Barcelona

“Al menos hemos sido indepes por cinco segundos”. Mireia, a mi lado, ironiza varios minutos después del discurso pronunciado por Carles Puigdemont, presidente de la Generalitat. Ha venido con su chico, Ferrán, a la concentración en torno al Parlament de Cataluña. Esos “cinco segundos” -que en realidad fueron ocho- son los que separaron los dos momentos clave de la tarde en la exhortación del dirigente catalán. El primero, cuando el presidente asumió simbólicamente la independencia. En ese instante, la multitud que llenaba la alameda de Lluis Companys aplaudió enfervorecida. “Las urnas dicen “ ‘sí’ a la independencia. Y ese es el camino que estoy dispuesto a transitar”.

El segundo de esos momentos se produce prácticamente en la siguiente frase. El president declina la opción de proclamar una república catalana. “El gobierno y yo mismo proponemos que el parlamento suspenda los efectos de la declaración de independencia. El mismo público que instantes antes aplaude y jalea, ahora enmudece. Alguno incluso se arranca con los silbidos. Decenas de ellos no lo vieron venir. En cuanto Puigdemont pronuncia la frase, algunos comienzan a marcharse a sus casas.

Antes de que remate el discurso, la desbandada es ya total. Minutos después, los que se marchan ya no escuchan, pero sí que alcanzan a oír, ya de espaldas, la voz de Inés Arrimadas, jefa de la oposición, cuyo discurso también emiten en las pantalllas gigantes. Ya han perdido la atención, pero profieren sin volverse y entre aspavientos algún insulto a la líder de Ciudadanos en Cataluña cuando tilda de “golpista” al gobierno autonómico. “¡La golpista eres tú, hija de puta!”.

Vivimos la jornada con dos jóvenes, independentistas convencidos desde hace años. Horas antes, a las cinco, ya había un elevado número de gente en el paseo situado delante del Parlament. Justo delante del Arco del Triunfo, los tractores de los agricultores del Maresme se apostan en dos hileras a uno y otro lado, decorados con el merchandising de los independentistas. O sea, cubiertos de esteladas hasta las llantas. Hay jóvenes y niños, ancianos que se han llevado una silla de plástico para sentarse y aguardar el discurso de 'el president', empresarios que acaban de salir de su trabajo…

La situación, a excepción del color de las banderas, podría ser la misma que la del domingo pasado, cuando decenas de miles de personas salieron a la calle de forma masiva. Fue llamada la manifestación de la mayoría silenciosa. Este martes, fueron las huestes movilizadas por ANC y Ómnium Cultural las que se quedaron en silencio. Dos instantes protagonizados por una multitud que, de algún modo, al final de la noche ya no era la misma que cuando comenzó la tarde.

Els Segadors con un chistu

Seis y media de la tarde. No cabe ya un alma. Algunos llevan horas esperando y parece que la cosa se va a demorar. En las dos enormes pantallas del centro de la alameda proyectan la imagen de TV3. El discurso, previsto a las seis, se retrasa una hora.

A la muchedumbre no parece importarle. Tampoco la presencia del helicóptero de la Policía Nacional, que sobrevuela cada poco la zona, recibiendo pitidos y abucheos. En un breve paseo se puede comprobar el espíritu positivo con el que la gente ha salido a la calle.

Muchos sostienen una cerveza en la mano y hay cánticos suficientes para sobrellevar la espera sin tener que repetirlos. También hay himnos. En uno de los pequeños y tranquilos corrillos que están sentados los parterres laterales, una chica se arranca con un pequeño instrumento de viento que recuerda a un chistu y entona una melancólica versión de Els Segadors. Pronto todos a su alrededor la siguen y se ponen a cantar la letra.

Siete menos diez. En la pantalla de TV3 enfocan a Puigdemont, sentado ya en su escaño. El presentador de la emisión advierte que al presidente se le ve “haciendo anotaciones en su discurso con su bolígrafo”. A nuestro lado, una joven eleva la voz: “¡Pues como tenga que corregir más no acaba!.

Son las siete y diez y Puigdemont aún no arranca. Ni siquiera ha entrado en el hemiciclo, por lo que se ve en las pantallas. Algunos escuchan la radio, expectantes por saber qué sucede. Un hombre de camisa de cuadros a nuestro lado le exclama a su amigo: “¡El PP puede que pida una recusación para que se reúna la mesa y la Junta de portavoces!”. Este reflexiona: “Ves, ves, el PP lo que quiere hacer es filibusterismo, para no tener que hacer las cosas. Para que no se pueda hacer nada”.

19:11. Hace aparición Carme Forcadell, presidenta del Parlament, y la multitud ruge en el paseo Lluis Companys. Ferrán y Mireia aplauden y sacuden sus banderas. Desde ese momento, cada palabra de la presidenta es aplaudida por la turba. Y entonces Forcadell da la palabra a Puigdemont. El momento más esperado de la jornada.

-¡Vamos Carles! ¡Me cago en la puta! ¡Vamos!

"Un coitus interruptus"

Un independentista se cubre el rostro con una estelada. Susa Vera (Reuters)

Es el momento álgido, la ilusión de la plaza encarnada en un rugido. El president continúa y a cada frase que pronuncia la calle aplaude y ovaciona. Al hablar de las cargas policiales, el líder catalán las condena. Aplausos y más aplausos. El discurso va in crescendo, y cada frase es ovacionada todavía con más fuerza. Todos asienten ante su líder, viendo lo que, a su juicio, era todo un repaso y un desafío al estado español”. “Les está dejando retratados”, exclama un joven entre aplausos. “¡Si señor! ¡Si señor!”, grita sin parar una mujer.

Y entonces, llegó el jarro de agua fría. Debajo del arco del triunfo que abre la alameda de Lluis Companys se hizo el silencio. La sensación fue la de ver un globo desinflándose. La gente enmudeció. Algunos, casi sin que el presidente de la Generalitat de Cataluña terminase su discurso, cogieron sus esteladas y se esfumaron. “Venga, a la mierda”. Se oyen gritos de “traición” y de “todo para nada”. Nadie espera para escuchar al resto de fuerzas políticas y se marchan cuanto antes a casa. Sin aspavientos. Comentando la jugada entre ellos.

Unos todavía no lo asumen. Otros están más tranquilos. “Me ha parecido muy bien su discurso. Hay mediadores internacionales que habrán hecho presión para arreglar las cosas de la forma menos traumática posible. Pero digamos que ha sido como un coitus interruptusAl menos es la sensación que nos llevamos”. Mireia y Ferrán, a mi lado, valoran positivamente la actuación de esta tarde de Puigdemont. "Ha sido inteligente. Declararla era lo peor que podía hacer. Esta es una jugada mejor", nos comenta un hombre ataviado con esteladas hasta las orejas. 

Ya es de noche. Muy pocos esconden su decepción. En las pantallas del centro del paseo, la sesión del Parlament siguió retransmitiéndose pero ni Ana Gabriel, de la CUP, pudo levantar el ánimo de los que todavía se habían quedado clavados en el suelo, bien incrédulos o decepcionados.

En los bares de la zona también conectan con TV3. En el canal autonómico anuncian un programa especial “de repaso de todo lo que ha pasado hoy en el Parlament”. Un hombre replica al televisor: “¡Pero si hoy no ha pasado nada!”. Minutos antes, en la desbandada del paseo de Lluis Companys, una señora se bate en retirada con su marido. Resignada, resopla con desgana en un clarísimo catalán: “Se ha cagado. Puigdemont se ha cagado”.

El gentío, a las cinco de la tarde en Lluis Companys. B.C.