El bullicio es el mismo de siempre, con sus risas, gritos y algún que otro llanto: es la banda sonora de una escuela infantil, de alguna de las miles que, durante el último mes y medio, se han vuelto a poner en marcha para un nuevo curso. Y aunque para los más pequeños los cambios en la rutina a los que ha obligado la pandemia pasan más bien desapercibidos, los que tienen la responsabilidad de su cuidado en estos centros han tenido que adaptar sus actividades a las exigencias sanitarias para combatir al covid-19 desde dentro venciendo temores, dudas y variando sustancialmente sus funciones habituales para salvaguardar la salud de los alumnos y de sus familias.

"Una de las preguntas que más nos hacían desde los hogares durante estos meses de incertidumbre que hemos pasado era la de si, además de implantar los protocolos de salud adecuados, íbamos a abrazar a sus hijos cuando lo necesitaran. Y la respuesta es 'sí, claro'", cuenta Marta Alonso, Jefa de Servicio de Clece en las Escuelas Infantiles de Valladolid, donde también dirige la E.I. Mafalda y Guille. "Los niños de esta etapa tienen unas necesidades afectivas y emocionales que tenemos que cubrir, aunque ahora hay que equilibrar esa parte con estas medidas de seguridad que son necesarias".



Para estos alumnos, especialmente para los de menor edad, todo se percibe como una novedad, pero cambios de tal magnitud como los que se están aplicando hacían pensar a estas profesionales que trabajan cada día con ellos que la adaptación sería más difícil. Y, sin embargo, explica Marta, "cuando entran por la mañana ya te ponen la carita para que les tomes la temperatura, o se sientan y esperan a que les desinfectemos los zapatos. Se han adaptado sin ningún problema, mucho mejor de lo que pensábamos".

Mayor atención por el aspecto emocional

La preocupación por todas las necesidades de los menores ha sido el eje de la estrategia que ha permitido reabrir las aulas. En estas primeras semanas de funcionamiento y de ajuste existe, además, una sensibilidad especial hacia lo afectivo, un aspecto que, en estas circunstancias, adquiere más importancia si cabe que lo estrictamente educativo, como apunta Tania Aceves, educadora en la E.I. Limonero de Parla (Madrid): "Para ellos ya no es solo cómo lo vivimos en la escuela sino en casa, donde hay familias que han tenido casos y han sufrido con la enfermedad y el confinamiento. Esos niños pueden estar más nerviosos o mostrarse más irascibles, por lo que hay que atenderles más a nivel emocional".

Este énfasis obedece a uno de los efectos colaterales de la pandemia y que ha afectado a los padres, que este curso no han podido participar en las actividades programadas con sus pequeños. Como señala Marta, las escuelas infantiles gestionadas por Clece ofrecen un modelo que, debido a estas restricciones, se ha visto obligado a modificar o incluso cancelar muchas de las dinámicas en los centros que implican a grupos de diferentes niveles e incluso a las familias: "Es algo que no es justo porque nuestras escuelas son abiertas y ellos entran todos los días y nos vemos diariamente, pero lo han entendido a la perfección y hemos encontrado una completa colaboración por su parte", añade.

Nuevas rutinas bajo el 'filtro Covid'

Para quienes ya tienen años de experiencia cuidando a los peques de la casa y ayudándoles a desarrollar sus aptitudes en estas edades tan tempranas, el escenario en el que se desenvuelven parece el mismo, pero no lo es: lo delatan esas nuevas rutinas que comienzan casi antes de salir de casa, los equipos de protección omnipresentes, la atención minuciosa a los protocolos y las continuas miradas a la pantalla de los termómetros porque, este curso, la fiebre es motivo de alarma, aunque no sea más que un síntoma de cualquiera de las "itis que cogen los niños en estos casos, tales como gastroenteritis, otitis, etc. porque aún no tienen sus defensas plenamente desarrolladas", dice Tania.

Y es que no todo es Covid, por supuesto, pero la pandemia ha desdibujado la normalidad en muchos ámbitos. Y el de las escuelas infantiles es, tal vez, uno de los más sensibles. Los datos parecen corroborar que la enfermedad no supone un grave riesgo a edades tan tempranas pero, en cambio, sí hay susceptibilidad de transmitir el virus. Y esto se traduce en una transformación de cada puesto de trabajo para impedirlo. Para ellos ha cambiado buena parte de sus actividades diarias, sin importar si están dentro de un aula o a cargo de la gestión del centro: se trata de un mal menor para que esa banda sonora no cese, como ocurrió durante el confinamiento.

"Todo pasa por lo que denomino un filtro Covid", cuenta Marta Alonso. "Gran parte de mi trabajo ahora consiste en coordinar a los diferentes centros para la implantación de los protocolos establecidos por Clece y por las administraciones para adaptarlas a las peculiaridades de cada escuela y hacer que se cumplan", describe. Además, "también me encargo de hacer un seguimiento de todos los casos sospechosos o de positivos confirmados tanto del alumnado como de los trabajadores, organizo los test de detección que se nos piden… todo esto, claro, no formaba parte de mi trabajo y lo he tenido que incorporar ahora, en esta situación".

Dentro del aula, la dinámica también es diferente hoy respecto a otros años. Actualmente se lavan las manos de cada alumno y se les toma la temperatura varias veces al día. Y, como cuenta Tania, también "hemos tenido que retirar material porque ya no se pueden usar objetos de madera o con superficies porosas. Además, antes teníamos todos estos elementos al alcance de los pequeños pero ahora hemos reducido esa exposición para que a nosotras nos dé tiempo también a desinfectarlos".

"Nada iba a ser lo mismo"

A esta carga de trabajo adicional al principio se le unió la angustia y la incertidumbre por los niños y por ellos, porque existía la percepción de que "nada iba a ser lo mismo", como reconoce Tania. Son los sentimientos que afloraron entre los trabajadores durante el confinamiento y que también han sobrevolado sobre este período de reapertura de los centros. Solo con el paso de las semanas se ha ido interiorizando la nueva normalidad y, poco a poco, se asimilan también otros cambios, como las reuniones virtuales con las familias, a través de las que se les ha podido atender y resolver las dudas e incluso atenuar los temores.

Esta calma solo queda rota por la alerta que activa cualquier posible infección. Es una situación crítica con la que se activa un férreo protocolo que da sentido a los grupos estables de convivencia que se han organizado en cada escuela, burbujas en las que sólo entran la educadora y su grupo de alumnos. Marta hace un balance positivo de estos primeros meses de curso también en este ámbito: "El arranque le ha costado a todas las partes pero, cuando hemos tenido casos sospechosos o positivos, se ha reaccionado de manera adecuada y hemos encontrado un completo entendimiento con las familias cuando hemos tenido que cerrar algún aula", valora.

Es obvio que la pandemia ha impregnado cada aspecto de nuestra vida diaria con una pátina de incertidumbre y miedo. Eso es común a todos y en el caso de las escuelas infantiles, como describen estas trabajadoras, no es diferente. No obstante, en el cómo sepamos convivir con ello también reside uno de los motivos para mirar con optimismo a un futuro, y por eso estas trabajadoras son tan importantes no solo para cuidar la salud de nuestros niños sino para recuperar la ilusión y acercarnos a la normalidad perdida siendo incluso más fuertes y aprovechando esta experiencia que nos toca a todos.