Hermann Schreider, cada tarde, a las ocho, se asoma a la ventana de su casa de Vigo y toca la armónica. Al tiempo, escucha los aplausos de todo el vecindario. Cree que son para él –aunque en realidad sea para los sanitarios, cajeros de supermercado, transportistas, etc. Pero este octogenario gallego, con alzheimer, cree que son para él. No sabe qué es el coronavirus, no entiende de cifras, de estados de alarma o desabastecimiento. Tanto él como su mujer, ambos con la misma enfermedad, piensan que todos esos vítores son para él.

Tamara Sayar, su cuidadora, es la que ha promovido el concierto para darle una alegría a Hermann Schreider y a su esposa. Él, natural de Alemania, hace tiempo que olvidó hablar castellano; su mujer, gallega, ya no habla. Pero ambos, a las ocho, tienen un motivo para sonreír. Escuchan el concierto y se enorgullecen con los aplausos del vecindario.

"No sé si he creado un monstruo, porque ahora Hermann ensaya todo el día", cuenta su cuidadora a la agencia Efe, y no duda en confesar el enorme cariño que siente hacia el intérprete al que el estado de alarma no frena. "Simpático, muy sensible, de emoción fácil". 

El estado de alarma no frena a Hermann y su armónica

Hermann, aunque hay muchas cosas que ya no recuerda, no ha olvidado tocar la armónica. Lo aprendió con cinco años, cuando su madre elaboraba mantequilla. Por eso, a su cuidadora, Tamara Sayar, se le ocurrió que, cada tarde, tocara la armónica para el vecindario. “Pedazo de concierto, eh. ¿Ves? Te has puesto nervioso. Mucho público”, le esta Tamara, cada tarde, en La Voz de Galicia.

Después, llegan los aplausos y Hermann, emocionado, los sigue con sus palmas, agradecido. Y, más tarde, sigue los protocolos marcados por sanidad: lavarse las manos, no tocarse la cara… Para ello, Tamara le ha dibujado un cartel con los rótulos en alemán para que lo haga cada día. A él y a su mujer hace tiempo que la vida los llevó a un confinamiento perpetúo. Lo hicieron fruto de la enfermedad y después de transitar por una historia de amor de película.

Ambos se conocieron en Unterkimach, una localidad muy pequeñita dentro del estado de Baden-Wurtemberg, cerca de la Selva Negra. Allí, Hermann Schreider y Teresa Domínguez se conocieron. Allí llegó ella tras quedarse viuda y con tres hijos, uno de ellos fallecido. En Alemania, se tuvo que poner a trabajar en una fábrica de máquinas de cortar pelo y afeitar.

En esa fábrica se conocieron. Ambos eran empleados. Se conocieron y se casaron. Vivieron allí, fueron felices. Pero, años atrás, Teresa empezó a olvidarse de todo: de su idioma, de su vida… Ella volvió a Galicia y él hacía viajes continuamente. Hasta que él también cayó. Los dos sufren alzhéimer. Y, ahora, sin saber qué es el coronavirus, escuchan el concierto por la tarde, los aplausos… y sonríen junto a su cuidadora, la mejor promotora en tiempos de alarma.

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