Imagínenlo por un instante: decenas de pueblos de Jaén, la provincia que más aceite produce de España, se quedan vacíos de gente; la economía de la provincia jienennse pierde un 37% de su producto interior bruto; desaparecen los 1.800 millones de euros al año y los 12 millones de jornales que genera el sector olivarero.

“Será una catástrofe si la ‘xylella fastidiosa’ [el ébola de los olivos] se expande por Jaén. Que nadie se lo tome a broma”, aseguran desde Asaja. “Mi pueblo se convertiría en un desierto de calles”, dice el alcalde de Jabalquinto, con 2.150 habitantes, en su mayoría jornaleros de capacha al hombro y pies acostumbrados a tierras resecas y agrietadas.  “Llevaría a la mayor de las ruinas a mi familia”, cuenta Miguel, un joven agricultor jiennense con 8.000 olivos que cultiva junto a un hermano.

Los vecinos de Jaén han puesto el grito en el cielo desde que se supo que la ‘xylella fastidiosa’ había llegado a la Península. Lo hizo a principios de julio. Se detectó en un almendro de Alicante al que le había infectado un mosquito portador de la bacteria. Antes se encontró en una finca de Mallorca, pero los científicos pensaron que el mar Mediterráneo actuaría como cortafuegos. Se equivocaron.

Un tractor en la puerta de una vivienda en Jabalquinto (Jaén). Fernando Ruso

Pero ya está aquí y amenaza con expandirse por Andalucía, la región de España que acumula el 60% de los 2,5 millones de hectáreas del país con olivos plantados. De ellas, alrededor de una cuarta parte (640.000) están en la provincia de Jaén, que acumula 66 millones de árboles productores del oro verde que usted usa en su cocina para guisar. No hay lugar en Europa con mayor dependencia al olivo y a su fruto.

“El miedo está justificado. Si esa batería infecta a un árbol de Jaén o de las provincias de su entorno, estaremos perdidos. No hay vacuna y esto es un mar de árboles con continuidad durante centenares de kilómetros a la redonda. Sería casi imposible frenarlo”, explica Luis Carlos Valero, de Asaja en Jaén.  

El ébola de los olivos se detectó por primera vez en Europa en 2013. Fue en Italia. El primer foco apareció en la zona de Galipoli, el tacón de la bota transalpina. En sólo dos años mató un millón de árboles que fueron infectándose por insectos portadores del virus. Luego se propagó a la isla de Córcega (Francia). Si ahora, previo paso por Alicante, contamina a los olivos andaluces, Jaén, como antaño Egipto, viviría su propia plaga. Ante la inquietud y el miedo detectados en la provincia, dos reporteros de EL ESPAÑOL han viajado a la zona esta misma semana.

Cuánto cambiaría ahora aquel poema de Miguel Hernández que tituló 'Aceituneros'. Sus versos se han convertido con el paso de los años en un homenaje a los miles de jornaleros que han trabajado estas tierras resecas a las que el ojo no logra ponerle fin. 

[Andaluces de Jaén, 

aceituneros altivos, 

decidme en el alma: ¿quién, 

quién levantó los olivos?

No los levantó la nada, 

ni el dinero, ni el señor, 

sino la tierra callada, 

el trabajo y el sudor.

Unidos al agua pura 

y a los planetas unidos, 

los tres dieron la hermosura 

de los troncos retorcidos.

Levántate, olivo cano, 

dijeron al pie del viento. 

Y el olivo alzó una mano 

poderosa de cimiento].

“LOS PUEBLOS AGUANTARÍAN POR LOS JUBILADOS”

Eufrasia tiene 67 años. Trajo al mundo a ocho hijos. Tres mujeres y cinco hombres. Todos, durante más o menos tiempo, han sido o son jornaleros, aunque varios han emigrado a otros puntos de España. También ha trabajado en el campo su marido, que como ella ya está jubilado.

Eufrasia vive en Jabalquinto, una población levantada sobre una loma en el centro de la provincia de Jaén. Si uno mira hacia cualquier punto del horizonte desde lo alto del pueblo sólo ve olivos alrededor. Hasta donde alcanza la vista ese árbol es el único protagonista. Son hileras interminables y serpenteantes que cruzan de arriba abajo el terreno.

Jornaleros jubilados pasan la tarde jugando al dominó en un bar de Jabalquinto (Jaén) Fernando Ruso

“Si aquí llega ese bicho –dice Eufrasia- pueblos como este sólo aguantarían con vecinos mientras viviésemos nosotros, la gente mayor que cobramos la pensión. Luego, esto sólo serviría de imagen de postal”, dice la mujer.

“Es normal que la gente piense así”, explica su alcalde, Pedro López. “Mis vecinos se verían forzados a emigrar en busca de trabajo y riqueza. Aquí casi todas las familias viven de la aceituna”, añade el regidor. “No habría otra opción”.

Uno de los hijos de Eufrasia se llama Ramón. Tiene 48 años. Desde hace 30, cada año emigra a Mallorca para trabajar como camarero durante seis o siete meses. Luego, vuelve a su pueblo y se emplea en una cooperativa de aceite durante los dos meses que suele durar la cosecha de la aceituna (diciembre y enero). El resto los pasa en paro.

Este martes, cuando EL ESPAÑOL visita Jabalquinto, Ramón está en casa de su madre. Es el primer año que, llegada la temporada estival, no emigra en busca de empleo a las Islas Baleares. “Razones personales”, explica.

Ramón ve con miedo la llegada del ébola de los olivos a la provincia de Jaén. Precisamente, él tiene 200 árboles plantados desde hace unos años. Él mismo recoge las aceitunas y las vende para la producción de aceite. “No lo hago por ganar dinero. 200 olivos son una miseria”, cuenta. “Pero aquí hay gente que tiene 50 y 60.000. Si esa gente se va al carajo por la dichosa xylella, este pueblo se irá con ellos detrás”.

“Sería una condena para la provincia”

Ramón dibuja un panorama desalentador. Las familias, los estudiantes, las personas en edad de trabajar, dice, emigrarían para ya no volver más. El pueblo iría perdiendo vecinos según fuesen falleciendo los ancianos. “Hasta no quedar ni uno aquí”, asegura. Y como Jabalquinto, añade Ramón, se verían en la misma situación otras localidades de Jaén como Jódar, Mengíbar, Martos, La Carolina, Navas de San Juan… “Sería una condena para la provincia, no me cabe duda. Aquí todo depende del aceite que nace de nuestros campos”.

Junto a la plaza grande del pueblo hay un bar en el que una veintena de hombres juegan al dominó a primera hora de la tarde. Ni uno solo dice no haber trabajado en los olivos. Hay jornaleros, capataces de cuadrillas, tractoristas…

Proceso de envasado y almacenaje del aceite en la sociedad cooperativa andaluza San Juan, en Jaén. Fernando Ruso

Tres de ellos comentan en corrillo junto a los reporteros cuáles piensan que serían las consecuencias de la llegada del ébola de los olivos a los campos de Jaén. “Aquí sólo se quedarían los fantasmas, que tendrían para ellos todas las calles”, dice uno. “Se podría borrar del mapa de España a la provincia entera”, asegura otro. “Aunque nos lo tomemos a risa, esto supondría que pueblos enteros desaparecieran. Si uno tiene el pan lejos, allá tendrá que acudir”, cuenta un tercero.

[Andaluces de Jaén, 

aceituneros altivos, 

decidme en el alma: ¿quién 

amamantó los olivos?

Vuestra sangre, vuestra vida, 

no la del explotador 

que se enriqueció en la herida 

generosa del sudor.

No la del terrateniente 

que os sepultó en la pobreza, 

que os pisoteó la frente, 

que os redujo la cabeza.

Árboles que vuestro afán 

consagró al centro del día 

eran principio de un pan 

que sólo el otro comía.

¡Cuántos siglos de aceituna, 

los pies y las manos presos, 

sol a sol y luna a luna, 

pesan sobre vuestros huesos!].

300 especies amenazadas

La xylella fastidiosa, como así se llama la bacteria, ataca con virulencia los árboles leñosos mediterráneos. Aunque hay 300 especies leñosas afectadas, los que más la sufren son el olivo, el almendro, la vid, el ciruelo, el melecotón o el naranjo, aunque también otras plantas ornamentales como el romero o las adelfas. Por el momento los expertos no han encontrado vacuna para contrarrestar sus efectos. ¿Cómo actúa? Primero seca las ramas de los árboles. Luego, los mata. Existen hasta 360 transmisores. La mayoría son insectos, como los mosquitos o las chicarras.

Pese al miedo generado, hay organizaciones de agricultores que piden “calma”. Como COAG, cuyo representante en Jaén, Juan Luis Ávila, explica que “el olivo no va a desaparecer de Andalucía mañana”. A su juicio, lo esencial es evitar que la bacteria salga de Alicante y que viaje a través de transmisores a los campos de la Andalucía oriental y central. “No debemos ser alarmistas”.

“El pánico se adueñará de los olivareros jiennenses”

Dentro de la xylella fastidiosa hay cuatro subespecies. La que asoló el sur de Italia es la denominada pauca. Y esa, precisamente, es la que más temen en Andalucía. Existe un protocolo específico para actuar en caso de detectarse un árbol contaminado. Hay que arrancarlo, quemarlo y eliminar toda vida vegetal (incluyendo otros árboles) en un diámetro de 100 metros.

Sin embargo, no a todo el mundo le convence esta forma de actuar. “Aquí, eso sería un parche”, dice Luis Carlos Valero, portavoz de Asaja Jaén. “En esta provincia no hay discontinuidad en los terrenos de cultivo. Hay miles de hectáreas que se unen desde el norte de la provincia de Málaga hasta llegar a la de Sevilla, con lo que estamos ante un mar de olivos que cruza también Jaén y Córdoba. Un mosquito o una cigarra infectados pueden dañar al árbol que tienen a diez metros en un abrir y cerrar de ojos”.

Luis Carlos Valero, gerente y portavoz de Asaja-Jaén. Fernando Ruso

“Es esencial que esa bacteria de Alicante se encierre y se elimine sin que ningún insecto se haya podido infectar. Si no es así, el pánico se adueñará de los olivareros jiennense”. Pero Valero no es optimista: “Llegar va a llegar. No hay duda. Por eso reclamar mayor esfuerzo de gasto en investigación y ayudas directas de la Junta de Andalucía y del Gobierno central para los agricultores que tengan que eliminar sus árboles”.

“Mi hermano y yo perderíamos todo”

Miguel tiene 30 años. Es dueño, junto a su hermano, de 8.000 olivos. Los tiene repartidos en tierras de Jaén capital y Jabalquinto. Miguel es agricultor desde 2011, cuando su padre falleció de un cáncer y los hijos heredaron los terrenos.

En la cosecha del año pasado los olivos de Miguel produjeron 120.000 kilos de aceitunas. Unos 25 kilos de media por árbol. Cuando llega la época de la cosecha da empleo a unas 10 personas durante casi dos meses. El resto del año cuenta con dos o tres jornaleros de confianza que le ayudan a arar el campo, fertilizar, cortar las hojas de los troncos de los olivos…

“Mi padre se dedicó a esto toda su vida. Mi hermano y yo nos dedicamos a esto tras su muerte. Mi hermano tiene dos hijos y está casado. Su casa depende de esto. Yo, que aún vivo con mi madre, estoy en una situación similar. Si los olivos enferman, mi familia entera se quedaría sin su medio de subsistencia. Y si caemos nosotros, hay gente que ya no encontraría empleo. Si el ébola de los olivos llega aquí, sería como si fuesen cayendo piezas de dominó por dos lados: en el campo, porque los árboles irían cayendo uno a uno; y entre la gente, porque si caigo yo caen otros”.

[Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, pregunta mi alma: ¿de quién, de quién son estos olivos?

Jaén, levántate brava sobre tus piedras lunares, no vayas a ser esclava con todos tus olivares.

Dentro de la claridad del aceite y sus aromas, indican tu libertad la libertad de tus lomas].

Noticias relacionadas