Eran las 9.20 de la mañana del pasado sábado cuando Arlindo Luis Carbalho, de 51 años, se subía al coche de su sobrino Antonio, que lo estaba esperando a la salida de la prisión de Cáceres. Llevaba un macuto al hombro. Dentro, su ropa y algunas otras pertenencias.

Cuando dio con sus pies en la calle, a su espalda quedaron 20 años íntegros de condena para el conocido como ‘el violador de Pirámides’, el hombre que agredió sexualmente a 35 mujeres entre 1988 y 1996. Fueron casi nueve años en los que trajo de cabeza a la Policía Nacional en Madrid y sus alrededores, donde cometió todas las violaciones.

Tras subirse en el vehículo de su sobrino, Arlindo se trasladó por carretera hasta el hogar de su madre, Rosa. La vivienda está ubicada a la espalda del castillo de Valencia de Alcántara, una localidad cacereña de 5.000 habitantes situada a 12 kilómetros de Portugal, de donde proceden sus padres. Se trata de una casa con fachada encalada y con techos de teja.

Valencia de Alcántara es una localidad cacereña a 12 kilómetros de Portugal.

Desde hace seis días el expresidiario vive aquí junto a la mujer que la trajo al mundo, una señora menuda y de pómulos encogidos, de 86 años, que viste una bata azul cuando abre la puerta. Sucede este viernes, a la una de la tarde, cuando Arlindo acepta sentarse con EL ESPAÑOL y habla durante 45 minutos con el periodista.

Arlindo, que lleva vaqueros y un forro polar marrón sobre una camiseta azul de cuello alto, se acomoda en un sofá de un pequeño comedor. Hay una mesa redonda vestida con una enagua estufa. A sus pies prende un brasero que ayuda a combatir el intenso frío que hace en la calle. Viene de hacer la compra. Tiene el pelo y la barba encanecidos.

La vuelta de  Arlindo a su pueblo

-Siéntate, no te preocupes. Hablemos con tranquilidad.

A la espalda de Arlindo, en un mueble con estanterías, se observan fotos de sus padres, Rosa y Antonio, y también de la juventud de este hombre que está ahí enfrente, a menos de un metro…

A los vecinos de Valencia de Alcántara no les ha sentado nada bien la vuelta de Arlindo al pueblo. En la localidad en la que creció hay miedo. Piensan que puede volver a violar.

-Estoy recuperado. No puedo decir que al 100% porque mi proceso de rehabilitación debe continuar de por vida, pero estoy seguro de que puedo vivir en sociedad. La gente de este pueblo, donde viví hasta que con 23 años me mudé a Madrid a trabajar, no tienen que temerme.

La casa de los padres del violador de Pirámides, donde vivieron durante años. A.L.

El que fuera recluso hasta el pasado sábado se muestra tranquilo. Mientras habla, su madre entra y sale del comedor en el que se produce la entrevista. “¿Me puede traer un vaso de agua, madre?”, pide a su progenitora Arlindo, quien sin titubeos reconoce que violó a aquellas 35 mujeres. Ahora, tres décadas después de su primera agresión, les pide disculpas a todas ellas.

-¿Qué les diría a sus víctimas?- pregunta el reportero.

-Quiero que me perdonen. Sé que cometí un error. Pero en aquel tiempo no era yo. Gracias a que entré en prisión lo pude saber. Mi infancia y mi adolescencia no fueron fáciles. Era un chico con una coraza que acabó rompiéndose con todo aquello.

20 años en la cárcel

En mayo de 2006, el Tribunal Supremo confirmó la condena de 514 años de prisión impuesta a Carbalho por la Audiencia Provincial de Madrid. En 1996 fue detenido y encarcelado tras confesar que había violado a más de un centenar de mujeres en la capital de España. No todas aquellas agresiones se pudieron corroborar.

Pese a ello, sólo ha cumplido veinte años de internamiento, dado que era el límite de cumplimiento efectivo del Código Penal de 1995. En su sentencia, el Alto Tribunal rechazó la petición de su defensa de que se le aplicara el atenuante de trastorno mental.

-Sólo quiero rehacer mi vida y vivir en paz. Sé que puedo conseguirlo- dice el hombre que violaba a sus víctimas cuando iba a recoger a su mujer del trabajo.

Arlindo está considerado el mayor violador en serie de la historia criminal de España. Durante casi nueve años tuvo en jaque a la Policía. Se apostaba a la salida de las estaciones de metro, autobús e hipermercados. Elegía a la víctima y la seguía discretamente hasta el momento del asalto. Procuraba que fueran lugares poco visibles.

En otras ocasiones aprovechaba para coincidir con ellas en los ascensores. Una vez dentro, las amenazaba con un cuchillo. Lo colocaba a la altura de la garganta o de la espalda. “Si gritas, te mato”. Así amenazaba a sus víctimas.

Después se las llevaba andando por la calle hasta un parque poco concurrido o un descampado. Durante el camino las obligaba a que le cogieran de la cintura a fin de pasar más desapercibidos. Cuando llegaban al lugar elegido las violaba de inmediato.

Pirámides es la zona madrileña en la que cometió sus primeras violaciones. Hasta allí acudía para recoger a su mujer. Llegaba tres horas antes de que saliera, normalmente a las 11 de la noche.

Después de una violación

El violador de Pirámides cumplió veinte años de cárcel. Salió esta semana.

Tras violar a una veintena de mujeres y saltar la alarma, quien por aquel tiempo trabajaba como instalador de gas trasladó su campo de acción a otros barrios y municipios madrileños como Getafe, Alcorcón, Leganés y Móstoles.

-¿Cómo se sentía después de cada violación?

-Era incapaz de sentirme mal. No sentía empatía con aquellas mujeres. Prefería no pensar en nada. Es algo difícil de explicar con palabras.

-¿Cómo ha sido su vida en la cárcel?

-Allí nadie me ha ayudado, salvo en contadas excepciones. Tuve que ser yo quien le pidiera a dos curas que me visitaban en prisión, don Moncho y don Suso, la ayuda de psicólogos voluntarios que trabajaban con ONGs. Gracias a ellos, he logrado abrirme, darme cuenta de lo que hice y saber que me equivoqué. En la cárcel de Cáceres, la última en la que he estado, también se me ayudó. En total, he pasado 10 años recibiendo terapia. Pero ya digo, Instituciones Penitenciarias no ha hecho nada por mí.

El 25 de diciembre de 1996, la fortuna dejó de sonreír a Arlindo. Una joven de 20 años a la que quiso violar en un ascensor logró huir corriendo y memorizar la matrícula del coche en el que su agresor se dio a la fuga. Pocos días después, el violador de Pirámides fue detenido.

-¿Cómo sabe que es capaz de vivir sin volver a violar?

-Puedo contenerme. Frenarme. Por eso no necesito medicarme ni hacer nada de eso relacionado con la castración química.

-Está muy seguro…

-Sí. Eso [la castración química, que reduce la libido y frena los impulsos sexuales] sólo sirve para los que no pueden refrenar sus instintos y no asumen lo que hicieron. Yo sí lo hago. Por eso no necesito ningún tipo de medicación.

-¿Entiende el miedo de los vecinos de Valencia de Alcántara? El alcalde ha dicho que, aunque no puede evitar que viva aquí, lo mejor es que se marche.

-Por supuesto, es lógico. Pero no han de temerme. En estos seis días que llevo en el pueblo he salido a la calle a hacer la compra, a tramitar una ayuda en el INEM, a hacer otras gestiones… No me he sentido mirado ni repudiado. Espero vivir en paz aquí y encontrar un trabajo, aunque sé que es difícil. Pero si la gente me tiene miedo es porque el sistema no funciona. No soy yo el culpable. Apenas se ha movido un dedo para reinsertarme.

- ¿Es dura la vida de un violador en prisión?

- Nunca tuve un solo problema porque nunca escondí lo que había hecho. Me quedo con lo positivo de la cárcel, que es haber podido rectificar a tiempo.

Un padre alcohólico y maltratador

Arlindo Luis Carbalho nació en 1965 en Sao Juliao, el primer pueblo al otro lado de la antigua frontera con Portugal. Sus padres, pastores que vivían en una choza en los alrededores de Valencia de Alcántara, decidieron que su segundo hijo nacería en la casa de los abuelos y no en mitad del campo. Por eso, cuando su madre iba a dar a luz, fueron hasta Sao Juliao.

Este hombre que se sienta enfrente del reportero levanta la ceja izquierda cada vez que se pone nervioso. Arlindo cuenta su historia vital y dice que hasta los siete años vivió en casuchas en mitad del monte. Su padre, Antonio, era un adicto al alcohol que maltrataba psicológicamente tanto a su mujer, Rosa, como a sus dos hijos, María y Arlindo. “Aquello me hacía ser un chico retraído, tímido, inexpresivo. Ahí dio comienzo mi trauma”, sostiene a modo de justificación el hombre al que sus amigos, siendo un adolescente, le decían a modo de burla "Arlindo requetelindo". Sólo ahora, al hablar de su padre, Arlindo se emociona. Tanto, que los ojos se le humedecen y se le llenan de venas rosáceas.

Una vez la familia se instaló en Valencia de Alcántara, el chico creció en este pueblo donde hoy se le teme como a una maldición. Aquí acabó el antiguo COU. Luego se pasó a la formación profesional para estudiar administrativo. Durante años, sus padres fueron los encargados de cuidar la ermita del pueblo, junto a la que les cedieron una vivienda.

A los 21 años hizo la mili. A los 23, después de hacer un curso de técnico en instalaciones de gas, emigró hasta Madrid en busca de trabajo. Allí encontró empleo, primero en Mercamadrid, luego como vigilante jurado y, más tarde, como técnico en una empresa de gas y calefacción. Con 25 años se casó y al poco tuvo su primera hija. Cuando se le detuvo, la que aún era su mujer se encontraba embarazada de su segunda niña.

- ¿Tiene relación con ellas?

-No. Hace años que no sé nada de ninguna. Lo entiendo perfectamente. Sólo quiero que ellas hagan su vida sin el estigma de ser la mujer o la hija de un violador.

Luego, Arlindo se despide. Detrás de esa puerta que se cierra se refugia el mayor violador de la historia reciente de España. Ha dicho que no quiere marcharse de aquí, que necesita cuidar de su madre hasta que muera. Sólo el tiempo dirá si Valencia de Alcántara le concede ese deseo al hombre que agredió sexualmente a 35 mujeres.

Noticias relacionadas