató… Era sólo lo que pasaba, nadie comentaba después, aunque estaba súper manipulado. Participo en conferencias trasladando los valores de mi profesión a otros sectores. Creo que eso es importante y es obligación de todos. Me ha dado mucho ayudar a la gente a salir de su zona de confort, a perseguir sus sueños. Cuentas tu historia y le cambia a la gente la percepción que tienen de ti. Estuve una hora en un instituto y los chavales quedaron encantados. Algunos ejecutivos han cambiado su forma de ver la tauromaquia con estas charlas. “Pensábamos que eras diferente”, me decían.

¿Cuáles fueron sus referentes?

Mi referentes fueron Julio Robles y Curro Vázquez. Cuando era pequeña veía muchos toros. Había unas mujeres que se llamaban Las Brujas, iban con mini shorts de colores… y toreaban becerras. Me molaba verlas pero me ponía negra. Había otra chica de Ciempozuelos contemporánea mía. A todas las mujeres hay que darle las gracias porque han abierto paso. Pero me quedo con dos. A pie Juanita Cruz, que ha toreado con todas las figuras estando a su altura y se tuvo que ir a América porque Franco prohibió a las mujeres torear, y como rejoneadora Conchita Cintrón.

¿Qué le diría a las niñas que están empezando a torear?

Que lo tomen como una profesión de máxima dedicación. Entrega absoluta. No se puede estar jugando, no se puede estar por ahí. No se puede tener una vida normal. Hay que estar concentrada en el toro.

Natural de Cristina Sánchez Cedida

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