Si la situación actual de encierro que viven miles de familias en sus casas puede resultar en ocasiones complicada, en otras resulta casi imposible. Si no, que se lo pregunten a la familia de médicos Fernández Morillo de Ginés, un pueblo de 13.000 habitantes a las afueras de Sevilla (Andalucía).

Manuel y su mujer, Dolores, de profesión neuropediatra y oftalmóloga, respectivamente, viven allí junto a su hijo pequeño, Mateo, de siete meses. Y en cuestión de 15 días, la vida de los tres se ha puesto prácticamente del revés. Como la de la mayoría de los españoles tal vez, salvo por una diferencia: ellos tienen una profesión esencial y deben acudir al hospital. Atienden a los pacientes en la consulta la mayor parte del día, cuando no en su casa a través del teléfono, y al mismo tiempo, se turnan [si es que pueden] para cuidar de su hijo, sin más ayuda la propia. 

A lo que se añade el riesgo que supone para Mateo la salida de sus padres al hospital. Hasta que los bebés no cumplen un año, no terminan de desarrollar su sistema inmunitario. Y, por tanto, este pequeño, día a día, se enfrenta a un posible contagio de Covid-19 por el trabajo que están haciendo sus padres por el resto del país. "Es una guerra diaria, esto no tiene horarios, pero intentamos adaptarnos y llevamos a cabo todas las medidas de seguridad posibles para que el virus no entre en casa", cuenta este matrimonio, en una entrevista con EL ESPAÑOL. 

"Nos pillas en buen momento, el bebé se acaba de despertar", dice, irónico, Manuel por teléfono, en una conversación con este periódico. El doctor Fernández es neuropediatra, se encarga de diagnosticar patologías del sistema nervioso en niños, tales como el autismo o el déficit de atención. Y tiene una clínica privada de neurología infantil en la capital hispalense, en la que trabaja con psicólogos y pedagogos. 

Reubicar consultas

La familia Fernández Morillo en el salón-oficina de su casa, en Sevilla. CEDIDA

Tras el decreto del estado de alarma, su trabajo, al principio, fue un auténtico caos. "Mis pacientes no podían salir de casa por el confinamiento y no podíamos hacer nuestro trabajo de manera convencional", cuenta el doctor. Poco después, este sevillano estableció un sistema online para atender a sus pacientes y dos días en los que atender al máximo posible de clientes en la consulta de su clínica, en la que que él es el único que trabaja ahora de manera presencial.

En el caso de Dolores, oftalmóloga en el Hospital Virgen del Rocío, en Sevilla. Su trabajo al inicio de la cuarentena fue meramente presencial. Pasaba consultas por las mañanas hasta que el hospital estableció un sistema por el que teletrabajar algunos días a la semana. Así, atendía a sus pacientes por teléfono y, al igual que su marido, intenta acumular el máximo de citas presenciales en dos días para no salir mucho del hogar familiar y poner en peligro al pequeño Mateo.  

Aunque esta pareja andaluza intenta adaptar al máximo sus horarios. En ocasiones, ha sido imposible. "Ha habido días en que los dos teníamos consultas presenciales al mismo tiempo y hemos tenido que pedir ayuda y no resulta fácil precisamente encontrar a alguien.  Mi mujer está exenta de guardias por el permiso que tuvo de maternidad, y solo por el momento. No hay opción de reducción de jornada ni nada parecido", cuenta Manuel, mientras le da de merendar a su hijo.  

Y es que, a pesar de la cuarentena, según cuenta esta pareja de médicos, la cantidad e intensidad de trabajo es mayor que cuando no había confinamiento. "Estás recibiendo llamadas las 24 horas, pendiente de 1.000 cosas a la vez y con un bebé de siete meses. Intentamos que no sea caótico, somos organizados, pero a veces es imposible". 

Su día a día 

El día para esta familia comienza a las 07.00 horas. "Lo primero que hago es atender mi consulta online y una vez que termino, me pongo a acelerar todo el trabajo posible. Yo dedico la mañana al trabajo, hasta que el bebé se despierta. Y si esta mi mujer en casa, se encarga ella y yo me subo a la buhardilla para seguir trabajando", cuenta el doctor Fernández. 

Si su mujer trabaja por la mañana, él intenta hacerse cargo de Mateo, mientras que por la tarde Dolores hace lo propio y por la noche se apañan entre los dos. En ese margen de horas, Manuel intenta trabajar, hace las tareas del hogar o la compra online. "Mis pacientes conocen perfectamente el llanto de mi hijo, pero como los conozco de hace años, son bastante comprensivos", apunta el médico. 

Aun así, hay veces en los que resulta difícil trabajar y "aprovechamos la siesta para hablar con los pacientes cuando estamos en casa", cuenta la doctora Morillo. Ella es, en cierto modo, la que más expuesta está en la familia al contagio del coronavirus, pues pasa consulta varios días a la semana. "Ha habido muchos estudios europeos e internacionales que decían que en mi especialidad es de las más expuestas porque tenemos un contacto muy directo y al principio, además, no fuimos muy cuidadosos", relata esta médico. 

Vestuario desechable

Un punto que cambió de manera radical tras el confinamiento. Ahora, el grupo de oftalmología del hospital se divide en turnos rotatorios para evitar que los profesionales coincidan y así disminuir la probabilidad de contagio. No obstante, Dolores toma el máximo posible de precauciones para que el virus no entre en casa. "Utilizo vestuario desechable para trabajar en la consulta y guardo la mía en una bolsa, después me la pongo y cuando llego a casa, me desvisto en el jardín, la guardo en una bolsa y la lavo a parte a una temperatura alta", cuenta. 

Esas medidas se suman también al lavado de los guantes con lejía y una adecuada higiene de manos. Además de limpiar cuidadosamente los envases de todos los productos que compran en los super online. Toda precaución es poca para estos médicos en combate con tal de proteger al pequeño Mateo del virus y seguir ayudando, como hacían y seguirán haciendo, a los demás en los hospitales. 

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