Coinciden en el tiempo dos películas comandadas por dos intérpretes que parecen poseídos por la misma obsesión: la de ganar un Oscar que se les resiste. No son malos actores, pero precisamente cuando les devoran esas ansias de ser reconocidos es cuando ofrecen papeles a los que se les ve tanto las costuras que acaban produciendo el efecto contrario -aunque no parece que eso vaya a ocurrir en esta temporada de premios-. Una llegará en un par de semanas, se trata de la de Jessica Chastain en Los ojos de Tammy Faye -estreno 4 de febrero-, y la otra es El método Williams, protsgonizada por Will Smith y uno de los estrenos más importantes que llegan a las salas este 21 de enero.

Ambos, además, son los productores de los dos vehículos para su lucimiento. Son las mentes detrás de un proyecto hecho por y para ellos, y eso se nota en cada fotograma, que gira alrededor de su personaje. Son películas que están ensimismadas con sus estrellas para que puedan demostrar lo que valen. Ni que decir tiene que los dos han estado mejor en numerosos papeles, pero que puede que sean estos con los que sumen, al menos, una nueva candidatura a los premios de la Academia y quizás una estatuilla que tiene guardada ya su hueco en su vitrina.

Will Smith se ha construido un biopic a su medida. Si ya le funcionó con el de Cassius Clay ahora ha producido una película que cuenta la historia, más desconocida, de Richard Williams, el padre de las tenistas Serena y Venus y el responsable de llevarlas a la cima y convertirlas en las primeras tenistas negras que alcanzaron el estrellato y el número uno. Una película convencional, rutinaria, que cuenta el proceso surrealista y hasta obsesivo de un padre por sacarlas del barrio pobre donde nacieron y hacerlas estrellas. Es un filme lleno de buenas intencioens, con un punto de denuncia racial del mundo del deporte y con buenas interpretaciones. Smith se deja la piel, aunque la partida se la gana su compañera de reparto Aunjanue Ellis como su pareja.

Los principales problemas de El método Williams son dos. Primero, una duración desmesurada. No hay ninguna necesidad de alargar esta historia de superación hasta las dos horas y media. El filme se estanca y vuelve a coger brío según llega a un torneo final en el que ‘el monstruo final’ es una Arancha Sánchez Vicario incapaz de entender que una chica de color la derrote y que incluso recurre a artimañas para poder vencer ante una desconocida tenista de origen humilde.

Su otro problema es que sus intenciones hagiográficas la convierten en algo cercano al panfleto. No hay ni rastro de la ex mujer de Richard Williams y los cinco hijos a los que abandonó, tampoco se comentan los métodos que muchos califican de poco ortodoxos, ni siquiera que volviera a abandonar a su nueva mujer y madre de las tenistas por una pareja sólo un año mayor que Venus. Detallitos para el director Reinaldo Marcus Green y el escritor Zach Baylin, pero actos que le alejan de ese Rey Richard que procalama el título original del filme (King Richard).

También hay en El método Williams un ensalzamiento del sueño americano muy propio de Will Smith, obsesionado con el tema y una de las constantes de sus elecciones como actor. El que se esfuerza triunfa y sale de las calles pobres. Ese es el mensaje del filme, que perpetúa una idea de meritocracia antigua y falsa. Para su protagonista, y por el punto de vista que adopta el filme, si luchas vencerás todas las adversidades, y eso no ocurre. También se desprende una mirada moralmente dudosa sobre el éxito, basado en la victoria, el dinero y alcanzar el número 1 del mundo.

La película prefiere centrarse en todo ello que en mostrarnos cómo tuvieron que luchar el triple por ser negras, como lograron colarse en un deporte donde los que lo practican y los que lo ven suelen ser señores ricos y blancos. No se para a pensar qué había ocurrido para que dos jóvenes tan talentosas estuvieran condenadas a malvivir en su barriada si no tuvieran un padre loco. Mejor mostrar a un Richard Williams como un iluminado, con una personalidad ‘complicada pero atractiva’ y que tenía claro lo mejor para sus hijas. Un masaje al sueño americano que estará en los Oscar por encima de infinidad de títulos que merecen mucho más reconocimiento que un filme convencional y conservador con un mensaje que cree que la inspiración cabe en una frase de Mr. Wonderful.

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