Enrique Recio Jorge Barreno

Hace dos días, José empezó a tener algo de tos, pero no le dio demasiada importancia y se marchó a trabajar. Poco después, ese carraspeo fue a más y ya algo preocupado decidió acudir a Urgencias. La PCR salió positiva y los médicos lo dejaron ingresado en Planta. Este viernes, tan solo 24 horas después de que llegase al hospital, su estado reviste gravedad. Empeora por momentos y apenas puede respirar

"¡Tenemos un ingreso¡", grita una enfermera, alertando al resto del equipo. Todos se preparan. Los sanitarios empiezan a movilizarse y preparan una cama cerca del único box que queda libre. Al instante, el paciente llega en la camilla, consciente y asustado, o eso es al menos lo que denota su mirada. Casi sin parpadear, observa todo y a todos. Es José. No alcanza los 55 años. 

Llega el momento de desplazarlo a la cama. Cada vez hay más médicos, enfermeros y auxiliares. Tienen que hacerlo rápido. Entre seis, lo envuelven con una sábana y lo trasladan a su nueva camilla. "Hola José, qué tal. No te preocupes, estás en buenas manos", le dice otra enfermera, cogiéndole de la mano mientras lo introducen en la habitación C12. Él ni siquiera mueve la cabeza. Ya rodeado de máquinas y monitores, los sanitarios comienzan a ponerle vías para la medicación y un catéter arterial para medir la tensión; después lo sedan, lo intuban y lo conectan a un respirador. Comienza su batalla

Esta es la primera escena con la que se encuentra este periódico nada más cruzar la puerta que da acceso a la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Universitario Puerta de Hierro, en Majadahonda (Madrid). Un espacio blindado por el riesgo que supone para la salud y en el que EL ESPAÑOL pasa una jornada para ser testigo de los importantes estragos que la segunda ola de COVID-19 está dejando en los hospitales españoles. 

El ambiente que se respira en el interior de la UCI es sobrecogedor, triste. El silencio es total, salvo por los sonidos que desprenden los monitores de signos vitales. En ocasiones, intermitentes y en otras, permanentes. Una linea roja separa la zona segura de la que no lo es. No se puede sobrepasar. A escasos centímetros de ella, se encuentran los boxes. En su interior y protegidos por una gran mampara de cristal, los rostros del coronavirus más voraz. Ese que muchos todavía piensan que ya no está entre nosotros. 

En el primer habitáculo de la derecha está Antonio. Su cabeza se sostiene gracias a una pequeña toalla enrollada en la parte izquierda de su rostro. Está intubado y duerme. Al lado, está Alfredo. Consciente y sentado sobre un pequeño taburete. No para de mover el pie izquierdo una y otra vez, cabizbajo, mientras está conectado todavía al respirador. Parece preocupado. Lleva cuarenta días allí y hace unos pocos por fin pudo ver a su familia por videollamada. Le siguen Jesús y Rosalía, también sentados en una silla y todavía conectados a la máquina, mientras miran hacia el suelo o a la pared. Pocas lo hacen a través del cristal, donde pueden ver a los intensivistas, enfermeras y auxiliares trabajar a destajo en otros boxex intentando sacar adelante a otros pacientes. 

"La situación es tensa"

Un día en la UCI del Hospital Puerta de Hierro de Madrid Jorge Barreno

El estrés que se vive allí es continuo. En la UCI covid no hay lugar para el trabajo programado, como en consultas o en cualquier otro servicio. Todo puede pasar a cualquier hora y sin previo aviso, como ha ocurrido hace unos minutos con el ingreso de José. Parece que poco o nada ha cambiado con respecto a hace unos meses. "La primera época de la pandemia fue terrible. Los pacientes entraban sin parar. Venía uno y en nada ya estábamos empezando con el siguiente y el siguiente... Esta segunda ola no ha sido tan brusca en cuanto al ritmo de pacientes, nosotros empezamos a notarlo a finales de julio. Empezaron a llegar poco a poco, pero sin parar. Y hemos recibido enfermos hasta que hemos llenado todo este área", explica Juan José Rubio, jefe de cuidados intensivos del Puerta de Hierro, a EL ESPAÑOL. 

Aún así, la situación, insiste este médico, sigue siendo preocupante. "La diferencia importante es que ahora tenemos enfermos Covid y no Covid. En la primera ola, la gente tenía miedo a venir y murió en sus casas. No había accidentes de tráfico y se suspendieron todas las operaciones. Eso hizo que la presión en la UCI de este tipo de pacientes descendiese, pero ahora no es así. Tenemos que atender al enfermo normal y con coronavirus. Así que la situación es igual de tensa porque tenemos todo completamente ocupado", añade Rubio. 

Juan José Rubio, jefe de la UCI del Hospital Puerta del Hierro, en Madrid.

— ¿Ha bajado la franja de edad en el paciente crítico?

— Sí ha bajado. La media de edad es un poco más baja que antes, son enfermos más jóvenes. Entre 45 y 65 años. En la primera ola teníamos de 70, 75, alguno de 80. Ahora tenemos muy pocos de esa edad. Todavía quedan dos pacientes de la primera ola y que aún no han salido, pero como ya no tienen PCR positiva no están aquí. Están en otra zona, uno de ellos lleva 191 días. 

De pronto, la conversación se interrumpe. Es Vicente, su estado ha empeorado. Él ronda los 55 años, como José. Y también estaba trabajando hace dos días, cuando empezó a encontrarse mal. En menos de 48 horas, sin patologías previas, llegó a la UCI con graves problemas respiratorios. Ahora, sus pulmones han dejado de funcionar y los intensivistas han decidido intervenirle. 

Un pulmón artificial

A la izda. Los médicos realizan una traqueotomía al paciente. A la dcha, preparan a otro para instalarle un 'pulmón artificial'. Jorge Barreno

Cuando Vicente llegó el miércoles, los sanitarios le pusieron en posición de prono tras intubarle. Es decir, tendido bocabajo y con la cabeza de lado para que la ventilación fuese mejor. Sin embargo, no ha presentado mejoría. Así que deben darle la vuelta y prepararle para instalarle un ECMO (Oxigenación por membrana extracorpórea). Este mecanismo, según explican los médicos, es similar a un pulmón artificial. De este modo, mientras los pulmones del paciente descansan, el ECMO realiza todas las funciones respiratorias. El problema es que si esto no funciona, no se podrá hacer nada más por salvarle. "Es el último escalón, la última esperanza para que remonte el paciente. Además, su colocación también es agresiva", explica el jefe de la UCI. 

En el box de al lado, Fernando también está teniendo complicaciones. Otro grupo de seis sanitarios está practicándole una traqueotomía. "Cuando no se puede intubar al paciente por la boca, se hace un agujero en la tráquea y se mete el tubo por ahí para que respire mejor", cuenta una enfermera en prácticas, que observa con atención todo lo que le están realizando al paciente al otro lado de la mampara. 

El descenso en la media de edad del paciente crítico no es lo único que ha cambiado en esta segunda ola de coronavirus. "La mortalidad de esta pandemia ha oscilado entre los servicios que menos la tenían. En UCI, la mortalidad es alrededor del 40%, eso es que casi uno de cada dos se muere. La mortalidad de una UCI nunca había sido tan grande, nunca había estado más allá de un 10%. Esta enfermedad es terrible", señala Juan José Rubio. 

Morir solo

Elena lleva trabajando 16 años en la UCI del Puerta del Hierro. Jorge Barreno

Aunque si hay algo peor es ver cómo los pacientes mueren solos en la UCI. "Haber visto morir a tanta gente aquí es muy difícil de llevar. No te acostumbras, no haces callo nunca. Pero claro, no es lo mismo que se te muera un paciente con la familia rodeándole, a que se te muera solo, con sus familiares en casa. Es horrible. En ese momento nos toca a nosotros tener un papel de consuelo, de ayuda. Ellos no tienen a nadie", apunta Rubio. Para Elena también es lo más complicado. "En la planta pueden tener a un familiar, pero aquí están solos. Estamos supliendo a alguien que no puedes suplir y es muy duro", confiesa. 

Esta enfermera lleva más de 16 años trabajando en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Puerta de Hierro. Está viviendo, según reconoce a este periódico, la etapa más dura a nivel psicológico de toda su carrera. Y lo peor es que, cuando sale a la calle, parece que la gente no es consciente de lo que cada día ella vive en el hospital. 

"La segunda ola está siendo jodida. Aunque sales a la calle y parece que lo que pasa dentro del hospital no sea verdad. La realidad es que esto sigue lleno y hay mucha gente que está muy enferma. Es un mundo completamente distinto de puertas para afuera y para adentro. La gente se cree que es inmune porque es más joven, pero no es así. Tenemos mucha gente joven aquí. Yo creo que si se diesen una vuelta por el hospital, los conceptos cambiarían muchísimo", denuncia esta enfermera.  

Su compañera Laura insiste en lo mismo. "Estamos llenos de ira. Al principio, teníamos miedo porque no sabíamos nada. Pero ahora, mientras tú estás aquí con los EPIs todo el día, ves como en la calle la gente se está pasando las medidas por las narices", critica. 

Salir de la UCI

Los sanitarios trasladan a un paciente extubado a la Unidad de Rayos para hacerle un TAC. Jorge Barreno

Elena, Laura, y los 70 compañeros que conforman la UCI del hospital llevan sus EPIs prácticamente todo el día. Aunque se organizan entre ellos para que algunos estén libres al otro lado de la línea roja, si muchos están dentro del box, en contacto con pacientes covid, y necesitan algo. Se ponen guantes, el traje completo o la bata, un gorro, la mascarilla FFP2 (y otra encima para protegerla y que dure todo el turno) y gafas o una pantalla protectora. Lo más complicado, en cambio, es quitárselo. Deben deshacerse de ellos en el orden adecuado, frente a un espejo y con mucha higiene de manos para no tocar las partes sucias con las limpias. 

Con el EPI listo, Laura y Daniel, un médico adjunto del servicio, tienen que preparase ahora para sacar a Manuel de la UCI. No es algo definitivo, aunque lo han extubado hace dos días y evoluciona bien. Pero tienen que llevarlo a Rayos porque creen que puede estar perdiendo sangre por el abdomen. Y eso complicaría las cosas. "Llevamos un maletín con toda la medicación, aparatos y todo lo que podamos necesitar por si hay cualquier complicación cuando lo movemos. Cualquier traslado en el hospital es un momento peligroso para el paciente, siempre puede haber complicaciones no previstas", cuenta Daniel. 

Así que, junto a ellos, abandonamos la UCI y recorremos el hospital para acompañar a Manuel en su primera salida del box. "Mira, Manuel, no te quejarás, que hoy hemos salido un poco a la calle", le dice, sonriendo, por el camino Laura. Él, inmóvil, solo mira a los lados, una y otra vez. 

El paciente covid, en el interior del escáner. Jorge Barreno

Cuando llegamos todos están preparados para hacer el TAC a Manuel. Cuesta un tiempo trasladarlo a la plataforma, pero lo consiguen finalmente. Todos esperan que no haya ningún problema, pero todavía es pronto, tienen que seguir escaneando su cuerpo. Nuestro tiempo se agota y tenemos que abandonar esa unidad. Regresamos a la UCI, nos despedimos de los sanitarios y nos quitamos los EPIs en los vestuarios. 

Sin embargo, cuando nos marchamos, al fondo del pasillo aparecen Daniel y Laura con la camilla. A gran distancia, nos levantan el dedo pulgar. Todo ha salido bien y puede que Manuel esté cada vez más cerca del alta.

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