Un buen día Alberto Javier Luceño Cerón decidió que iba a ser como Gordon Gekko, el empresario sin escrúpulos que protagoniza Wall Street (Oliver Stone, 1987). No obstante, si Michael Douglas fue nominado al Oscar por ese papel, la interpretación de Gekko que ha hecho Luceño sería merecedora de la nominación al Razzie a Peor Actor. Y es que este empresario de raíces extremeñas ha ido dando tumbos por el sendero del pillaje más descarado hasta alcanzar su ansiado tren de vida propio de Wall Street, sí, pero también una imputación –junto a Luis Medina– por los delitos de estafa agravada, blanqueo de capitales y falsedad en documento público.

Los orígenes de Luceño están en el pueblecito cacereño de Garrovillas de Alconétar que, pobres, qué culpa tienen de ir a hacerse ahora famosos por esto. De hecho, en el pueblo ya empiezan a mostrarse tan sorprendidos como ajenos al asunto. Un acto con respecto a Luceño –el de no querer estar involucrado con él– que empieza a ser común.

Tanto, que ya no se sabe si Medina y él eran amigos o simplemente socios: Elena Collado, que negoció con ambos el contrato de las mascarillas como representante del Ayuntamiento de Madrid, en su declaración ante la Fiscalía Anticorrupción afirmaba no recordar si Medina se refirió a él como una cosa o como la otra. Lo cierto es que, si alguna vez lo fueron, el hijo del duque de Feria y Naty Abascal ha cortado relaciones dando paso a un sálvese quien pueda de manual.

Antes que los habitantes de Garrovillas de Alconétar y de Luis Medina, Luceño acumula un historial de amigos y socios que no le pueden ni ver tan extenso que podría rivalizar con el de ligues de Julio Iglesias.

Por ejemplo, la Escuela Europea de Dirección y Empresa (EUDE), de la que Luceño fue socio y apoderado, ahora reniega de él afirmando a InfoLibre que "lleva casi una década completamente desvinculado de EUDE" y que la escuela "está al margen de causas legales en el ámbito personal que hayan podido tener sus antiguos accionistas". Algo que viene de lejos: una de las carpetas intervenidas en la Operación Púnica llevaba el nombre de Marrones Luceño.

Luceño

Aunque finalmente en aquella no fue imputado, el futuro de Luceño no parece ahora tan esperanzador. Pero ¿qué ha hecho todos estos años para ganarse tantos enemigos? ¿Cómo alguien que empezó estudiando Ciencias de la Información y diplomado en Joyería y Gemología ha acabado metido en estos entuertos?

De profesión, joyero

Según su perfil de LinkedIn –que, si es igual de fiable que sus palabras y su trayectoria, habrá que coger con pinzas–, Alberto Luceño se diplomó en Joyería y Gemología en el Instituto Gemológico Español. Corría el año 1989 y tan solo un año antes, quién sabe si de ahí le vino la idea de buscar una profesión en contacto con los brillantes, se había estrenado Wall Street en España.

Siempre visionario, se adelantó a la época actual de la titulitis y se licenció casi al mismo tiempo en Ciencias de la Información por la Universidad Europea y en Psicología por la Universidad de Navarra. Además, en 1993 fue galardonado con el Premio a Mejor Empresario Joven de España, aunque la Confederación Española de Jóvenes Empresarios (CEAJE) que concede este reconocimiento no los entregó aquel año 1993 e Injuve, que hace algo parecido, fue posterior. Al no especificar qué otra entidad también organiza esta ceremonia quedará la duda de quién lo premió; quién sabe, igual fue el Mejor Empresario Joven de Garrovillas de Alconétar.

Pero para Luceño no era suficiente y aún se pasó otro año más estudiando Técnico de Protección Radiológica en la Central Nuclear de Ascó, Tarragona. Un currículum tan variado e increíble como los destinos que visitó Willy Fog en 80 días.

En 1998, por fin, el joven Luceño estaba listo ya para lanzarse a la jungla de asfalto. La misma en la que fracasaron los ladrones de aquel film noir de John Huston. No obstante, esa primera década en la jungla madrileña debió de irle bien, porque el siguiente dato de él es ya de 2005: director comercial de Luxenter. Una trayectoria por la que han ido desfilando distintos puestos cortados por el mismo patrón: director general de Poète, miembro de la junta directiva de la asociación textil Acotex, profesor en Esden Business School, presidente de iProjects Diseño o CEO de Uno de 50. Esta última, dedicada a la joyería, puede ser una de las claves que expliquen muchas de las cosas que han ocurrido recientemente.

De Madrid a China

En su declaración al fiscal anticorrupción, Luis Medina asegura que conoció a Luceño hace 15 años: "Yo estaba trabajando en bisutería. Él venía de ese sector y estuvo colaborando con nosotros. Con el tiempo, me he ido dedicando al comercio de materias primas y sabía que él también porque ha vivido muchos años en China, y por ahí alguna vez hemos estado haciendo cosas, bueno, tratando de hacerlas, porque nunca habíamos cerrado ninguna operación".

Luis Medina y Naty Abascal

Luceño, por su parte, ha dicho al fiscal que en 2018 ya colaboraron en un contrato de compraventa de carne de pollo. Además, reduce a 12 sus años de relación: "Le conocí en 2010. Yo he sido director general de textil en varias compañías y él tenía una empresa de comunicación del sector. Una persona que tenemos en común nos presenta". 

Ya sean 12 o 15 años, en esa época Luceño trabajaba como CEO de Uno de 50, una multinacional española dedicada a la joyería, lo cual encajaría con la declaración de Medina. No es difícil imaginar cómo pudo ser la relación entonces y por qué congeniaron tanto. Medina, acostumbrado a una vida de comodidades, también se visualizaba a sí mismo como un sucedáneo a la española de Gordon Gekko. Sin embargo, su papel pudo ser más parecido al que interpreta Charlie Sheen, Bud Fox, socio y aprendiz de Gekko.

Luceño ha sido siempre un Eddie Felson castizo, un buscavidas cuyo mayor talento ha sido saber venderse. Así lo atestiguan los múltiples testimonios de las joyerías que trabajaron con él en aquellos años. "Sus mentiras causaron la ruptura entre mi socio capitalista y yo, lo que provocó la ruina de la compañía", cuenta a El País Lola Gómez, una empresaria que lo conoció de cerca.

Algo positivo pudo rescatar de los años en joyería –además de buenos contratos– Alberto Luceño: es bastante probable que los contactos en China, a la postre esenciales para la trama de las comisiones por material sanitario, los granjeara aquel entonces, ya que la bisutería es un sector que mueve mucho negocio en el continente asiático. Algo que también cuadraría con lo relatado por Medina al fiscal.

Collado también habla de él como "un hombre pagado de sí mismo": "Me dijo que era un empresario de éxito que había vivido en China y tenía muchísimos contactos y facilidad para moverse en ese entorno". Además de tener mucha seguridad, hay que ser poco pudoroso para hablar así de uno mismo. Una actitud que, de nuevo, habrían firmado los guionistas que crearon a Gordon Gekko.

La semana en Puente Romano

Medina cuenta que fue Luceño quien se puso en contacto con él. Durante años les había gustado fabular cómo sería hacerse ricos juntos, dando un golpe brutal, granujas de medio pelo en realidad. Que tenía contactos en China con un proveedor. Lo cierto es que Luceño no tenía gran experiencia en este tipo de negocios, ni estaba metido como tal en ninguna fábrica –como se demostró después, cuando gran parte del material resultó defectuoso–. Pero si Medina encontraba un cliente, comenzarían un negocio a tres bandas para vender material sanitario.

El proveedor finalmente fue Shin Chan Choo, responsable de la empresa malaya Leno (M) Sdn Bhd; el cliente, el Ayuntamiento de Madrid. Medina y Luceño, unos intermediarios que de altruistas tenían poco.

Tal y como ha desvelado EL ESPAÑOL, el 30 de marzo de 2020, cuando se registraron 211 muertes en Madrid y la pandemia nos sumergía en los peores momentos, Luceño mandó un correo a su compinche Medina: "Pa' la saca". Antes de que llegara abril, los socios comisionistas habían ingresado ya cuatro millones de dólares (tres Luceño, que acabarían siendo cinco, y uno, Medina). Una comisión de la que Collado asegura era absoluta desconocedora.

Con el dinero de las comisiones, del cual Luceño escondió una parte hasta a su socio, adquirió todo tipo de productos de lujo, en especial coches de alta gama, varios Rolex y una viviendo en Pozuelo de Alarcón valorada en 1.107.400 euros, según puede comprobarse en el sumario al que ha tenido acceso este periódico.

Sin embargo, llaman la atención los 60.000 euros pagados correspondientes a la factura de un hotel en Marbella. En el resort Puente Romano, Luceño se gastó cantidades obscenas de dinero entre el 10 y el 16 de agosto de 2020. Entre los gastos esenciales de Luceño están, por ejemplo, 1.150 euros en el almuerzo del día 15. Ah, y la factura acaba con el donativo de un euro a la Asociación Crece, que no se diga.

Sumario

La caridad de los Luceño

Otro de los relatos de Alberto Luceño y Luis Medina tiene que ver con la supuesta caridad que movía todas sus acciones. Decidieron donar 238.000 mascarillas KN95 de grafeno. Todo gratis, claro. Como si no estuviesen ya lo suficientemente pagadas con los seis millones que cobraron en total y que supusieron, en el caso de Medina, multiplicar por 400 sus ingresos. Para Luceño tampoco fue poca cosa: había pasado del medio millón del año anterior a los cinco de 2019 en solo esa operación.

Lo llamativo es que Luceño pidió que 50.000 de esas mascarillas debían ir a parar al Hospital Puerta de Hierro. La generosidad tenía un destinatario muy concreto: el hospital en el que trabaja su esposa Rosario Llópez-Carratalá. Más conocida como Charo –así figura en los mails, y también en su LinkedIn, Twitter e Instagram–, es una nefróloga en dicho hospital. A Luceño le gustaba presumir de que todos en el Puerta de Hierro agradecían a Charo por lo que había hecho su marido. Charo, por cierto, tan sólo tiene 77 seguidores en Instagram, pero parece compartir con su marido la pasión por las joyas: un buen porcentaje de las cuentas que la siguen se dedica a este sector.

Está por ver cómo se resuelve todo. De momento, Luceño ha realizado una declaración a la Fiscalía salpicada de errores de bulto. Por ejemplo, ha admitido haber vendido tres de los coches adquiridos gracias a las comisiones en lo que parece su nuevo juguete: la compraventa de vehículos de lujo.

Cuando el fiscal le ha avisado de que enajenar bienes o hacer cualquier operación que pueda dificultar un posible embargo el día de mañana es un delito, Luceño ha respondido bravo que "todo está a nombre de Takamaka ya", una de sus empresas que, por cierto, debe su nombre a una de las islas asiáticas de Seychelles. En ese momento, su abogado se ha revuelto nervioso, y las palabras siguientes del fiscal explican por qué: "Si el día de mañana le llega un juicio penal, usted es condenado y tiene que pagar una indemnización, y dice que no tiene bienes suficientes porque los ha enajenado, eso sería un nuevo delito".

Está claro que Luceño está lejos de ser Gekko. También está lejos de ser esa persona que, en charlas a la Escuela Europea de Dirección y Empresas, decía que los valores más importantes son los de "la honestidad, la generosidad, la humildad, la integridad". Sin embargo, en algo sí que parece estar cerca de Gekko: como le dijo su socio Bud Fox en un momento de la película: "Para eso, mejor haber leído Pinocho".

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