Pepe Barahona Fernando Ruso

“¿Será una broma, no? ¿Cómo pueden dejar suelto a ese muchacho después de lo que hizo?”. Rocío, vecina de la localidad sevillana de Dos Hermanas, responde ojiplática ante la posibilidad de volver a cruzarse por las calles de su pueblo con el joven Luis Miguel, que arrebató la vida a sus propios padres y a su hermana el 28 de febrero de 2013, día de fiesta en Andalucía.

“Pero si tiene esquizofrenia, ¿quién va a vigilar que se tome la medicación? No creo que salga, ¿no?”. La respuesta atropellada de Rocío es común a la del resto de vecinos de este municipio, sobre todo en la calle San José, donde vivía la familia y donde el parricida asestó decenas de cuchilladas a sus ascendentes y a su hermana. La sensación de riesgo ante la posible salida de Luis Miguel aumenta conforme más se acerca el equipo de EL ESPAÑOL al número 10 de la citada calle, “una mansión” que heredará quien carga con el sino de haber matado a toda su familia.

Rocío, que sigue estupefacta, es floristera en Dos Hermanas. Tiene su negocio junto a la biblioteca, por donde el joven Luis merodeaba recurrentemente, siempre con la oreja al móvil y, según la tesis de los residentes de la zona, “hablando de irse a Miami”.

Era tan frecuente su presencia en la zona que muchos vecinos llegaron a confabular que Luis Miguel encargó las coronas de flores de sus propios padres antes de entregarse en los juzgados, próximos al negocio de Rocío. Pero es falso. “La gente empezó a decirlo por el pueblo pero no es verdad”, apunta Antonio, marido de Rocío, mientras rellena con claveles blancos unas jarras de orfebrería plateada de las que se usan para decorar los altares.

“Si hubiese sido verdad y mi declaración sirviera para demostrar que estaba cuerdo, habría testificado; lo que fuese para evitar que saliese de la cárcel”, asegura Rocío, visiblemente preocupada.

Enajenación mental y absolución

Luis Miguel Briz Torrico durante el juicio por el triple asesinato de sus padres y su hermana. Millán Herce

Lo quiera Rocío, y algunos vecinos de Dos Hermanas, o no, Luis Miguel Briz Torrico fue absuelto de los tres delitos de asesinato de los que se le acusaba. El jurado popular que calificó su participación en la muerte de sus padres, Ángela y Donato, y su hermana Inmaculada apreció que, en momento de los hechos, el acusado, para el que la Fiscalía y la acusación particular pedían 57 años, no era consciente de sus actos. “Enajenación mental”, dictó el juez, que firmó una sentencia de 25 años de internamiento en un centro psiquiátrico penitenciario. El máximo legal permitido. Y ahí sigue desde diciembre de 2014.

En el juicio, los miembros del jurado, oyeron cómo el sangriento desenlace acabó rápido. En torno a la una de la tarde. Defendía Luis Miguel que se sintió acosado por sus padres y que, en defensa propia, agarró en la cocina un cuchillo de diez centímetros de hoja y filo liso y buscó a su hermana. Después a su madre. Y, por último, a su padre.

Los forenses subrayaron el especial ensañamiento que el joven tuvo con su padre habida cuenta de una especial inquina hacia él. Quienes atendieron el cadáver explican que le abrió un agujero en el pecho a la altura del esternón. El informe también reseña la profusión de cuchilladas en el cuerpo de la madre, hasta 28, sobre todo en las manos y antebrazos, lo que lleva a pensar que hubo defensa, fútil, de la asesinada. Nada que ver con la limpieza con la que mató a su hermana: un único corte hondo y certero en el cuello. No tuvo posibilidad de defensa.

Tras los hechos, según lo expuesto en el juicio que se celebró a finales de 2014, Luis Miguel se echó a dormir. Y, recuperado el ánimo, limpió los cuerpos con mimo. Él mismo los amortajó y apiló bajo una manta en el rellano de la escalera. Cerca de la puerta de entrada de una lujosísima casa de dos alturas y unos trescientos metros cuadrados de planta, con suelos de mármol y elegante carpintería, con una exuberante piscina al fondo con barbacoa. Y todo, en el centro del pueblo, a apenas diez minutos andando de la plaza principal.

Del lugar del crimen al puticlub 

Cayó temprano la tarde de invierno y Luis Miguel, inmaculado, salió a la calle, buscó un taxi para que lo acercase a un cercano puticlub y, colmadas sus carencias, regresó a casa. Abrió la puerta, evitó los cadáveres de su familia y se echó a dormir.

El Hospital de Valme, en Sevilla, a donde acudió en varias ocasiones para ser tratado de su esquizofrenia. Fernando Ruso

No madrugó Luis Miguel. La mañana posterior a los hechos, con los cuerpos de sus padres y de su hermana en mitad del rellano, el joven corpulento, de cara redonda, entradas, gafas y aspecto de persona cabal, agarró lápiz y papel y empezó a redactar su confesión. Había matado a sus padres y a su hermana, los cadáveres estaban en la casa y algo tendrían que hacer con ellos, decía el escrito que presentó en el juzgado de instrucción número 3 de Dos Hermanas a las 19.55 horas del día 1 de marzo.

La fiscal jefe de Dos Hermanas, María de los Ángeles Calvo, explica en su despacho a EL ESPAÑOL que eran muchos los escritos que Luis Miguel presentaba en los juzgados denunciando el acoso de sus familiares. Que estos se archivaban después de consignar la falta de lucidez del autor. Por eso, el día en el que el parricida confesó los hechos, nadie le creyó. Y un policía acudió con él a su casa. Diez minutos andando en los que el agente nunca imaginó que sería cierto, que Luis Miguel había matado a sus padres y a su hermana. Pero así fue.

Las marcas del precinto de la policía judicial todavía son visibles, tres años después, en las puertas de madera de la lujosa casa de la familia Briz Torrico. Muchos vecinos de la calle San José se sorprenden al ver a los reporteros de EL ESPAÑOL observándolas. Algunos transeúntes recuerdan que fue allí donde se produjo el asesinato. Y atestiguan el altísimo valor que tiene la finca.

Ya saben quién es el heredero. También lo confirma a EL ESPAÑOL el abogado defensor del parricida, Luis López de Castro. Y la fiscal jefe Calvo.

Heredar de quienes mató 

“Y no solo se quedará con la casa, también tiene un piso en la carretera que va a Cádiz y un local comercial, y tierras, porque ellos tenían muchas tierras”, enumera María —nombre ficticio: “No quiero que vuelva y sepa que la que he hablado soy yo”—, una de las vecinas de la calle San José. “¡Qué cosas, mató a su familia y va a heredad la casa!”, puntualiza la vecina.

Ella es una de las pocas que entró en la casa antes del fatal desenlace. Cuenta que era Luis Miguel el que cuidaba la piscina, lo lujosa que era y que albergaba dinero “bajo la solería”. “En el banco no tenían nada, pero sí escondido en la casa”, sostiene la vecina.

Tal es así que ha habido quienes saltando la escuálida tapia que separa el inmueble de una finca aledaña han accedido a la vivienda para localizar la caja fuerte en la que Donato Briz guardaba el dinero. Una abultada suma, confirman los vecinos, que el empresario habría amasado primero con un negocio de venta de pantalones vaqueros y, después, con una próspera constructora. Hasta que se jubiló.

La obsesión de Donato por preservar el patrimonio familiar de su hijo, enfermo de esquizofrenia, pudo provocar el efecto contrario. Esa es la tesis, bien fundada y nutrida de información privilegiada, de la fiscal jefe de Dos Hermanas, que narra esta teoría, no como fiscal, sino de forma personal a EL ESPAÑOL.

Un empleado de una floristería mostrando el lugar que frecuentaba Luis Miguel Briz Torrico los días previos al asesinato, hablando desde su móvil de manera enérgica. Fernando Ruso

“Suele pasar mucho, la obsesión por querer evitar algo acaba provocando que suceda”, explica Calvo. Cuatro años después de los hechos, la fiscal jefe recuerda que Donato y su hija Inmaculada, abogada de profesión, acudieron a su despacho para incapacitar al joven Luis Miguel. Ella explicó que esa medida nunca se adopta para la protección del patrimonio, sino del propio incapacitado. También advirtió que no era ella el medio por el que debían cursar su demanda.

Obsesionados por proteger el patrimonio

“No supe ver, y ese fue mi error, que la hermana también sufría esquizofrenia”, se lamenta Calvo. Una teoría compartida por todos los vecinos con los que han hablado los reporteros de EL ESPAÑOL y que quedó evidenciado en el juicio. “Ella estaba peor que su hermano, pero se medicaba; también la madre lo estaba. El único cuerdo de esa casa era el padre, que estaba obsesionado con el dinero”, explica la vecina.

Calvo prosigue aseverando que en su lucha por conseguir la incapacidad de Luis Miguel, la familia hostigó al joven y se despreocupó de que este se tomara la pertinente medicación. La fiscal apunta que cuando entró su equipo en el lugar de los hechos, llegaron a percatarse de la presencia de unas notas manuscritas pegadas en los muebles de la casa en las que se insistía en la idea de que el parricida era malo y estaba loco. “Y todo con el propósito de hostigar al joven, alterar su psique y conseguir un dictamen favorable de los médicos para lograr la incapacitación”, sigue Calvo, que recuerda los muchos escritos que el propio parricida registró en el juzgado antes de los hechos. Todos insistiendo en el acoso que sufría por su familia.

Esta teoría no se esgrimió en el juzgado. Tampoco hizo falta. Varios peritos psiquiatras certificaron de forma unánime la esquizofrenia paranoide crónica que padecía y padece el entonces acusado y que en el momento de los hechos Luis Miguel tenía “anuladas sus facultades cognoscitivas y volitivas”, según se explica en la sentencia. Enajenación mental que justificó el eximente de responsabilidad penal.

Y el joven Luis Miguel Briz Torrico, a pesar de ser responsable de la muerte de sus padres y de su hermana, fue absuelto de asesinato.

“Es la sociedad la que ha fallado" 

Luis Miguel Briz Torrico durante el juicio por el triple asesinato de sus padres y su hermana. Millán Herce

Y heredero de los bienes de la familia. “Naturalmente”, responde el abogado defensor de Luis Miguel. “Al ser el único descendiente, y no existir un testamento que dicte lo contrario, es beneficiario de la herencia de sus padres”, confirma a EL ESPAÑOL el abogado López de Castro.

—¿Y cuándo podría salir del psiquiátrico penitenciario?

—Mi defendido está internado durante 25 años como plazo máximo, que es el máximo legal permitido. En ese tiempo se hacen evaluaciones anuales por parte de un equipo médico, que determina si está en condiciones de seguir ingresado o si ya puede salir a la calle. Los dos primeros años ha sido negativo, pero quien sabe cuál puede ser el sentido del próximo. Yo veo bien a Luis Miguel, es una persona normal. Y si todo va bien, podría salir en breve. Es la sociedad la que ha fallado en este caso, al no ser capaz de tratar a este tipo de enfermos, para los que no hay recursos disponibles. Ya no quedan hospitales psiquiátricos y los dos centros penitenciarios psiquiátricos, uno en Sevilla y otro en Alicante, están saturados. Es algo que debemos denunciar.

Porque Luis Miguel está enfermo. “Temía por mi vida”, repetía una y otra vez en el juicio. “Si no actúo en defensa propia, el que está muerto hoy soy yo”, insistía una y otra vez. Porque el joven vio a su padre, a su madre y a su hermana acechándoles con un chuchillo. Y reacciono. O, al menos, eso es lo que él vio. O quizás imaginó su mente perturbada.

Ahora heredará la casa. Y los vecinos, que admiten tener miedo a verlo suelto, siguen preguntándose. “¿Quién le vigilará la medicación? ¿Quién nos asegura que no se imaginará cosas y responda de forma agresiva? Eso de que saldrá pronto, será una broma, ¿no?”.

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