Madala Tounkara llegó con 15 años a bordo de un cayuco a la isla de Gran Canaria. Fue en 2012. Pese a que era un crío, sabía lo que era sufrir. Antes ya había trabajado como repartidor y como pescador en Mauritania. La embarcación en la que Madala viajó durante cuatro días por aguas del Atlántico partió desde Nuadibú. Le acompañaban 21 personas más procedentes de distintos países de África. Madala pasó frío y hambre durante la travesía. Pero, sobre todo, pasó miedo. Temió perder la vida en aquel inmenso océano que a sus ojos parecía no tener fin.

A las pocas semanas de llegar, España deportó a 20 de aquellos inmigrantes. Menos a Madala, que era menor de edad, y a una mujer que estaba embarazada. Ahora, con 24 años, este joven de Malí está a un solo paso de representar a su país en los Juegos Olímpicos de Pekín. Si la pandemia lo permite, en junio de 2021 se disputará el preolímpico en París. Allí estará Madala portando la bandera de su país natal. Mientras, trabaja de pizzero en Gran Canaria, donde entrena seis días a la semana.

“Es mi sueño. Quiero hacer algo grande por mí, por mi madre y por mi país”, explica Madala por teléfono este miércoles a EL ESPAÑOL. “Un día salí de Malí con unos 20 euros en el bolsillo. Era todo lo que pudo darme mi madre, que tuvo siete hijos. Ahora yo quiero volver a Malí en cinco o seis años y montar mi propia empresa. Pero antes quiero ser olímpico y dar el salto al boxeo profesional”.

Madala Tounkara nació en Tringa Lambatara, una pequeña aldea ubicada al suroeste de Malí, en una zona cercana a la frontera con Mauritania por el norte y a la de Senegal por el oeste. Con aquellos 20 euros que le dio su madre, Madala se mudó a Mauritania, donde trabajó durante un año repartiendo paquetes en una furgoneta.

Luego se trasladó a la costa, hasta Nuabidú, una franja del litoral mauritano que divide Senegal y Mauritania. Allí se empleó en la pesca. Una noche, un amigo le dijo: “Mañana nos vamos a España”. Madala no se lo pensó. “Vamos juntos”, respondió.

Madala Tounkara compagina su trabajo como pizzero en Gran Canaria con el boxeo. Cedida

Acogido

El joven pasó casi tres años, hasta que cumplió la mayoría de edad, en un centro de menores de Gran Canaria. Luego, durante medio año estuvo acogido por la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR).

Para poder continuar en territorio español, Madala necesitaba un contrato de trabajo que no conseguía en la isla. Para obtenerlo, se mudó a Barbastro, en Huesca, donde trabajó seis meses como jornalero del campo y luego encontró un empleo fijo en una lavandería.  

Pero en 2018, cansado “del frío de la península, al que no estaba acostumbrado", y de que le pagaban mal, retornó a Gran Canaria. Allí tenía varios amigos. Al principio de su vuelto cobró el paro. Como tenía más tiempo libre, empezó a frecuentar un gimnasio. Nada serio. Unas pesas y a casa. Pero un amigo, Moro Diarra, también de Malí, le propuso boxear. Madala tenía los brazos largos y poco miedo a recibir golpes. Buena combinación para empezar a guantear

“Me gustó mucho. De eso hace ya tres años y ahora mi país me ha elegido para tratar de llegar a Tokio. Estoy luchando duro por ello”, explica Madala, que compite en categoría ‘welter’ (64-69 kilos).

Madala junto a su madre y una hermana. Cedida

Este joven boxeador ya compitió en la primera prueba preolímpica que se disputó en Senegal, en febrero de 2020. En aquella ocasión la suerte le fue esquiva. Se dislocó un hombro al poco de empezar el combate. Perdió de dos a los puntos ante un rival sudafricano.

Tras aquel combate, Madala regresó a su país por primera vez tras su partida. La pandemia le cogió allí, España cerró sus frontera con Malí y tuvo que quedarse seis meses con su madre.

Madre orgullosa

“En mi pueblo me recibieron como a un héroe. Me hicieron hablar en público con un megáfono. La gente me respetó mucho. Mi madre lloraba y lloraba al verme. Yo, igual. Llevábamos ocho años separados. Está muy orgullosa de mí. Por lo que hice y por lo que hago”, dice Madala. 

En Gran Canaria, Madala ha seguido siempre los consejos de la mujer que le trajo al mundo, Fatimata Koita. “Siempre me decía que respetara a los demás y que así nunca me faltaría de nada. He seguido su senda y me ha ido bien”, explica su hijo, que tiene un contrato fijo en una pizzería de la isla.

Madala se entrena seis días a la semana. En la imagen, musculándose con pesas. Cedida

Mientras llega la cita de París, entrena dos horas al día. Sólo descansa los viernes. Los sábados y domingos se enfrenta a sparrings. Hace una semana cambió de entrenador. Ahora es Iván Santana. Madala quiere ir junto a él a los próximos Juegos Olímpicos y dar el salto al profesionalismo “en dos o tres años”.

Luego, quiere volver a su país, donde prevé montar una gasolinera o un supermercado. Pero Madala, asegura, “siempre” estará gradecido a la isla que le acogió.

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