El chinchín de los botellines de cerveza despertó el recuerdo de Pepe. En el patio de su nueva casa, una vivienda humilde adquirida hacía apenas unos meses en el madrileño barrio de Arturo Soria, intentaba hacer memoria. Pensaba y pensaba, hasta que se le encendió el ingenio. Bingo: el respiradero de la fachada trasera.

Era enero de 1992 y habían pasado apenas unas horas desde que recibió la noticia a bocajarro, de boca de la Policía Nacional tras detenerlo. Su casa, su flamante casa, había sido el escenario del secuestro más largo de ETA hasta la fecha, el del industrial Emiliano Revilla, mítico dueño de Chorizos Revilla y acaudalado constructor inmobiliario. Pero, por mucho que buscaban, no aparecía el escondrijo en el que la banda armada mantuvo cautivo, durante 249 días, al empresario. Era allí, pero no encontraban dónde.

Cuando se cumplen treinta años de la captura y liberación del empresario, de febrero a octubre de 1988, una periodista de EL ESPAÑOL accede y fotografía, por primera vez, el zulo en el que pasó recluido, en un espacio de 2 metros de largo y 1 de ancho, ocho meses de infarto. Fue un secuestro que acabaría marcando una época: hasta la fecha fue el cautiverio más largo y, más tarde, se convertiría en el tercero más duradero, tras el de José Antonio Ortega Lara, con 532 días, y el de José María Aldaya, con 342. La banda armada también rompía lazos con sus colegas terroristas chilenos, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), por desencuentros económicos. Acabarían todos encarcelados: tanto el comando Madrid que lo perpetró como los latinoamericanos que facilitaron la información y estructura. Incluido Gonzalo Boye, un joven chileno desconocido entonces que ahora es un polémico abogado -uno de los encargados de la defensa de Carles Puigdemont y el letrado de los exconsellers huidos a Bélgica Antoni Comín y Meritxell Serret-. Boye es el adalid de la lucha y propaganda independentista y la cabeza visible de la demanda contra el juez Llarena.

El interior del zulo en la actualidad. Donde se amontonan las bolsas con ropa se situaba la cama de Emiliano Revilla. Carmen Suárez EL ESPAÑOL

Una pequeña casita blanca

Todo comenzó con la compra de un pequeño inmueble de una planta a escasos minutos de la boca de metro de Arturo Soria, en Madrid. Pepe, el dueño de las bodegas El Sol, un comercio ubicado en el mismo barrio, le tenía echado el ojo. La casa, blanca, con patio, sencilla, le gustaba. Pero tenía dueño.

Siempre estaba habitada por distintas parejas de latinoamericanos: unos decían ser mexicanos -lo que a la postre se comprobó que era falso-; otros, argentinos; y la última pareja, chilenos. Los mexicanos, con documentación falsificada -según la información de la Guardia Civil-, eran Marvey López Vences y Eva Morales. Pepe era su amigo. O, más bien, su conocido. Habían compartido algún que otro almuerzo y sobremesa y sabía de primera mano las características del inmueble. Él nunca notó nada raro, nada fuera de lugar. Por eso, cuando le ofrecieron venderle la casa, no lo dudó. El bodeguero la compró. Eran los primeros instantes de los años 90.

Residía junto a su esposa a escasos metros, pero esta vivienda la querían para alquilarla. Comenzaron la reforma y una pareja se interesó por ella. Dieron la señal del arrendamiento, pero entonces entró la Policía Nacional en acción. Asaltaron la vivienda ante el temor de la destrucción de pruebas. Y los inquilinos jamás volvieron a aparecer.

Un secuestro de ocho meses

Habían pasado cinco años desde que los etarras liberaron a Emiliano Revilla, el 30 de octubre de 1988. Y el industrial, que en ese momento cargaba 60 años a sus espaldas, cuando volvió a pie a su casa, sólo pudo ubicar el zulo en el que estuvo recluido “cerca de las vías del tren”, según recogen las crónicas de la época. En el espacio, que sigue apestando a humedad treinta años después pero que ahora ha sufrido ligeras ampliaciones, no se escucha ni un ruido, excepto el traqueteo del metro, a apenas cinco minutos a pie.

La casa continúa tal y como estaba hace 30 años. Carmen Suárez EL ESPAÑOL

Cuando Pepe se acordó del respiradero que había tapado, inocentemente y sin ningún tipo de conocimiento sobre el secuestro -como probaron las autoridades-, se le vino la casa, literalmente, encima. La Policía Nacional tiró tabiques, habitaciones. Y, al meter los taladros en la dirección de la rendija que señalaba el bodeguero, comprobaron que la arena y el sustrato eran distintos a los del resto de la casa. Ahí había algo.

Un par de metros más para abajo lo encontraron. El zulo. Estaba bajo la salita y se entraba por una pequeña escalera de mano. Apenas se cabía: había espacio para un catre en el que dormía el empresario y un lugar para hacer sus necesidades. 2 metros de largo, 1 de ancho y sobre 1’90 de alto. Al lado, un par de metros cuadrados en los que los terroristas hacían guardia.

Un zulo que continúa

El zulo sigue existiendo, pero con mejor vida. Cuando los propietarios supieron de su existencia, lo quisieron dejar tal cual. Mejor no tocar nada hasta procesar cómo convivir con uno de los testigos materiales más crueles de los años de la lucha antiterrorista. Emiliano Revilla se pasó ocho meses sin ver la luz solar, sin apenas hablar con nadie, durmiendo en una superficie a la que no se le podía llamar cama y matando el tiempo como podía. En su caso, dibujando y andando. Así, Revilla recorrió “más de 12.000 kilómetros. Gastó varios pares de zapatillas”, cuenta a este periódico el periodista de TVE Jesús Álvarez. Es yerno del empresario al estar casado con su hija Margarita. Tres pasos para adelante, tres pasos para atrás, tal y como ha podido comprobar este periódico.

Ahora los dueños de la vivienda son el nieto de Pepe, Óscar, y su mujer. Son una pareja joven y con dos niños pequeños. Ellos juguetean en el patio y bajan con sus padres al zulo, que se ha reconvertido en una suerte de trastero para la ropa de otras temporadas y un lugar para escuchar música -el propietario posee una colección de vinilos-. También hay una pequeña barra.

Emiliano Revilla saluda tras su liberación. EFE

“Aquí nos hemos pegado alguna buena juerga mis amigos y yo”, admite Óscar, entre risas. Es el sitio idóneo para festejar sin molestar, sin duda: cualquier cosa que suene dentro ni se intuye en el exterior. El matrimonio abre las puertas de su casa -y de su zulo- a la reportera. Es la primera vez que entra la prensa. Con dos condiciones: nada de datos personales ni detalles que permitan identificarlos.



Para bajar al escondrijo, se construyó, años más tarde, un acceso desde el patio a través de unas escaleras de obra. No es una entrada cómoda, pero permite descender sin mayores problemas. En apenas seis escalones se está abajo. La luz desaparece por completo y lo único que ilumina la estancia es una única bombilla. Lo primero que se siente al estar en el zulo es una bajada de las temperaturas. Es un jueves de finales de verano en Madrid y el termómetro marca 30 grados fuera. Con camiseta de manga corta, se agradecería alguna chaqueta. “Aquí abajo la temperatura es constante: ni frío en invierno ni calor en verano”, explica Óscar. El espacio no da mucho más de sí: está bien acondicionado para estar, como mucho, un máximo de cuatro o cinco personas adultas. Cuesta creer que sea un trozo de historia: las botellas de vino, a mano izquierda, parecen un guiño a la tradición familiar. Al fondo, dos pequeños sofás. Están cubiertos ahora con distintas pertenencias de la familia, almacenadas para el invierno. A la derecha, una barra de obra de apenas un metro de largo.

Emiliano Revilla "no puede perdonar"

Emiliano Revilla, que ya tiene 90 años, nunca ha querido hablar ante los medios de su secuestro. La reportera ha intentado por diferentes vías recabar su testimonio, pero no ha recibido respuesta alguna. Lo máximo que ha admitido el industrial a lo largo de estos treinta años es que, pese a haberse sentido “bien tratado”, “no puede perdonar” a los etarras lo que le hicieron. Lo dijo en la inauguración de la exposición Víctimas del Terrorismo, organizada por la Guardia Civil en Soria, el pasado año.

Al empresario, natural de Ólvega (Soria), le hicieron un exhaustivo seguimiento antes de secuestrarlo. Según la investigación, a la que ha tenido acceso este periódico, fue en junio de 1987 cuando un responsable del MIR en París organizó un equipo de cuatro personas para que comenzaran a monitorizarle. ETA se llevaría la publicidad del golpe; el MIR, dinero.

Los latinoamericanos tiraron de un recorte de la cara de Revilla en la prensa del corazón para reconocerlo. De ahí, saltaron al ya extinto hotel Mindanao, donde aparcaba y solía tomarse una copa al finalizar la jornada.

Emiliano Revilla en la actualidad Carmen Suárez EL ESPAÑOL

Vigilancia 24 horas

El comando del MIR le vigiló mañana y tarde. Siete días a la semana. Estuvieron observándole durante seis meses y le entregaron el dossier a los responsables del grupo terrorista chileno. Más tarde, otra segunda corporación chilena completó los datos recabados e hizo las comprobaciones finales. También dejarlo todo listo para que ETA pudiera llevar a cabo el secuestro: alquilaron un piso para los etarras y les consiguieron un coche. Ahí entró en juego Gonzalo Boye. Sus camaradas le llamaban El Gordo.

A Boye le condenó la Audiencia Nacional por colaboración en el secuestro. También, por pertenecer al MIR. Según la sentencia condenatoria, de 1996, Gonzalo Boye era amigo de un miembro de la organización chilena. Incluso habían montado un negocio juntos. Y, como considera probado la Audiencia Nacional, en las tareas de vigilancia y preparación del rapto “participó plenamente” Boye. ¿Cómo? Prestando a una cuarta persona un coche de su propiedad. Según el texto, él era plenamente consciente de que era para este golpe. Estuvo en la casa del zulo. Y cobró por todo ello.

El propio Gonzalo Boye quiso exculparse, alegando de que era parte de un “blanqueo de dinero”. Pero la Audiencia no le creyó. Le condenó a una pena de prisión de 14 años, ocho meses y un día por detención ilegal. Él, que proclamaba -y continúa haciéndolo- su inocencia, aprovechó la estancia tras los barrotes para sacarse la carrera de Derecho, con la que ha defendido a diversas figuras polémicas. Desde Sito Miñanco a Rodrigo Lanza, pasando, ahora, a Edward Snowden, Valtonyc o Carles Puigdemont. También se presentó como acusación particular contra quien quiera que fuera el culpable de los atentados del 11-M el día después de la masacre.

Las portadas de la época en las que se señalaba a Boye (abajo, a la izquierda) y a otros miembros o colaboradores del MIR.

Encuentro con sus carceleros

ETA consumó el secuestro el 24 de febrero de 1988. Lo llevó a cabo el conocido comando Madrid, liderado por Joseba Urrusolo Sistiaga. Revilla y Urrusolo mantuvieron largas conversaciones juntos y se creó cierta admiración por parte de los terroristas hacia el empresario soriano. Apreciaban que no se viniera abajo. Que continuara entero. Veintitrés años después, el propio etarra le pidió a Revilla que fuera a visitarlo a la cárcel de Nanclares de Oca. Urrusolo había ya dejado la banda y era uno de los miembros del autodenominado grupo de Presos Comprometidos con el Irreversible Proceso de Paz.

Al final, al cabo de ocho meses, los terroristas liberaron a Emiliano Revilla tras recibir un rescate de la familia de cerca de mil millones de pesetas. Al cambio, serían en torno a seis millones de euros. Era un hito en la historia de la banda armada. Fue, probablemente, el secuestro más caro que había sucedido hasta entonces, pese a que es difícil de constatar puesto que no se sabe con exactitud a cuánto ascendía la cifra total. Para la España de finales de los años 80, mil millones de pesetas suponía una auténtica fortuna, una cantidad desorbitada a la que muy pocos podían aspirar a reunir.

Parte del dinero se recuperó tiempo después en París. Pero el reparto resquebrajó la alianza terrorista entre vascos y chilenos. El botín los enfrentó: ETA había llevado a cabo el secuestro y había cobrado el pago, pero el MIR había realizado la mayor parte del trabajo. Los etarras no quisieron pagar lo acordado y su relación se fue al garete. Nunca más colaborarían. El de Emiliano Revilla fue uno de los golpes que perpetró ETA para presionar al Gobierno de entonces, presidido por Felipe González.

El desenlace es por todos conocido: una exbecaria de la Agencia Efe, María José Sáez, le reconoció a escasos metros de su domicilio, en la plaza de Cristo Rey del centro de Madrid, y dio la primicia. “Era un hombre con personalidad, fuerte, con presencia. No te encontrabas con un hombre débil o afectado por aquellos sucesos”, admite la veterana periodista, hoy en Telecinco.

“Salió eufórico, con ganas de hacer muchas cosas. A comprar edificios. A construir”, indica Jesús Álvarez. “Mi suegro no ha sido una persona de cogerse vacaciones. Está todo el día pensando qué hacer, cómo hacer. Y es una persona tan inquieta que no sabe parar”. Sigue sin hacerlo, treinta años más tarde. Sale por las mañanas temprano y a trabajar. Sin nada que lo pare.

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