Txema lleva una década viviendo en el mismo piso en un barrio tranquilo de Barcelona donde todo el mundo se conoce, pero ahora le toca irse.
Su edificio ha sido comprado por un fondo de inversión que planea convertirlo en un espacio de co-living. Es decir, que se alquilarán las habitaciones por separado, sobre todo a jóvenes profesionales y estudiantes dispuestos a pagar más.
La lógica económica es simple, explica: "Pongo aquí a estudiantes o nómadas digitales que me pagan 1.000 euros al mes, y si el piso tiene tres habitaciones, pues me saco 3.000 euros en vez de 800", detalla a laSexta Noticias.
Para los nuevos propietarios es un negocio redondo. Para los antiguos inquilinos, se ha convertido en una auténtica pesadilla.
Lo que le pasa a Txema no es un caso aislado. En Barcelona ya hay más de 20 edificios destinados al co-living, según datos del propio Ayuntamiento.
Es un modelo cada vez más extendido que promete modernidad, diseño y comunidad, pero que también está provocando una expulsión silenciosa de los vecinos de toda la vida.
Empresas y fondos de inversión compran bloques enteros para reformarlos y dividirlos en habitaciones independientes.
El precio total por planta puede triplicarse. Las mismas asociaciones vecinales confiesan que se trata de una práctica cada vez más extendida y que, incluso, llega a escaparse de la regulación.
A falta de una normativa clara, muchos de estos proyectos se mueven en una zona gris: no son pisos turísticos, pero tampoco alquileres tradicionales.
En barrios como Gràcia, los vecinos se han movilizado para intentar frenarlo contando su historia ante los medios de comunicación.
Cuando el hogar se convierte en negocio
La historia de Txema no es solo una estadística, sino un ejemplo del cambio urbano que vive Barcelona y otras ciudades españolas.
El co-living es ya parte del nuevo mercado inmobiliario, muy vinculado a los nómadas digitales y a los alquileres flexibles.
En muchos casos, estos espacios están gestionados por plataformas internacionales que ofrecen contratos por meses y servicios incluidos: limpieza, wifi, gimnasio o zonas comunes.
Pero para quienes llevan toda una vida en su casa, el cambio tiene un sabor amargo: "Le tengo un poco de apego emocional porque mi abuela, antes de casarse, venía aquí a aprender cosas", recuerda Txema.
Rosario Castelló, quien ha estado viviendo 26 años en el mismo bloque que Txema, cuenta que la convivencia se ha vuelto imposible.
"Me sentó como una bomba, era algo inesperado. Los nuevos vecinos hacen mucha fiesta, mucho ruido... no bajan las escaleras como una persona normal, parecen elefantes", lamenta.
Grupo de vecinos afectados.
Aunque se estudian fórmulas para frenar el fenómeno, la realidad avanza cada vez más rápido. Con los precios de alquiler disparados y la rentabilidad del co-living por las nubes, el modelo se multiplica.
En medio de esa ola, muchos como Txema ven cómo su hogar de siempre se convierte en un negocio más.
