Basta con recorrer la madrileña calle de Ibiza para comprobar lo que ya hace 37 años dijo el escritor Francisco Umbral: Madrid es un poblachón manchego. Y es que, sin olvidar que Madrid es y siempre será el pueblo de todos, esta vía demuestra que lo es un poco más de los manchegos y, en concreto, de los de Torre de Juan Abad (Ciudad Real)

Lo más curioso no es solo que casi todos los torreños que dejaron su tierra en los 90 vivan en esta emblemática calle madrileña, sino que lo hagan en sus porterías. Nicolás, Antonio, Juanvi, María José, Paco, Toño, Francisco, Manolo, Pedro, María, Julián, Crescencia, Fermín, Juan y un largo etcétera han sido y siguen siendo los porteros de la calle de Ibiza. Desde el número 17 al 60, en los portales de izquierda y derecha, desde hace varias décadas, una parte de La Torre, como ellos mismos denominan a su pueblo, habita en los edificios de esta zona de Retiro. En determinada época, llegaron a ser 27 las familias de porteros en Ibiza y más de 200 en toda la ciudad. Todos comparten origen y oficio, muchos incluso sangre. Son la calle manchega de Madrid.  

Mapa de todas las porterías de Torre de Juan Abad (Ciudad Real) en la calle Ibiza y colindantes. Carmen Suarez

Los madrileños que transitan cada día por esta vía, posiblemente desconocen que quien trabaja y vive en las primeras plantas de algunos edificios comparte una historia común: dejar sus raíces y buscar un futuro más próspero en la capital. En Torre de Juan Abad había dos opciones: el campo o la construcción. Trabajos itinerantes con los que estos protagonistas no podían ni siquiera tener una familia, aún menos en una época en la que azotó la crisis económica. Así que en cuanto surgía una oportunidad fuera, no lo pensaban: lo dejaban todo y se marchaban. Lo llamativo es que todas esas oportunidades eran las de convertirse en un portero o portera en la calle de Ibiza, a 240 kilómetros de sus casas. Abandonaban aquel lugar en el que el poeta y escritor Francisco de Quevedo su más ilustre personaje también vivió durante siete años, después de ser desterrado por ser lacayo y valido del duque de Osuna en 1620. Aunque finalmente moriría en Villanueva de los Infantes en 1645. 

El primer portero de La Torre

Pedro José Sánchez fue de los primeros porteros en llegar a la calle Ibiza.

Generación tras generación decidió apostar por este noble oficio, pero fue Pedro José Sánchez el que abrió camino cuando le ofrecieron una portería en Ibiza, 30 en la década de los setenta. Murió hace dos años, cuando tenía 90. Para entonces, decenas de torreños ya habían aterrizado en muchas calles madrileñas. Al mismo tiempo, la población de La Torre ha descendido de 1.780 habitantes en 1990 a 1.035 en estos últimos años, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE).  

Juan Vicente Sánchez (59 años) comenzó a trabajar con 15 años en la servidumbre de una finca cercana a Torre de Juan Abad. Allí vivía junto a sus padres que al igual que él hacían de todo. Eran queseros, agricultores, ganaderos, tractoristas y albañiles. Juanvi era el comodín de todos los trabajos que salían en la casa. Sabía que si quería tener una familia, tendría que cambiar de vida algún día. Y eso hizo. Después de conocer a su mujer, casarse e ir pensando en tener hijos, descolgó el teléfono y llamó a su tío Pedro, que trabajaba en Madrid.   

"Búscame algún trabajo, tío, aquí no puedo formar una familia". Fueron las palabras de Juan Vicente. Era 1989 y tenía 29 años. Pedro José supo al poco que su compañero, portero en el número 28 de la calle Ibiza, se había jubilado y pensó en que su sobrino podría desempeñar ese trabajo, contando además también con una vivienda en el edificio. Juanvi aceptó sin pensarlo. Vino con su mujer y al poco tiempo tuvieron dos hijas. Este año cumplirá 30 al frente de la portería del 28. Y no se arrepienten, pues sí pudieron tener cierta estabilidad y formar una familia, aunque siguen echando de menos La Torre como el primer día en que llegaron a Madrid. 

"Llegas aquí y te crees que va a ser la leche, pero luego no es lo que esperas. Vienes de vivir en una casa enorme y te metes en una casa pequeña. Allí trabajaba mucho, pero yo me sentaba aquí (haciendo referencia a la mesa de la portería), veía las rejas del portal y decía: la cárcel. No podía salir", cuenta este portero a EL ESPAÑOL. Por suerte, eso cambió. Y como suele ocurrir, se acabó acostumbrado. Eso sí, sus viajes al pueblo cada 15 días, en puentes y vacaciones también ayudaron. Allí todavía siguen viviendo sus hermanos y su madre. 

A la izquierda, Juan Vicente, portero del número 28. A la derecha, su cuñado, Nicolás, portero del 26. ER

La vida como portero no le iba nada mal -aunque el sueldo no era muy alto- y en Torre de Juan Abad lo sabían. Así que no pasó mucho tiempo hasta que un torreño tras otro empezara a llegar a estas calles, casi siempre por recomendación de quienes ya estaban en la zona o simplemente porque eran familiares, como en el caso de Nicolás Pérez (62 años). Al fin y al cabo, lo que los vecinos quieren es confiar en ellos. Nicolás es el cuñado de Juanvi y comparte con él la misma acera. Está en la portería de la calle Ibiza, 26 desde el año 1992, cuando Juan Vicente le habló de él al presidente de la comunidad. 

Tímido, este portero sale a recibir a este periódico cuando quiere hablar con él desde el umbral del portal, mientras los vecinos entran y salen del edificio. "¿Es usted de Torre de Juan Abad?",le pregunta este periodista. Al instante, se le iluminan los ojos. "¡Sí, soy de allí!", responde Nicolás. Este portero buscó la ayuda de su cuñado cuando todavía estaba en el pueblo. Lo dejó todo y lo hizo solo pensando en una cosa: "Mi hija tenía ocho años y tenía que darle un futuro". 

"¿Sabe si por aquí hay más porteros de su pueblo?", le pregunta el que escribe, todavía con desconocimiento. "Pues claro, en esta calle hubo muchísimos que se han jubilado o han fallecido, pero quedamos bastantes. Estoy yo, el del 28, mi cuñado, la del 30, que también es familia nuestra, el 32....", responde, con entusiasmo, Nicolás. "Si, es que...¡Los de Torre de Juan Abad somos los mejores!". 

Una familia en 3 porterías 

De izquierda a derecha: Juanvi, María José y Nicolás, los porteros del 26,28 y 30 que son familia. ER

Y en efecto, basta con caminar un poco más adelante por la misma acera de la calle para encontrarte con otro torreño. En Ibiza, 30 está María José Baos (56 años), portera del edificio desde el año 2000. Aunque primero lo fue su marido, Manolo Talavera, desde el año 1990, cuando llegaron del pueblo. Ahora, "ella es la titular", explica riendo a este periódico. En un primer momento, Pedro José Sánchez, el tío de Juanvi, pensó en su yerno para que le sucediera en la portería del 30. Pero tras rechazarlo, Pedro pensó en su hermano, Manolo y en su familia. Así que, además de compartir origen y oficio, los números 26, 28 y 30 también son familia. 

María José asoma una sonrisa cuando nos atiende en la entrada de su portería, como si ya supiese el motivo por el que le hacemos esta visita. El matrimonio se dedicaba a la albañilería y a la confección de ropa cuando vivían en Torre de Juan Abad. Pero no eran trabajos muy estables, así que decidieron venirse para Madrid y empezar de cero. Aquí tuvieron a sus hijas y hasta hoy, no tienen queja, pues "lo han tenido todo". Bueno, solo una: echar de menos el pueblo.  Aunque ahogan esa penas rápido; como mucho están un mes y medio sin volver a La Torre y fechas como Semana Santa, puentes o verano son fijas en el calendario para estar allí. "Yo nunca me he sentido madrileña, hay otros que dicen que no quieren volver, pero en mi caso, si me tocase la lotería, me iría ahora mismo al pueblo", cuenta esta portera. 

En cierto modo, también ha ayudado que su familia esté cerca, en concreto, en los dos portales de al lado. María José recuerda cuando los hijos de las tres familias eran pequeños y todos se juntaban en una portería u otra para celebrar los cumpleaños y algunas fiestas. Aunque ahora lo hacen cada vez menos, "cada uno tiene su vida", cuenta. Si bien, estos tres porteros siguen congeniando como si fuese el primer día, como podrán observar en la imagen que hace este periódico a Juanvi, Nicolás y María José en el 28 de la calle Ibiza. 

Antonio Fresneda es portero del número 32 desde hace veinte años. ER

La siguiente parada es pocos metros después, en el número 32. Cuando este periódico llega, Antonio Fresneda (53 años) está pasando la fregona al portal, como cada día desde que llegó. Fue el 6 de junio de 1999, hace 20 años. El portero que había antes era de Torre de Juan Abad y él le sucedió cuando se lo propuso. "Estaba trabajando en la gasolinera del pueblo, pero se la embargaron al dueño y me quedé sin trabajo. Y un día me dijeron: '¿te quieres venir de portero?'? Y le dije: 'donde sea, con tal de tener trabajo'", rememora Antonio. 

En La Torre no quedaba futuro, cuenta, si tenías hijos, como era su caso. "Ahora trabajas un mes cogiendo aceitunas, después podas, pero hasta que llegaba Agosto y cogías la uva '¿qué hacías?' Solo se trabajaba durante seis meses al año". Antonio dejó el pueblo y no se arrepiente, aunque intenta volver siempre cada 15 días. Y no va cada fin de semana porque su mujer trabajaba en una farmacia, si no "estaría allí cada sábado". 

Francisco Algaraba es portero desde los 25. Sus padres lo fueron también toda su vida en Ibiza, 40. ER

Este torreño, ademas de indicarnos que paisanos suyos siguen por esta zona, también recuerda a los porteros de la calle que se han jubilado o ya murieron. Juan, por ejemplo, era el portero de Ibiza, 32 y se jubiló hace dos años, al igual que Fermín en el número 60, y los de otros números como el 14, el 17, el 18, el 34, el 38 o el 40. Precisamente, en este último número vivieron y trabajaron durante más de 30 años Paco y Crescencia hasta que se retiraron. Y ahora, es su hijo Francisco Algaraba (45 años) quien ha tomado el testigo, no en ese edificio, donde sí estuvo su primo Julián un tiempo, sino en la calle de Fernán González, 56. A unos escasos 20 metros de la calle de Ibiza. 

Un oficio familiar 

Como él mismo dice, ha mamado este oficio desde que era pequeño, pues además de criarse en una portería, ha visto como han trabajado sus padres y en algunas ocasiones se han aprovechado de su condición. "Ahora todo es muy distinto y hay que saber donde están los límites de nuestro trabajo", cuenta. Comenzó haciendo una suplencia hace 24 años, cuando tenía 21 y desde entonces, sigue allí. Eso sí, del pueblo no se acuerda mucho. 

Cerca, también de la calle Ibiza, está la portería de María Fernández (60 años), en Sainz de Baranda, 23 y la de su marido Antonio, en la calle de Fernán González, 67. Este matrimonio, oriundo de Torre de Juan Abad, fue el primero que decidió probar suerte con la ciudad en 1982. Justo después de casarse, dejaron el pueblo y comenzaron a trabajar como matrimonio doméstico en una vivienda del barrio Salamanca, después fue una portería en la Plaza de Felipe II, y finalmente, como si se tratase de una coincidencia, terminaron donde estaban trabajando el resto de sus paisanos como porteros, en la zona de Ibiza. También el cuñado de María, Juan, portero en Fernán González, 61. 

María Fernández y su marido fueron el primer matrimonio torreño en llegar a la ciudad para ser portero. ER

María está pendiente de todo lo que ocurre en su portal, nos atiende y al mismo tiempo atiende a quien entra por la puerta "Ha dicho la madre de Alfredo que puedes colocar la maleta, pero solo una parte. Se han ido a la peluquería y estás sola", le dice a una asistenta que entra por la puerta, al mismo tiempo que recoge un paquete que trae un mensajero. Parece estar hecha para el oficio. Aunque el principio fue duro. "Cuando llegamos fue un shock muy grande. Lloraba cuando me despertaba y cuando me iba a dormir. Pensaba que por qué tenía que estar aquí con lo bien que estaba en el pueblo. Pero ahora, cuando voy al pueblo, casi echo de menos el ritmo en la ciudad", cuenta a este diario esta portera torreña. 

Algunos lo añoran y otros se han olvidado de él. Pero hay algo en lo que coinciden todos los porteros de la calle manchega de Madrid: aunque la ciudad se lo haya dado todo, "los del pueblo" no tienen nada que envidiarles. Allí, quien tiene trabajo vive mejor que los de Ibiza. Y es que quien tiene un pueblo manchego,  tiene un tesoro. O eso parece. 

Ahora, cada vez que paseen por la calle de Ibiza, al menos, será inevitable pensar en ellos, en los torreños que dejaron su pueblo para labrarse un futuro en la gran ciudad. Será, también al menos, un reconocimiento a los que tuvieron que abandonar su tierra, sin más opción que esa. 

Noticias relacionadas