Miguel Álvarez Calvín estaba en su finca, tranquilo, desbrozando las lindes y limpiando. Quería dejarla lista para que sus caballos –montarlos era uno de sus ‘vicios’– pudieran estar a gusto. Pero tuvo la mala suerte de darle, sin querer, a un neumático donde había escondida una colmena de avispas asiáticas. Una de ellas le picó. Y él, que sabía que era alérgico, fue a su casa inmediatamente para inyectarse adrenalina. Tuvo tiempo de llegar, pero le dio igual. No le hizo efecto e, inmediatamente, se desvaneció. Fue trasladado al Hospital Universitario de Asturias (HUCA) y murió. Poco pudo hacer el personal sanitario por él. 

De un día para otro, este joven de 32 años, natural de Goje (Asturias), casado y con una hija, camionero en una empresa familiar de transportes, perdió la vida por un maldito insecto. Su caso, de primeras, puede parecer aislado, pero es cada vez más normal. De un tiempo a esta parte es habitual ver este tipo de avispas en Asturias. “Llegaron, hace 13 años, por el puerto de Burdeos, que comercia con Asia, y se extendieron por Francia. Después, bajaron por Irún y, actualmente, están por todo el norte de España: empezaron por el País Vasco, pasaron por Cantabria, colonizaron Galicia y siguieron a Portugal. Pero también se han visto, por ejemplo, en Burgos, Valladolid, Salamanca y Cataluña”, cuenta Marcos Negrete, responsable del proyecto de las avispas en la Asociación Española de Apicultores.

Han empezado por allí y, en otra década, ‘conquistarán’ España. “Recorren 40 kilómetros al año. Luego, obviamente, que se asienten durante tiempo tiene que ver con las condiciones de cada zona”, prosigue Marcos en conversación con EL ESPAÑOL. Por lo tanto, es cuestión de tiempo que estén por todas partes. “El riesgo de expansión es obvio. ¡Cómo no lo van a hacer en España si vinieron desde China! Son los daños colaterales de la globalización”, añade José Antonio, de Sergal, empresa dedicada a erradicarlas.

Avispas asiáticas.

Esa ‘conquista’, sin embargo, no debería alarmar –a pesar del fatal desenlace de Miguel– a nadie. En principio, las avispas asiáticas no son peligrosas. Pican, obviamente. Eso está claro. Pero no matan. Sólo lo hacen si la persona es alérgica. “El dolor de estas avispas es más intenso que el de las normales y deja cicatrices. Pero, en tres o cuatro días, va disminuyendo hasta desaparecer”, explica Marcos. Es decir, aunque den miedo o sean extrañas a los ojos de cualquiera, no tiene por qué cundir el pánico.  

La buena noticia, por tanto, es que no matan; la mala, que se van a extender irremediablemente. “Es imposible erradicar las plagas porque la administración no está poniendo medios para hacerlo. Había un investigador, Jesús, al que le quitaron la subvención. Él estaba investigando de cara a encontrar métodos con los que acabar con ellas”, cuenta Marcos. ¿El problema? Ya no recibe dinero y se dedica a otra cosa. Así de sencillo. 

¿Cómo se eliminan? 

Los apicultores coinciden en que se deberían eliminar. ¿El motivo? Las avispas asiáticas son un peligro para el ecosistema. Son muy voraces y sólo hay un animal, el halcón abejero, que se las come. “Pero son muy carnívoras y tienen mucha incidencia directa en las colmenas”. De hecho, en muchas ocasiones, tienen “gran incidencia” sobre las colmenas en vuelo estático. “Esperan que vengan las abejas para capturarlas”. ¿Y qué significa esto? Que las abejas, al tenerles miedo, no salen de la colmena, con lo que eso supone: tener menos miel. 

Avispas asiáticas.

Por eso, todos quieren acabar con las avispas asiáticas. Y, a día de hoy, se puede hacer de dos formas. “Yo, por ejemplo, me vi desbordado y lo tuve que dejar porque tenía otro trabajo”, confiesa Marcos. Pero para acabar con ellas hay varios métodos. El primero, quemar las colmenas. El segundo, usar biocida. Y el tercero, poner una especie de “petardos de pólvora”, explica José Antonio. 

También hay otra posibilidad: hacerlo mediante el trampeo. De hecho, en Asturias, el Ayuntamiento de Avilés ha capturado recientemente 69 avispas asiáticas (entre obreras y reinas) y nidos en trampas. “Podíamos estar entre 20 y 40 minutos dándole con fuego”, recuerda Marcos, que ya se ha salido de la ‘rueda’. ¿El objetivo? Acabar con ellas antes de que se extiendan o piquen a algún alérgico. 

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