“Hola soy Tony Elliot, creo que hoy has viajado en balde”. Tragué saliva dos veces en una sala oscura, bajo un neón rojo con el célebre logotipo del semanario. La primera porque no pensé que me recibiría el mismo Elliot, y la segunda porque ¿a quién diablos se le había ocurrido ir antes que yo? Editar un mensual en el 2007 ya era arriesgar, editar un semanario suponía arriesgarse más de cuatro veces. No se olvide el lector que la palabra mágica hace trece años era Kindle y que todos se convencieron de que el libro electrónico acabaría con el libro de papel. ¡Ay esos calentones apocalípticos que nos entran en la industria de los media cada vez que se comercializa un nuevo invento!

¿Algo que explicar?

¿Algo que explicar?

No llovía ese día en Londres. Año 2006, otoño. Elliot (73), fundador de Time Out, el Che Guevara del ocio y las revistas, de los fanzines y del Soho londinense, “falleció el 16 de julio tras una larga enfermedad” (cáncer de pulmón), tal y como cuenta el comunicado emitido por su revista.

¡Como es la vida de juguetona!, “se acabó el tiempo” es la traducción literal, rígida, de Time Out, la revista que Elliot fundó en 1968 en sus años universitarios en la Keele University, y que tantas y tantas veces fue fusilada, como tantas y tantas veces se hace en este oficio que inventó el copia y pega antes que las fotocopiadoras tiraran de toner, mucho antes que el procesador de texto procesase este texto.

El primer ejemplar, siempre hay una leyenda que lo cuenta, se cerró sobre la mesa de la cocina de su madre con 70 libras que su tío le había regalado cuando Elliot cumplió 21 años. ¿Tienes 21 años ahora? ¿Qué haces que no estás imaginando una revista? No pensarás que eso es cosas de tus padres ¿no?

“Inventé Time Out porque era difícil decidir donde ir y que hacer en Londres” dijo Anthony Michael Manton Elliot. Obvio. Las revistas que funcionan tienen que tener una idea que uno pueda explicar en una sola frase. Simple, pero muy difícil. La segunda regla es también imprescindible para que una revista funcione, toma nota: “Hice la revista para mí”. Si cumples estás dos reglas ahorrarás mucho en másters.

¿Quién se me adelantó? Aún no había cerrado yo mi contrato con Esquire cuando pensé que sería feliz editando Time Out en España. “Se te ha adelantó un chico de Barcelona, Oriol”. No piense el lector que Elliot sabía pronunciar Oriol, ni que yo lo entendí a la primera. Le hice que me lo escribiese. ¿Cómo? El tipo era y es Oriol Soler (51), que luego fundó el diario ARA y que ha hecho correr ríos de tinta sobre su participación en el proceso catalán. Cuando llegué a Madrid llamé a Oriol, le dí la enhorabuena, y le deseé suerte. Al año siguiente Oriol me llamó para decirme que “mi” Esquire era de lo mejor que había visto nunca. Lo tomé como un cumplido entre dos editores que se observaban con respeto y cierta envidia.

Si 'Time Out', y sus ediciones por el mundo, no sabían explicarlo, la oferta cultural no tendría mucho éxito

Time Out nació primero en Barcelona y tardó en llegar a Madrid. Estuve en conversaciones también con sus editores madrileños, pero a mí me parecía imprescindible una edición en print con idiosincrasia propia complementaria a la digital y no entré en el proyecto que sigue vivo y coleando. Suerte amigos.

El número de la edición inglesa, la original de papel, se editará el 11 de agosto e irá íntegramente dedicado a Elliot y su legado. No me lo pierdo, será un número para coleccionar.

La visión de Tony de Time Out transformó no solo como se empezó a consumir el ocio sino lo que es más importante todo lo que se programa a partir de entonces. Miles de obras, conciertos, exposiciones fueron producidas para ser entendidas por Time Out. Si Time Out, y sus decenas de ediciones por el mundo, no sabían explicarlo, la oferta cultural no tendría mucho éxito. 

Elliot sosteniendo sus sueños.

Elliot sosteniendo sus sueños.

Elliot abrazó pronto la llegada de internet, la herramienta que también revolucionó el ocio y construyó un Time Out digital solvente y robusto, aunque no en todos los países con la misma fuerza porque el negocio de licencias tiene dificultades de control sobre la inversión. ¡Cuantos conciertos de jazz en Harlem he disfrutado chequeando la lista de música en directo de su página neoyorquina!

La red de redes mató la venta del semanario, que tuvo unos años de protección con la venta directa a los mejores hoteles de la ciudad, -llegar a Londres o a Nueva York y encontrarse Time Out en la habitación era una invitación que te gritaba: “Venga, sal a la calle, ya desharás la maleta luego”.

La edición gratuita en papel de Time Out se impuso pero la gratuidad no le sentó muy bien, sin llegar a convivir con un digital de pago que parece el signo de los tiempos pero que no será una panacea para los directores financieros. Las revistas gratis tienen que nacer como revistas gratuitas, las que fueron de pago y luego se hacen gratis se desvanecen.

Aquí en España el espíritu de Time Out hizo ricos a los fundadores de la Guía del Ocio. Los distribuidores de cine programaban para conseguir su portada, que era una de las herramientas, pagadas, de toda buena campaña de lanzamiento. Los diarios pugnaron por la Guía del Ocio para revitalizar su oferta del viernes, El Pais se llevó el gato al agua y durante años fue “suya”. Tras esta tendencia, El Mundo lanzó Metrópoli cuyas portadas a cargo de Rodrigo Sánchez (fuimos compañeros imberbes en El Sol) son historia del quiosco ibérico.

Las portadas de Time Out cambiaron la manera de editar revistas. Es cierto que andaba George Lois en América jugueteando con Esquire (no se pierdan su último libro The Art of Collecting Art) pero Elliot tenía ese aire del diseño británico tan reconocible. Una revisión a sus mejores portadas ayuda a explicar el siglo que se fue. ¿Para cuando el programador del Victoria & Albert nos anunciará una exposición Time Out?