Volví, volví tras un año y medio semialejada del entorno laboral. Seguí al día pero sin estarlo tanto. No es lo mismo conectar de vez en cuando que estar sumergido en una rutina diaria del ámbito laboral.
Vivía ajena a ese cansancio mental que da tener la agenda llena de un día para otro y no saber dónde vas a meter los imprevistos que surjan. Y he llegado a una conclusión, que seguro que ya tenía: vivimos inmersos en una cultura que premia la cantidad y castiga la pausa.
Pero lo cierto es que el agotamiento mental ya no es una excepción, sino casi una condición silenciosa del día a día, que se está haciendo su hueco. Y lo más preocupante es que creo que lo hemos normalizado. Que la tasa de absentismo laboral sea tan alta, no es un hecho aislado, es una alarma que no deberíamos obviar, porque hemos desplazado el foco: del propósito al rendimiento, de las personas a los números, del orgullo de pertenencia a la simple supervivencia laboral.
Incluso hemos pasado de la educación al hablar con las personas, a la exigencia porque estamos en el trabajo. Porque sí, muchas veces se intoxica el ambiente laboral por no decir un básico buenos días, por favor, y gracias. Muchas veces damos por hecho y nos olvidamos de que el bienestar laboral puede existir si promovemos espacios de trabajo en los que primen las personas. Ellas son las que hacen posibles los negocios, las que pueden escalarlos, y sus resultados van de la mano del trato que reciban. Así que no perdamos las buenas costumbres.
Casualidad o no desde mi reincorporación estas situaciones se han vuelto habituales en mis círculos cercanos. Quizá solo buscaban mantenerme alejada de esta realidad, que a día de hoy ya es un habitual en las conversaciones diarias. Creo que se nos llena la boca hablando de cultura corporativa y nos olvidamos que la cultura parte de un ejemplo, de unos valores y de un propósito que serán los que sienten bases.
Nos estamos olvidando de que el mayor valor con el que contamos son las personas, tanto dentro como fuera de las empresas. Así que el mayor reto es generar un espacio dónde puedan sacar lo mejor de sí mismas, para así impactar en productividad y rendimiento, para llegar a los objetivos del negocio. Pero también para seguir viviendo, y ateniendo sus obligaciones, al terminar su jornada laboral.
Tenemos que practicar una escucha más activa y consciente. Desde luego que el trabajo es trabajo, pero si podemos hacerlo un poco más fácil, por qué no decirlo, y cómodo, por qué no intentarlo. Es una inversión a largo plazo en retención, fidelización y resultados. Solo así se construyen equipos comprometidos, que no solo cumplen, sino que creen en lo que hacen.
La calidad parte del compromiso. Y ese compromiso solo se mantiene cuando hay respeto, reconocimiento y, sobre todo, humanidad. Volver a poner a las personas en el centro no es una estrategia empresarial: es una necesidad vital.
Si algo he ganado mientras estaba alejada del mundo laboral fue tiempo, ese que nos falta cuando estamos metidos en la rutina. Y el tiempo junto con el aprendizaje dan mucha perspectiva. Quién no está ya de vacaciones quizá esté a punto de cogerlas... ¿Y tú cómo estás?