Virginia, de 14 años, le pidió dinero a su madre dinero para comprar un tarta, porque esa tarde tenía que ir a una fiesta cumpleaños en su pueblo, Aguilar de Campoo (Palencia). Era 23 de abril de 1992. En lugar de quedarse en el pueblo, Virginia y su amiga Manuela, de 13, subieron a un tren y se fueron de fiesta a Reinosa, un pueblo de Cantabria a 30 kilómetros del suyo. No se lo dijeron a sus familias. Las vieron más tarde haciendo autoestop para volver a casa. Nunca más se supo de ellas.

Este año se han cumplido 25 de la desaparición de Virginia Guerrero Espejo y Manuela Torres Bougeffa, las dos niñas de Aguilar de Campoo que llevan un cuarto de siglo en paradero desconocido. Su desaparición se produjo meses antes que la de las niñas de Alcàsser y en idénticas circunstancias: haciendo autoestop para volver de fiesta. Pero mientras el caso valenciano copó todo el foco mediático en España, el de Palencia tuvo mucha menos repercusión mediática.

LA NIÑA QUE LLEGÓ DE FRANCIA

“Virginia era, en esencia, noble”, recuerda su hermano Emilio. Todos coinciden. Buena, tímida, tranquila… Es lo que dicen los que la conocieron. Nació y se crió en Aguilar de Campoo, un pueblo que en aquella época olía a galletas. La mayoría del municipio vivía, de algún modo, de la fábrica Fontaneda, cuyo aroma impregnaba este pueblo de casas bajas de piedra al albor de la espectacular Colegiata de San Miguel, un espectacular templo gótico.

Al pueblo se vino a vivir una niña que se llamaba Manuela y procedía de Aix-En-Provence (Francia). Su padre, José, era un malagueño de etnia gitana emigrado. Su madre, Karima, es parisina pero tenía familia en Aguilar de Campoo, por lo que se establecieron en el pueblo. En aquella época, José y Karima estaban separados y él se había vuelto a Francia. Se quedaron en España madre e hija. La niña se hizo amiga inseparable de Virginia.

Virginia le pidió a su madre dinero para comprar un tarta y nunca más la volvió a ver E.E.

Cuentan los vecinos que la de Manuela era una familia desestructurada: “El ambiente en aquella casa era muy difícil. Dicen que había muchas peleas, que a la chiquita le pegaban”. Karima Bougeffa, la madre de Manuela, lo niega: "Mi marido y yo nos separamos, pero la vida en casa era normal; a mi hija nunca le faltó de nada. Lo que sí tenía mi hija eran problemas, porque la trataban muy mal en el colegio. Había niñas que le tenían envidia. La única niña que la aceptó y se hizo su amiga fue Virginia, que era muy buena".

La difícil situación de Manuela hizo que la relación con Virginia y su familia se hiciese muy estrecha. El desarraigo, la marcha de su padre, los viajes... aquellas circunstancias marcaron el carácter de la pequeña Manuela, más resuelta y avispada que la tímida Virginia. "Había vivido mucho para lo pequeña que era", resumen los vecinos. En casa de Virginia sabían de los problemas de la niña francesa, por lo que más hicieron por integrarla y pasaba mucho tiempo en casa de los Guerrero. “Una niña que tiene una vida familiar tan dura, que llega de nuevas a un país distinto, que no tiene a nadie. Cómo no vas a ayudarla”, cuenta Encarna Guerrero, la hermana de Virginia.

LAS VIERON HACIENDO AUTOESTOP

Era el 23 de abril, el día de San Jorge, de la rosa, del libro y de la Comunidad de Castilla y León. Las familias pensaban que las chicas se quedarían en Aguilar de Campoo, tal vez en un cumpleaños, si tenían que comprar una tarta. Pero se escaparon hasta Reinosa, un pueblo cántabro a poco más de 30 kilómetros, para irse de fiesta. “Chiquilladas de adolescentes que todos hemos hecho alguna vez”, cuenta Emilio Guerrero, hermano de Virginia. Las dos chicas propusieron unirse a la excursión a una tercera niña llamada Alicia, que no lo vio claro y decidió quedarse en Aguilar de Campoo.

Virginia y Manuela estuvieron en la discoteca Cocos, y luego en el Parque de los Jardines de Cupido, una zona de bares de Reinosa. La última persona que asegura que las vio es una vecina de Aguilar de Campoo: dijo que las niñas estaban haciendo autoestop a la altura de la Cuétara, la fábrica de galletas de Reinosa. Pretendían volver a casa haciendo dedo, muy habitual en la época. La vecina no las pudo subir porque su coche iba lleno. Serían las nueve de la noche. Ni Virginia ni Manuela volvieron a casa, pero está claro que pretendían volver, porque se fueron sin ropas de repuesto y con sólo con 800 pesetas: “Me acordaré toda la vida de que se marchó de casa esa tarde y volvió al poco rato porque se había olvidado las llaves” recuerda su hermana Encarna.

Aguilar de Campoo, en la provincia de Palencia, cuenta con poco más de 7.000 habitantes

“YA VOLVERÁN CUANDO QUIERAN”

Cayó la noche y las niñas no volvieron. Las familias acudieron a la Guardia Civil, pero no obtuvieron demasiada ayuda. “En aquella época no había un protocolo como existe ahora, estaban más limitados”, recuerda Emilio Guerrero. La cuestión es que se cometieron errores de bulto. Las primeras horas después de una desaparición son claves, pero las familias obtuvieron la espera por respuesta: les dijeron que había que aguardar 48 horas para iniciar una búsqueda. Aunque fueran menores de edad. Las niñas habían estado en Reinosa, en una zona concreta, habría testigos que les hubiesen dicho con quién estuvieron, con quién se marcharon. Pero el paso de las horas es crucial. Y aquí se dejaron pasar las horas y se perdió un tiempo precioso. “Se han ido de fiesta, ya volverán cuando ellas quieran”, le dijo un agente de la Guardia Civil a la hermana de Virginia. "A mí me recriminaron que no eran horas de molestar ni ponerse a buscar a nadie", recuerda Karima, madre de Manuela.

Cuando empezaron las indagaciones, en los medios se habló de un Seat 127 blanco con matrícula de Valladolid en el que presumiblemente se habrían montado. “No se demostró nunca. Sé que la Guardia Civil hizo indagaciones en algunos 127 de Reinosa, pero en realidad no hay un solo testigo que pueda confirmar eso”, sostiene Emilio Guerrero.

Alicia, otra niña de Campoo que decidió a última hora no acompañar en su salida nocturna a Manuela y Virginia E.E.

Los padres de Manuela estaban separados en el momento del suceso. El padre, José, vivía en Aix en Provence (Francia). Volvió al pueblo tras la desaparición de su hija y enloqueció. Agentes de la Policía Local de Aguilar de Campoo todavía recuerdan que tuvieron que intervenir en su casa, porque perdió el control y empezó a tirar por la ventana todo el mobiliario de su casa, televisor y bombonas de butano incluidas. "Está en tratamiento psiquiátrico desde entonces", cuenta su mujer Karima, con la que se reconcilió después. Actualmente ambos viven en Vélez Málaga. "Después de aquello estuvo internado en un psiquiátrico de Palencia, donde casi lo matan con la medicación. No se ha acabado de recuperar nunca. Manuela es nuestra única hija".

QUIÉN SABE DÓNDE

A principios de los 90, una de las fórmulas televisivas de mayor éxito era la de los programas de desaparecidos. Paco Lobatón llevó a su programa “Quién sabe dónde” el caso de las niñas de Aguilar. A partir de ahí se empezaron a recibir llamadas de forma sistemática. El poder de la tele. “La gente veía niñas desaparecidas en pantalla y quería ayudar. Pero era imposible que las vieran a la vez en Asturias, Cádiz y Madrid. También recibimos llamadas de gente que iba a hacer daño, diciendo cosas como que no las íbamos a volver a ver vivas”, recuerda Emilio.

Manuela junto a su padre, un malagueño de etnia gitana emigrado a Francia E.E.

Algunas de estas llamadas fueron atendidas por la familia de Virginia, que se dedicó en cuerpo y alma a su búsqueda. Las habían visto en Asturias, hasta donde se desplazó Emilio Guerrero para comprobar si aquellas dos chicas de las que hablaban eran las niñas de Aguilar. Cuando las encontraron, la decepción: eran unas niñas asturianas que se les parecían. “Como esa tengo varias”, asegura el hermano de Virginia. 

Otras llamadas sólo tenían la intención de hacer daño, como la que recibió una noche Emilio: "Sólo se escuchaba una voz de mujer llorando y gritando "Mamá". Yo no sé si era la voz de mi hermana, porque cuando estás tan desesperado crees reconocerla en cualquier voz de mujer", recuerda. Asegura que “también tuvimos mala suerte con las fotos. La única que conservamos nítida es la que se ha publicado siempre, en la que sale mi hermana con la boca abierta, cosa que tampoco ayuda a un reconocimiento”.

Los dos cráneos y los okupas

En octubre de 1994, cuatro personas que caminaban cerca del embalse de Requejada, a 40 kilómetros de Aguilar de Campoo, encontraron dos cráneos. "Dos de esas personas eran periodistas del Diario Palentino. Publicaron que podría tratarse de los restos de las niñas. Sin contrastar, sin análisis y sin nada", recuerda Emilio Guerrero. Los exámenes posteriores descartaron que fuesen los de las dos niñas.

Algo pasó en 1997 que hizo que el caso se volviese a remover. Un joven okupa explicó a la policía que había visto a las chicas con una comunidad punki de Madrid. Aseguraba que Virginia estaba casi igual, pero que Manuela había cambiado de look y llevaba el pelo muy corto, teñido de azul y con un mechón blanco. La Policía elaboró, con las rudimentarias herramientas de los 90 en cuestión de reproducciones faciales, un inquietante retrato robot con el que podría ser el aspecto de las niñas. Finalmente las hallaron: “Tampoco eran ellas”, explica el hermano de Virginia.

Cartel de la Guardia Civil con el que se pretendió encontrar a Virginia y Manuela E.E.

Los vecinos de Aguilar de Campoo intentaron ayudar de la mejor forma que encontraron: donaron dinero a una cuenta para ayudar a las familias a sufragar los gastos inherentes a la búsqueda. Unos 2.500 euros que permanecían intactos porque las familias se lo costearon todo de su propio bolsillo. En 2001, ese dinero fue donado a Fontaneda. La empresa más emblemática e importante del pueblo estaba atravesando sus peores momentos y las familias entregaron ese dinero para contribuir a una salvación que nunca llegó. "El comité de empresa nos preguntó, por medio del juez de paz del pueblo, cómo estaba el caso de las niñas. Como la investigación estaba parada, aceptamos entregarles aquel dinero para ayudarles. No significó que abandonábamos la búsqueda, como se llegó a publicar. No fue ningún gesto simbólico en esa dirección", sostiene Emilio Guerrero.

Sólo fue un gesto de solidaridad con la empresa. La familia no ha dejado nunca de buscarlas nunca. “Es un tema que todavía cuesta hablar dentro de la familia”, reconoce Miguel, primo de Virginia: “A veces hablo de esto con mi primo Emilio y le digo que qué pena no tener dinero para poder dedicarnos a buscarlas pero de verdad”, se lamenta.

CASO ARCHIVADO

A día de hoy, el caso sigue en archivo provisional en el juzgado de Cervera de Pisuerga. Los padres de Manuela han vivido todo este tiempo en Francia, pero se acaban de instalar en Málaga. Parte de la familia de Virginia sí que sigue en Aguilar de Campoo. Son reacios a hablar del tema con periodistas por varias malas experiencias. Cuando sucedió la desaparición, algunos medios trataron el caso con, entienden, poco respeto. Se dijo textualmente de las niñas “que eran sueltas de cascos” o “que les gustaba mucho el bailongo”. La familia todavía lamenta que algunos textos hablasen así de unas niñas de 13 y 14 años. 

Aunque asumen que es difícil, en las dos familias albergan esperanza. Reconocen que la incertidumbre es lo que peor se lleva. “Mi padre murió cuando yo era muy joven y es duro. Pero aquí no tenemos cuerpo, no sabemos nada. Tienes que aprender a vivir con ello”, reconoce Encarna Guerrero. "No tenemos más hijos. Pensamos en que nunca podremos tener nietos y nos da mucha pena", lamenta Karima.

Han pasado muchos años y todo ha cambiado. Fontaneda cerró, llevándose el olor a galletas. En Reinosa sigue abierta Cuétara, que es precisamente el lugar donde las niñas hacían autoestop cuando se les perdió la pista. Han pasado muchos años pero todos en las dos familias, sin excepción, hablan de las niñas en presente. “Te aferras a esa esperanza. Cuando por desgracia ha habido alguna desaparición de este tipo, como las niñas de Alcàsser, más tarde o más temprano encuentran el cuerpo. De mi hermana no han encontrado nada”; sostiene Emilio.

También habla de ella en presente la madre de Virginia: “En noviembre cumple 39 años”, me recuerda Trinidad, Espejo. Es una septagenaria nacida en Loja (Granada) que sigue acudiendo cada tarde al hogar del pensionista en el que aquella tarde su hija le pidió dinero para comprar un pastel. Sus ojos azul intenso se ensombrecen cuando le preguntan por su hija. “Siempre estaba conmigo en mi falda”, recuerda. Pero no pierde la esperanza. Antes de marcharse, me agarra de la muñeca y me pide: “A ver si la podéis encontrar, por favor”.

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