Antonio Jiménez (39 años) llevaba tiempo pensando que le iba a pedir matrimonio a su novia, María Benito, de 29 años. Y, en el puente de diciembre de 2017, decidió lanzarse al agua. La pareja, residente en Cáceres, se encontraba de viaje en Gijón (Asturias), lugar donde se conocieron. Era el momento perfecto. Y tras el “sí” de María comenzarían todos los preparativos de la boda: iglesia, invitados, contratar al fotógrafo...todo. Y, cómo no, el vestido de matrimonio que llevaría María en la ceremonia. Un traje que durante la celebración se descosió y por lo que la tienda de vestidos Bustillo Ceremonias ha tenido que indemnizar a la novia con 2.790 euros.

Lo que prometía ser uno de los días más felices de su vida estuvo a punto de truncarse por la negligencia de las modistas que confeccionaron el vestido de María. “Después de la boda, cuando pedimos explicaciones a la tienda por lo ocurrido, la solución de la tienda fue hacer llorar María. Estaban culpándola por la rotura del vestido delante de mí”, explica Antonio, amablemente, a EL ESPAÑOL.

Fue cuando la pareja de abogados decidió emprender acciones legales contra el establecimiento de ropa. Y, tras la demanda, Antonio y María no llegaron a un acuerdo con la tienda. Sólo les ofreció 400 euros, un dinero que, a juicio de María, no la “resarcía” debido a que tuvo que pasar uno de los días más felices de su vida “entre sollozos en privado”, según afirma la Magistrada en la sentencia.

María, abrazada de su amigo, el día de su matrimonio con Antonio. CEDIDA

La titular del Juzgado de Primera Instancia número 3 de Cáceres, en consecuencia, ha condenado al comercio a indemnizar a María con 2.790 euros. De los cuales, 2.190 euros euros suponen el importe íntegro del vestido de boda diseñado por Jesús Peiró en la colección Metrópolis. Y los otros 600 euros de indemnización equivalen a los “daños y perjuicios” ocasionados. Las costas del juicio también saldrán del bolsillo de Bustillo Ceremonias.

La elección del vestido

Pero la historia, sin embargo, empieza tiempo atrás. María soñaba con tener una boda perfecta. La ocasión lo merecía. Y, como cualquier novia, quería estar radiante en su gran día. “Quería vestido sencillo, con espalda al aire. Pero las profesionales de la tienda, a la que fui a recomendación de mi cuñada, me sugirieron que probase cosas distintas. Y lo hice: tras ver los catálogos, me encantó el vestido de Jesús Peiró”, recuerda María.

Le gustaba no sólo el traje en sí, sino que era algo más económico de lo que se había presupuestado para su vestido. Y, animada por su hermana y su madre, quienes viven en Burgos y Sanlúcar de Barrameda y se trasladaron hasta Cáceres para asesorar a la novia, María se decantó por el Jesús Peiró. Tardó dos días en tomar su elección final. Pero estaba satisfecha. Sólo faltaban cuatro meses para el día del matrimonio, un 22 de septiembre de 2018, y el tiempo apremiaba.

María posa durante la sesión fotográfica de Mario, después de salir de dar el "sí quiero". CEDIDA

En la primera cita, las modistas le tomaron las medidas a María para adaptar ese vestido de ensueño a su figura. Pero a María no le convencía que al tratarse de un vestido “transparente” por la espalda, un sujetador convencional se iba a ver y no le iba a quedar como imaginaba. Por ello, preguntó a las modistas de la tienda qué se podía hacer. “Me dijeron que fuera a cualquier mercería y comprara unas copas para confeccionarlas por la parte delantera del vestido”, cuenta María. Y así lo hizo. Las copas se coserían a la banda central y harían las veces de sostén.

Fue en la segunda prueba cuando las cosas empezaron a torcerse. Cuando María, acompañada de su suegra y de su sobrina, vio el traje se echó a llorar porque el vestido -con las copas ya cosidas- era “terrorífico”. Las copas se salían por encima y por debajo del pecho y se veía perfectamente que estaban confeccionadas de una manera en que el vestido se quedaba “arrugado y encogido en vez de liso y limpio”, en palabras de la ya esposa de Antonio. Pidió a la modista quitarlas e intentar ajustar el vestido a su cuerpo. Y así lo hicieron. Era julio, dos meses antes de la boda.

Y cinco días antes del gran día llegaba la prueba del algodón: la última cita en la tienda. María se presentó en el establecimiento como un reloj, acompañada por su suegra. El vestido, a priori, estaba bien. Los problemas parecía que se habían solucionado. Pero cuando María se lo probó para que le “tomasen el bajo con los zapatos ya puestos”, su suegra empezó a observar que había hilos sueltos en la confección de la problemática banda central. La modista le dijo entonces que para la boda el desperfecto quedaría solucionado.

La boda, en Ávila

Llegó el ansiado 22 de septiembre para Antonio y María. Estaban nerviosos. Y como todos los novios de España, ese día lo empezaron cada uno por separado. “Nada más vestirme esa mañana el vestido estaba perfecto”, continúa relatando la risueña María. Estaba lista pronto y tenía que hacer tiempo para que llegasen los invitados y el propio Antonio a la Basílicia de San Vicente, en Ávila, lugar de nacimiento de la novia.

Y sobre la una de la tarde, la feliz María entró en la iglesia junto a su padre, ante la atenta mirada de todos los allí presentes y tomó asiento a la izquierda de Antonio. Todo marchaba con normalidad y después de darse el “sí quiero” el novio, en un momento en el que ya habían salido los invitados del templo, no aguantó más y le desveló la verdad:

-No te pongas nerviosa...pero te lo tengo que decir...

-¿El qué?

-Tienes el vestido descosido por el lado derecho.

“Me puse de los nervios y se me saltaron algunas lágrimas pero Ana [la organizadora de la boda], Mario [el fotógrafo] y Antonio me tranquilizaron. Me retocaron el maquillaje antes de salir de la iglesia porque nos estaban esperando para tirar el arroz”, recuerda María. En ese momento, al ver a todos los invitados, se olvidó del descosido de 10 centímetros. “Estaba feliz”.

La novia María, en la sesión de fotos el día de la boda. De fondo, la muralla de Ávila. CEDIDA

Los recién casados, mientras el resto de invitados acudían al cóctel, hicieron una parada en el casco histórico de Ávila y por los alrededores de la muralla. Era el momento de hacer las fotos de ese día mágico. El sol lucía sobre sus cabezas y la luz era perfecta para las instantáneas. Sólo había un problema: el vestido de María se seguía descosiendo. Poco a poco, centímetro a centímetro.

Por ello, el fotógrafo Mario y Ana, la organizadora de la boda, tuvieron que esforzarse para imaginar las perspectivas de las fotos de Antonio y María para evitar que se viese el roto del vestido. La novia cuenta que le hicieron varias de su perfil izquierdo, ya que el descosido estaba a la derecha. “Pero, al final, tomaron fotos de todo tipo porque queríamos que fuesen naturales. El fotógrafo me dijo que podría retocarlas con Photoshop, agregándoles blanco, para que el desperfecto del traje no se viese”.

Y el vestido no aguantó

“Ella se derrumbó cuando llegamos al cóctel, el descosido era ya muy grande. Pero es verdad que María tiene mucha alegría y eso le permitió disfrutar de la ceremonia”. Habla Antonio, su marido, quien en todo momento acompañó a María en sus altibajos. El peor momento fue cuando llegaron al sitio donde iban a comer. “Mi amiga me dijo ‘¡madre mía cómo va el roto!’”, explica María a este periódico.

Tras muchas muchos apaños para evitar el descosido del vestido, el roto se agrandó. CEDIDA

Ya había dos descosidos muy grandes y el traje terminó resquebrajándose hasta la sisa, ocasionando que se le viese el brazo derecho y la barriga. Fue cuando la wedding planner, Ana, con ayudas de dos personas más, metieron a la novia en una salita y le quitaron la parte de arriba del vestido y con un un kit de costura de llevar remendaron los rotos, al menos para que María pudiese disfrutar del resto del evento.

“Me cosieron el vestido y mi madre y mi hermana me apoyaron mucho, porque estaba en un momento de bajón. Después se me pasó. Era mi boda y tenía que disfrutarla”, ríe ahora María. La anécdota siempre quedará en su recuerdo. La novia, después de ese momento, comió, partió la tarta, bailó y, sobre todo, disfrutó. El apaño medio aguantaba. Pero al final del día “no había nada que hacer con ese vestido”.

Antonio y María, tras cinco días de luna de miel en Ibiza, fueron a reclamar a la tienda cacereña de vestidos de novia por todo lo ocurrido. “Sólo queríamos disculpas. Algo, un gesto”. Pero eso no ocurrió. Y, como la tienda no se hizo responsable -ni ella ni su aseguradora- las partes fueron a juicio. El establecimiento, ahora, tiene que indemnizar a María con 2.790 euros. Y el vestido, según ha ordenado la jueza del Juzgado de Primera Instancia número 3 de Cáceres, volverá al almacén de Bustillo Ceremonias.

Noticias relacionadas