Marruecos

Nos encontramos en una de las plazas principales de Tiznit, la puerta del desierto del Sáhara, a casi 900 kilómetros de la frontera con Ceuta. Allí, hoteles magnánimos coronan tres de las cuatro esquinas del centro de la pequeña ciudad. En la cuarta, en lo que queda de un antiguo bar, se extienden al sol montones de prendas de colores, mantas, colchones y cajas de cartón. Parece un vertedero de reciclaje. Sin embargo, más de cerca, se distinguen personas tumbadas en el suelo. Son migrantes africanos.



De camino, en el cruce, tropezamos con Adel, una camerunesa de 30 años de Costa de Marfil que dejó a su hija en su país para venir a Marruecos hace un año. Vive en el bosque de Mesnana, en Tánger, pero los militares la detuvieron y la expulsaron a Tiznit, donde lleva una semana mendigando. Es su segunda vez en esta ciudad. “Es duro estar sola aquí siendo mujer, pero es la única alternativa”, lamenta a EL ESPAÑOL. Después de un rato de conversación, le preguntamos por la esquina llena de cacharros y suciedad a un paso de allí. “Es donde nos reunimos para comer y dormir. Algunas personas nos dan colchones y cobertores; también cus-cus, pero no es suficiente”, explica mientras nos conduce al "campamento”.



A pesar de la pobreza, llegar a este solar es una alegría de colores, con todo un tenderete de ropa colgando de las vallas para que se seque. Allí mismo, delante de un cubo de agua, agachado, está lavando uno de los migrantes.

Autobús de Tánger a Tiznit.



Adel duerme junto a dos centenares de personas debajo de los soportales de esta céntrica plaza. Por el día, pide limosna para volver al bosque de Mesnana y seguir intentando entrar a Europa. “Ahora no sé cuánto tiempo me tendré que quedar aquí porque no tengo dinero. Es un problema”, se lamenta.



Mendigan hasta reunir el dinero para volver al norte



Los van abandonando allí diariamente. Sobreviven en la calle sin lavarse, van al servicio a los cafés que hay en la estación u orinan donde pueden. Comida, dicen, que nos les falta porque “aquí las personas son más amables que en Tánger”. Sin embargo, por limpiar el suelo del metro cuadrado donde duermen una señora les pide dos euros cuando ya se van.



Como ella, el resto de migrantes tirados en Tiznit mendigan hasta conseguir los 30 euros que necesitan para coger un bus de vuelta. Pueden pasar días en estas condiciones, sin baño, sin apenas ropa y tirados en el suelo, donde comen y duermen. A veces si consiguen cinco o seis euros emprenden viaje y se bajan en la siguiente parada, Agadir, a 80 kilómetros, donde ya han montado otro campamento con mantas y cartones a las puertas de la estación de autobuses.

La señal de tráfico que ven en su ruta. Sonia Moreno



El camarero del chiringuito, Moubarak, habla maravillas de ellos, dice que son “muy amables y que no roban”. Él reconoce que "no tiene otra solución para salir". Y sigue: "Los marroquíes vivimos en la miseria. No hay trabajo ni inversiones". 



“¿Qué hacen aquí tantos negros africanos?”



Los ciudadanos de esta localidad de 56.000 habitantes llevan varios meses sorprendidos por la cantidad de migrantes subsaharianos que se acumulan en el vertedero. “Se quedan atónitos cuando nos ven y se preguntan: ¿qué hacen aquí tantos negros africanos?”, explica a EL ESPAÑOL Macu. Este camerunés de 28 años es una especie de portavoz del grupo de personas que las fuerzas militares “han dejado bloqueadas lejos de sus casas”. Las transportan en autocares esposadas de dos en dos desde las comisarías de Tánger, Tetuán y Nador, principalmente, para alejarlas de las fronteras con España.

Viven en condiciones precarias. Sonia Moreno



En uno de los semáforos, dos chicos, uno con cara de niño, están “haciendo la salam” (pidiendo limosna). Cuando les proponemos acompañarles en su viaje de vuelta a Tánger, espetan: “Es muy duro”.



Los dos son de Costa de Marfil. El pequeño solo tiene 14 años. Fue arrebatado a su familia: su madre y sus dos hermanas se quedaron en su casa de Boukhalef. Explica exhausto que “los militares rompieron la puerta y entraron encapuchados. A ellas las dejaron por ser mujeres”. Es la tercera vez que lo separan de su familia a pesar de tener pasaporte y ser menor de edad. Durante esos días comió poco, no durmió nada y sus ojos comenzaron a hincharse.



En Tánger lo condujeron a la comisaría y allí se encontró con Tidjane, su compañero de viaje. “Nos toman las huellas y nos hacen fotos como a los delincuentes. Tres fotografías, dos de lado y una de frente”, recuerda durante la entrevista con EL ESPAÑOL en un descampado, ya entrada la noche, para evitar llamar la atención de las autoridades o de la Policía. En esta ciudad no se ven ni periodistas ni asociaciones de derechos humanos. Tampoco, turistas.

Malviven en el campamento. Sonia Moreno



Más de 200 personas, seis mujeres y menores



Pasar un día con ellos en Tiznit significa vagabundear bajo el sol, pedir dinero o comida, sentarse en el campamento donde cocinan arroz para todos y hablar del racismo en Marruecos o de sus sueños frustrados. Se interesan por saber cuánto dinero ha pagado Europa a Marruecos para que les traten así. “Nos bloquean aquí, pero para nosotros este país es de tránsito y seguiremos intentando salir”, afirma Macu en una conversación sobre el asunto. En esto coinciden todos, excepto alguno que ya ha tirado la toalla.

Entre estos últimos está Bara, camerunés de 27 años, casado y con una hija en su país, donde es pescador. Lleva un mes en Marruecos y, aunque tiene el visado y el pasaporte, le han echado dos veces a Tiznit. No encuentra trabajo y prefiere volver a su país. Vino a Marruecos con la intención de pasar a España y trabajar como pescador, “en lo mismo, pero en Europa se gana más dinero, porque con 100 euros en mi país se pueden hacer muchas cosas”.



Otro compatriota de Senegal, Said, de 24 años, asegura que “no todos los negros que estamos en Marruecos queremos atravesarlo. Yo vine para estudiar, pero la Policía también me ha detenido y me ha quitado todos los papeles. Así que me vuelvo a Senegal”. Además, se pregunta: “¿Por qué nos esposan como a esclavos?”.

Tratan de sobrevivir en malas condiciones. Sonia Moreno



Son más de 200 personas de diferentes nacionalidades en Tiznit. Hay seis mujeres, una marfileña y cinco camerunesas; y menores, aunque no se ven bebés. Los soportales están tomados. Algunas personas sobreviven en estas condiciones desde hace un mes porque no tienen dinero para coger un autobús de vuelta.



El retorno tampoco es fácil. Se suben a un autocar de línea con paradas en casi todos los pueblos para dejar y recoger pasajeros. Los precios son variables, si eres “negro”, como ellos dicen, pagas 15 euros, mientras que a los marroquíes el billete les sale por 10. El coste lo marca el chófer que cobra a pie de calle.



En el trayecto a Casablanca viajaban una docena de chicos subsaharianos y se vivieron escenas de racismo. El más joven compró un billete hasta la parada más próxima, e intentó continuar la ruta sin pagar. El conductor se percató y lo echó del autobús en Agadir de malas maneras, a empujones. Rápidamente, los pasajeros marroquíes se organizaron e hicieron una colecta para pagar el billete al chico hasta el final del destino. El chófer aceptó, pero obligó al chaval a meterse en un maletero. Ante las protestas, justificó, “ahí va bien, porque va estirado y puede dormir”. En la siguiente estación, abrió el compartimento y dijo que el joven olía mal, así que finalmente lo mandó a la calle. En ese momento, haciendo alusión al olor, otro pasajero recordó que en las tres últimas semanas se había podido duchar en dos ocasiones.



El recorrido de 15 horas hasta Casablanca o Rabat (a 680 km.) es la parte más sencilla del trayecto porque no tienen que sortear controles policiales. A medida que se acercan a Tánger se ven obligados a abandonar las carreteras y el transporte convencional. En ese punto entra en marcha la automafia, una especie de furgoneta ilegal conducida por un marroquí que les cobra hasta 25 euros para conducirlos hasta los bosques librando las detenciones.

Los migrantes abandonan las casas patera por miedo a las redadas



La mayor parte de las personas que sobreviven en Tiznit ya han estado antes en la ciudad. Dos, tres y hasta cuatro veces fueron expulsados, porque las redadas cerca de las fronteras españolas se han intensificado desde finales de julio; y además se han endurecido a partir de los dos saltos a la valla de Ceuta y la readmisión de las 116 personas devueltas por el Gobierno español el 23 de agosto.

Un migrante aguarda detrás de la valla. Sonia Moreno

Los migrantes tienen miedo de las fuerzas de seguridad y están abandonando las casas patera en los barrios de Boukhalef y Mesnana, los más poblados de subsaharianos, para dormir en los bosques aledaños por miedo a que entren por la noche las fuerzas militares y los expulsen de nuevo al sur de Marruecos. Khalifa es un refugiado integrado desde hace años en la medina de Tánger. Sin embargo, también fue expulsado a Tiznit: “Duermo por el día en casa y por la noche salgo al bosque porque vienen de madrugada, rompen la puerta y te mandan al desierto”, cuenta a EL ESPAÑOL. 



Amnistía Internacional o la Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH) vienen denunciando estas prácticas “ilegales y discriminatorias” con detenciones a mujeres, personas documentadas y menores. La oficina de ACNUR en Rabat ha documentado al menos 14 solicitantes de asilo y 4 refugiados registrados en Marruecos que también fueron trasladados a la fuerza hasta Tiznit en las últimas semanas.

Varios ministros y altos funcionarios marroquíes se reunieron el 31 de agosto con los embajadores de los países africanos en Rabat para reconocer y defender estos traslados de migrantes en situación irregular desde las regiones del norte de Marruecos hacia ciudades del sur del país. Las autoridades lo tienen claro y están siendo implacables mirando al foro internacional de migración que se celebrará a finales de año en Marrakech.

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