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Durante cinco años, todas las noches a la misma hora, los servidores de la sede de la Unión Africana en Adís Abeba —la capital de Etiopía y centro diplomático del continente— comenzaron a enviar grandes volúmenes de datos a Shanghái.

Según diversas investigaciones, la información transferida incluía documentos diplomáticos confidenciales, transcripciones de reuniones internas y comunicaciones estratégicas entre Estados miembro.

El flujo era tan sistemático que, cuando se descubrió en 2018, se constató que se había estado produciendo sin interrupción desde el mismo año de la inauguración del edificio, coincidiendo con la instalación de servidores Huawei.

Eva Dou, autora del libre 'The house of Huawei'. Washington Post

La transferencia no autorizada de esta información sensible puso de relieve el riesgo de que infraestructuras tecnológicas suministradas por empresas chinas sirvieran como canales encubiertos de espionaje institucional.

Aunque Huawei negó cualquier implicación y el Gobierno chino calificó las acusaciones de infundadas, el episodio generó una alarma internacional duradera sobre el papel de la compañía en la recopilación global de inteligencia al servicio del Partido Comunista Chino.

El escándalo no fue una anomalía aislada en el continente africano, sino un precedente inquietante que hoy resuena en otras latitudes. Esta misma semana, la preocupación por el alcance de Huawei ha llegado a España.

El Comité Selecto Permanente de Inteligencia de Estados Unidos ha emitido una advertencia directa a nuestro país por permitir que la compañía china gestione servicios públicos sensibles. La polémica, lejos de amainar, sitúa a España en el foco del tablero internacional. Y refuerza una sensación creciente en Occidente: que cada servidor, cada router, cada cámara conectada a una red gestionada por Huawei puede ser una vía más hacia el corazón de los sistemas democráticos.

Más allá de la venta de dispositivos o redes 5G, Huawei se ha convertido en un actor geopolítico de primer orden. Su presencia ya no puede analizarse solo en términos comerciales. Las implicaciones en seguridad nacional, soberanía digital y control informativo están en el centro del debate que protagoniza hoy esta multinacional.

Una empresa distinta a todas

Huawei no cotiza en bolsa, no permite auditorías externas y tiene una estructura corporativa opaca. Fue fundada por un exmilitar —Ren Zhengfei— y su crecimiento ha estado siempre ligado a subvenciones estatales, protecciones diplomáticas y una alineación total con los intereses estratégicos de Pekín.

La compañía ha logrado entrar en los mercados más competitivos del mundo, vendiendo tecnología a precios imbatibles y adaptando sus ofertas a cada interlocutor político con fines que pudieran parecer ciertamente turbios.

El espionaje no es un accidente, sino una posibilidad real integrada en su modelo de negocio. Su independencia como empresa parece más formal que real. Se teme que actúe muchas veces como una extensión del propio Estado chino, tanto en lo comercial como en lo tecnológico y diplomático.

La periodista del Washington Post, Eva Dou, ha documentado con rigor esta estructura opaca en su libro The House of Huawei, una investigación exhaustiva sobre el ascenso global de la compañía tecnológica china y su papel como brazo operativo del poder estatal de Pekín. En conversación con EL ESPAÑOL, Dou ha explicado algunas de las claves de su trabajo y las implicaciones que el modelo Huawei puede tener específicamente para España.

Tecnología china en áreas sensibles

La relación entre Huawei y las instituciones españolas ha escalado esta semana al ámbito internacional tras conocerse que el Ministerio del Interior adjudicó a la compañía china un contrato de 12,3 millones de euros para custodiar escuchas judiciales.

La noticia ha provocado una oleada de críticas desde Bruselas y Washington. La Eurocámara, expertos en ciberseguridad y el Comité de Inteligencia de EE.UU. han expresado su preocupación por el posible acceso de Huawei —y, por extensión, del Partido Comunista Chino— a información sensible.

Huawei es una empresa tecnológica china. EFE

El Senado estadounidense ha dado un paso más. En una carta dirigida a la directora de Inteligencia de la Casa Blanca, Tulsi Gabbard, los senadores Tom Cotton y Rick Crawford pidieron revisar los acuerdos de intercambio de inteligencia con España. "La adjudicación de contratos a Huawei demuestra que no se toman en serio la amenaza de China", escribieron.

Y advirtieron que  Huawei podría acceder encubiertamente al sistema de interceptación legal de una nación aliada de la OTAN.

España es uno de los pocos países de Europa occidental donde Huawei aún opera con normalidad en áreas estratégicas del sector público. Desde hace más de una década, la tecnológica ha gestionado servicios relacionados con cuerpos de seguridad y escuchas judiciales, pese a las crecientes restricciones internacionales.

Eva Dou —autora del libro The House of Huawei— advierte: "La preocupación no es solo puntual, sino estructural: cuando una empresa con conexiones estatales tan profundas accede a datos sensibles de un país democrático, las consecuencias pueden ser imprevisibles".

La relación de Huawei con figuras políticas del ámbito socialista español y la falta de una legislación clara que regule el acceso de proveedores extranjeros a infraestructuras críticas refuerzan la inquietud.

Exministros como José Blanco, a través de su consultora  Acento, han tenido entre sus clientes a Huawei. También el expresidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero ha sido señalado por su cercanía con la compañía, al participar en actos públicos o apoyar indirectamente su presencia en España. Estos vínculos ilustran hasta qué punto el lobby ha sido un vector fundamental para la expansión de Huawei.

La ausencia de una política común europea y la falta de mecanismos legales sólidos en España para limitar el acceso de tecnológicas extranjeras a servicios estratégicos abren grietas de seguridad. Grietas que, según los analistas, podrían poner en riesgo no solo la autonomía digital española, sino también la de sus aliados más próximos.

Lobby, expansión y la puerta europea

Huawei se introdujo en Europa en los años 2000 de forma sigilosa, con una estrategia que combinaba precios competitivos y alianzas adaptadas a las necesidades de cada país. "Logró introducirse al cerrar acuerdos con operadoras europeas para ayudarlas a construir redes rentables en países en desarrollo", explica Eva Dou.

Telefónica fue una de las primeras. "En 2004 empezó a comprar routers de Huawei para sus operaciones en Brasil y Chile, lo que derivó en una alianza más profunda un año después para desarrollar el mercado latinoamericano".

Un estante de Huawei en una feria tecnológica. EFE

Después vinieron Vodafone y Orange, dos gigantes europeos con proyección global. Estos acuerdos iniciales en mercados emergentes fueron allanando el camino hacia contratos mayores en Europa.

"Las operadoras se sintieron cada vez más cómodas con Huawei, que también aprendió a adaptar sus productos a las necesidades europeas, con el impulso del gobierno chino en la sombra" añade Dou. Los proyectos de  I+D conjuntos fueron, en particular, un fuerte incentivo para sellar coaliciones tecnológicas duraderas, ofreciendo beneficios tangibles a cambio de acceso e influencia.

En paralelo, Huawei ha tejido una red de influencia empresarial en Europa. Ha financiado programas de investigación con universidades, patrocinado eventos institucionales y reforzado su equipo de lobby en Bruselas, donde opera como una gran multinacional más.

Sin embargo, sus conexiones con el aparato de poder chino siguen despertando recelos. "Su presencia como proveedor de gobiernos en Europa tiene mucho que ver con sus precios más bajos frente a competidores occidentales, pero también refleja la resistencia de ciertos funcionarios europeos a 'obedecer órdenes' del Gobierno de Estados Unidos", sentencia Dou.

El resultado es un panorama fragmentado. Mientras algunos países han optado por restringir su participación en redes 5G, otros, como España, mantienen lazos estrechos con la compañía. La falta de una política común dentro de la UE ha permitido a Huawei aprovechar las divisiones internas para mantener su posición.

Lo que empezó como una operación comercial se ha transformado en una red de influencia, donde cada cable de fibra o servidor instalado puede convertirse en una palanca geopolítica.

Puertas traseras en redes 5G

Durante años, las autoridades de seguridad alemanas han mostrado reservas sobre la implicación de Huawei en las redes de telecomunicaciones del país. En especial, el despliegue de la red 5G generó un intenso debate político y técnico.

Aunque el Gobierno alemán no llegó a prohibir formalmente a la empresa china, sí endureció progresivamente los requisitos de seguridad tras recibir informes que alertaban sobre la existencia de puertas traseras en sus equipos. Dichos accesos remotos, de confirmarse, permitirían a actores externos interceptar comunicaciones o recopilar datos sin autorización.

Los servicios de inteligencia alemanes recomendaron limitar la participación de Huawei en las zonas más sensibles del sistema de telecomunicaciones, como la red troncal o los centros de datos del Gobierno.

Aun así, muchas empresas privadas continuaron utilizando tecnología de la firma asiática, seducidas por unos costes que resultaban muy inferiores a los de sus competidores europeos o estadounidenses. Esta disonancia entre el criterio de seguridad nacional y la lógica empresarial revela una grieta estructural en la estrategia tecnológica del país.

El caso alemán pone sobre la mesa, una vez más, las dificultades a las que se enfrentan las democracias liberales para equilibrar la protección de sus infraestructuras con el respeto a la libre competencia.

Huawei ha generado millones de euros en Europa. EFE

Berlín ha reclamado en diversas ocasiones una posición común dentro de la Unión Europea, pero la falta de una normativa comunitaria vinculante ha dejado a cada país decidir por su cuenta. Mientras tanto, Huawei ha seguido operando, expandiendo su presencia en sectores clave del continente.

Tecnología para vigilar

En 2019, Huawei firmó un acuerdo con el Ministerio del Interior serbio para desplegar un sistema de videovigilancia en Belgrado con reconocimiento facial. La medida, presentada como una mejora de la seguridad ciudadana, fue criticada por ONGs que alertaban de un potencial uso represivo.

La vigilancia inteligente desplegada incluía cámaras con capacidad de seguimiento individual, algo que despertó alertas en el Parlamento Europeo. El acuerdo no fue transparente, y la formación de técnicos locales quedó en manos de ingenieros de Huawei, lo que añadió dependencia operativa.

Este tipo de proyectos muestran cómo Huawei no solo vende tecnología, sino que exporta un modelo de control basado en la centralización de datos y la supervisión constante. En países con baja calidad democrática o débil oposición institucional, la compañía ha conseguido introducir sus sistemas con escasa resistencia. Serbia se convirtió así en uno de los primeros laboratorios europeos del modelo chino de seguridad pública digital.

Un patrón similar se observa en Pakistán, donde una investigación conjunta entre el medio IPVM y The Washington Post reveló que Huawei probó un software capaz de clasificar a personas por etnia y religión mediante reconocimiento biométrico.

Aunque no se demostró su implementación definitiva, el proyecto mostraba la disposición de la empresa a adaptar su tecnología a las demandas más sensibles de gobiernos aliados de Pekín.

Pakistán, además de cliente, es un socio estratégico para China en su iniciativa de infraestructuras conocida como la Ruta de la Seda. Esta relación ha facilitado un entorno donde Huawei ha podido ensayar soluciones de vigilancia avanzadas sin los controles democráticos presentes en otros países. La ética tecnológica, en este modelo, queda subordinada a los intereses políticos del cliente y del Estado chino.

¿Una advertencia a tiempo?

Huawei no llegó con tanques ni banderas, sino con routers, antenas, subvenciones y una sonrisa comercial. Su estrategia no fue conquistar, sino integrarse. Y lo consiguió. Hoy forma parte del esqueleto digital de medio planeta. Desde Etiopía a España, desde Pakistán a Alemania, ha conectado gobiernos, almacenado datos y construido infraestructuras críticas con una lealtad no a los países donde opera, sino al régimen que la respalda.

La pregunta ya no es si puede haber riesgo, es si estamos dispuestos a asumirlo. Porque Huawei no es una anomalía: es la vanguardia de un modelo de poder que combina tecnología, influencia y opacidad.

Un poder que no necesita invadir porque se instala desde dentro. Lo que está en juego no es solo la ciberseguridad. Es el control de la información, la soberanía digital y, en última instancia, el margen de libertad de nuestras sociedades.