Luis Romero.
La señora del velo blanco pasó otra vez delante de nosotros pero esta vez hacia la izquierda. Tendría poco más de treinta años, era alta y tenía unos ojos grandes muy bonitos. Parecía ir acompañada de un grupo de unas cuatro personas. Es la tercera vez que vengo a Maestro Marcelino pero es como si hubiera estado aquí más veces.
Cuando iba leyendo distraídamente un mensaje en mi móvil bajo un cielo soleado junto a Robles Laredo en la Plaza de San Francisco, alguien me dijo:
-¡Don Luis! ¿Cómo está usted?
Y como iba tan concentrado pensando en la respuesta al WhatsApp recibido, tardé en darme cuenta de que el hombre que tenía ante mí era mi amigo Javier, que con sus distinguidos modales sonreía y esperaba pacientemente a que yo reaccionara a su saludo.
-¡Hombre, Javier! Discúlpame, estaba escribiéndole a mi mujer para confirmarle que vamos a quedar en Marcelino, aquí al lado en Hernando Colón.
-Vengo con Caterina y Primo, creo que te lo presenté en otra ocasión.
Saludé a Caterina y a Primo, pero no lograba recordar a este señor con acento latinoamericano. A continuación, mi amigo me indicó que Primo había sido ministro en un gobierno de Colombia. Y yo les propuse acompañarme a la taberna donde había quedado con mi esposa, ya que no tenían más compromiso que ir a comer ellos tres solos y tomar unos buenos vinos.
Cuando uno está tras un ventanal como el de Marcelino, no solo estás prestando atención a lo que te dicen tu amigo banquero y tu nuevo amigo ex ministro sino que te quedas a veces observando lo que se ve a través de esa ventana abierta a la calle y a su tránsito. La gente pasa a un lado y otro y piensas en aquellos años cuando venías con tu padre a las tiendas de filatelia y numismática que había en este lugar.
Nos traen un papel con jamón, caña de lomo y un queso que por su aspecto invita a considerar que habrá que pedir otra ración. Mi bebida fría contrasta con las dos grandes copas que sostienen Javier y Primo que de vez en cuando elevan hacia arriba para saborear un buen tinto del norte de la provincia de Sevilla.
Veo que el político colombiano disfruta también de las vistas que tenemos justo delante porque por encima de la repisa en la que apoyamos nuestros vasos y copas junto a las raciones de paté de ciervo que acaban de traernos, se sostiene ese gran vidrio por el que observamos a los turistas transitando por la acera más cercana y la de enfrente.
En realidad, deambulan por toda la calle pues apenas pasan coches, en su mayoría taxis. Gente joven, europea, muchas jóvenes rubias y morenas que van en grupo muy sonrientes y han venido a Sevilla a pasar unos días o quizás estén estudiando aquí.
Un señor de más de sesenta nos llama la atención colocando su vaso de caña de cerveza con generosa espuma y empañado aún por el frío en la repisa exterior del ventanal, se queda mirando hacia el fondo sin darse cuenta que lo estamos viendo, se apoya en el alfeizar y se lleva un cigarro a sus labios, lo enciende y le da una larga calada expulsando el humo con una mirada muy pensativa.
A continuación, toma su vaso de cerveza y le da un buen sorbo hasta dejar el recipiente casi vacío, da otra calada al cigarrillo y continua con el semblante serio reflexionando sobre algo que debe preocuparle o quizás simplemente se evade y no piensa en nada. Está de perfil ante nosotros, tiene el pelo blanco y me fijo en su jersey de pico celeste.
En esos momentos, pensé en las dos horas que pasé el viernes en la taberna Txapela en Gran Vía, solo en la barra que estaba casi vacía y disfrutaba de los dos ventanales que quedaban a mi derecha viendo pasar a los transeúntes con paraguas que se guarecían de la fina lluvia que caía sobre Madrid. Tenía aún dos horas por delante para dirigirme hacia el Four Seasons para ver al profesor de la Rey Juan Carlos.
Los pinchos estaban riquísimos y por eso repetía una o dos veces algunos de ellos teniendo en cuenta que apenas había desayunado esa mañana. Desde el techo, un chorro de aire caliente caía sobre mi evitando que la temperatura exterior tuviese algún reflejo en ese lugar de la barra. Salvo algunas palabras que crucé con la camarera, me limité a saborear los exquisitos pinchos y a mirar por el ventanal la “Oxford Street” de Madrid, a la que otros también denominan la “Quinta Avenida”.
Tras las ventanas de las cafeterías y los restaurantes, el tiempo se detiene. Tú estás ahí con el café o el chocolate mirando cómo la vida pasa por delante, sin mirar el reloj, el tiempo no importa, estás contigo mismo, es tu momento.