Estas líneas no las escribe un cronista, ni un periodista. Son el testamento póstumo de alguien que nació entre tus calles, que creció a tu sombra, que te vivió con todas las consecuencias… y que decidió, al final, morir donde siempre fue: en casa, contigo, Agra.

Te miro, Agra, y me reconozco. En tus esquinas sucias, en tus aceras rotas, en ese olor a leña húmeda y fritanga vieja que aún se cuela por las rendijas de los portales. Te miro, y no sé si estoy viendo un barrio o una declaración de principios. Porque tú no fuiste nunca una urbanización de diseño, ni una postal para suecos despistados. Tú fuiste, eres y serás la república del que no se rinde. Y eso, créeme, te honra.

Te encerraron, Agra, entre cuatro fronteras de asfalto: Rolda de Nelle por el este, Rolda de Outeiro por el oeste, Vila de Negreira al norte y la avenida de Fisterra por el sur, que cuando yo era un crío aún era la Carretera a Corcubión, y la plaza de Pontevedra, un Campo de Carballo donde se podía jugar a la pelota sin miedo a que te atropellaran o te multaran. Qué tiempos, carallo.

En medio kilómetro escaso te las apañas para cobijar a casi 29.000 almas. Un mundo. Un hormiguero. Una ciudad dentro de la ciudad. Y sin embargo, aún hay quien pregunta si aquí se puede vivir. Lo dicen desde sus pisos amplios y soleados, sin saber que tú, Agra, tienes más vida en una tarde de domingo que todo su barrio en un año.

Te dibujaron con escuadra y cartabón en 1948, cuando el “Plan de Alineaciones” decidió por dónde sangrarían tus venas. Y sangraste. Primero con casitas de dos plantas, con ropa tendida y perros ladrando en los patios. Después, en el 67, te desfiguraron del todo. El PXOM trajo bloques de b+5 plantas donde antes cabía el cielo. Te llenaron de gente, Agra. De paisanos que bajaban de Bergantiños con una maleta de cartón, buscando trabajo en la ciudad. Y tú los acogiste. Sin juzgar. Sin preguntar. A todos.

Luego llegaron otros. Del Magreb, del Caribe, del Altiplano, de Senegal. Aquí, Agra, no hiciste distinciones. Les diste techo, lengua y un lugar donde ser. Porque tú no eres un barrio multicultural de esos que salen en los panfletos municipales. No. Tú eres mezcla. Y punto. Y eso te hace invencible.

También llegaron los coches. Y contigo no pudieron. Te obligaron a estrechar las aceras, a soportar los tubos de escape, a mirar desde los pisos bajos sin ver el sol. Se llevaron tus molinos, Agra. Aquellos viejos molinos de viento que eran testimonio de tu pasado rural. Y hoy duermen numerados en almacenes, esperando que algún día les devuelvan el aliento. Como tú me lo devuelves cada vez que te camino.

Y encima te negaron lo básico. Ni parques, ni centros cívicos, ni plazas amplias. Solo un mercado, ese de Conchiñas, donde las abuelas siguen comprando el pescado como si el siglo no hubiera cambiado. Y más tarde, cuando por fin peatonalizaron la Rúa Barcelona, lo hiciste tuya. A fuerza de gritos, sí, pero también de dignidad. Hoy es tu espina dorsal, tu calle mayor, tu mercado de babel.

Y aún sueñas, Agra. Sueñas con el parque del Observatorio. Un pulmón verde que llevas reclamando desde hace décadas. Un espacio abierto, naturalizado, donde tus niños puedan correr sin miedo. Lo mereces, Agra. Más que nadie.

Y yo te lo digo así, con rabia y con ternura. Porque en ti aún resiste el comercio de verdad. Las tiendas con nombre de mujer, los bares donde aún te fían, los zapateros que conocen tu talla sin preguntarla. Resistís, como se resiste todo en este barrio: con uñas, con sudor y con memoria.

A Coruña no se entiende sin ti, Agra. Sin tus patios, sin tus fiestas, sin tus silencios llenos de historia. Eres mi barrio. Y aunque me ciegue la vista, aunque no vea tus calles con los ojos de antes, te siento igual. Porque tú no se ves: tú se vives. Y vives en cada alma que respira entre tus muros.

Por eso te escribo, Agra. Porque tú no eres barrio. Eres carácter. Eres coraje. Eres la república del que no se rinde. Y yo, si tuviera que volver a nacer, volvería a hacerlo aquí.

Entre cemento, inmigrantes y molinos de viento.

Contigo.

Siempre contigo.