El jueves pasado, España dio un importante paso en la lucha contra el calentamiento global con la aprobación de la nueva Ley de Cambio Climático y Transición Energética. Esta norma va a definir en gran parte el modelo de sociedad al que va a tender nuestro país en las décadas venideras. Y eso también incluye a los coches.

2040. Ese es el año que la ley decreta para que se dejen de vender en España coches con motores de combustión. Todos deberán ser eléctricos. Con esto se acaba la gasolina, el diesel, la propulsión por gas e incluso los coches híbridos e híbridos enchufables.

En esto también entran las motos y los vehículos comerciales ligeros. La ley prevé que en el año 2050 no haya motores de combustión circulando por las carreteras españolas, salvo aquellos vehículos catalogados como clásicos.

Esto va a tener también un impacto directo en los fabricantes, que se verán obligados a ofrecer coches 100% eléctricos y, probablemente, lo tendrán que hacer en toda Europa, ya que se espera que leyes como estas se extiendan por todo el continente. Los coches, como los hemos conocido toda la vida, van a cambiar radicalmente en los próximos años.

Hay una opción aparte de la electricidad que también contempla la ley: la propulsión por hidrógeno. Aunque esta tecnología todavía no está demasiado desarrollada, varios fabricantes de automóviles ya han dado pasos importantes en implementarla.

El Toyota Mirai, un coche propulsado por hidrógeno.

Hay otros detalles importantes que también contempla esta ley. Las gasolineras (¿se las podrá seguir llamando así?) estarán obligadas a tener puntos de carga para vehículos eléctricos. Como mínimo, deberán contar con enchufes de 50 kW o 150 kWh de potencia. Esto dependerá de su nivel de ventas anuales.

Asimismo, las ciudades españolas de más de 50.000 habitantes -incluidas las islas- deberán contar con zonas de bajas emisiones antes de 2023. Esto resulta cuanto menos paradójico ahora que Madrid Central está en el ojo del huracán y su futuro es incierto.

Lo que falta

El plan de esta ley es ambicioso, pero cabe recordar que los vehículos eléctricos todavía tienen muchas carencias y un gran impacto ambiental. Por ejemplo, fabricar una de una sola batería de iones de litio de 100 kWh emite entre 150 y 200 toneladas de CO2 a la atmósfera. Y cada coche eléctrico lleva varias baterías. Son las que mueven un Tesla Model S, por ejemplo.

Tesla Model S, un coche 100% eléctrico.

En otras palabras, fabricar una sola batería de iones de litio equivale a conducir un coche de gasolina durante ocho años, según publicó el Instituto de Medio Ambiente de Suecia en un estudio. Además, la vida útil de una de estas baterías apenas llega a los tres años. Los costes medioambientales de fabricarla, actualmente, no superan a los beneficios que proporciona.

Pero la lista de problemas no termina ahí. Para fabricar las baterías se requiere níquel, litio y cobalto, es decir, materias primas tan finitas como el petróleo. Las reservas de estos preciados minerales se reparten por Argentina, Chile, Bolivia, Cuba, Brasil, Australia, Rusia y el eterno castigado Congo africano. En algunos de estos lugares se usa de mano casi esclava (a veces sin en casi) para extraer estos minerales. Asimismo, sacarlos cuesta energía, agua y (¡sorpresa!) gasolina, la misma con la que se pretende acabar.

Pero, por fortuna, los fabricantes todavía tienen dos décadas para adaptar toda su gama a las energías verdes, y 20 años de investigación dan para mucho.

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