Mario Becerra en el portal de su vivienda.

Mario Becerra en el portal de su vivienda. Cedida

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Mario, gallego obligado a arrastrarse para llegar a casa: "Nuestros derechos no son privilegios"

Mario Becerra se arrastra cada día por 36 escalones para llegar a su casa de Ferrol. Vive con espina bífida en un edificio sin ascensor y, pese a las leyes que garantizan la accesibilidad, lleva años esperando una solución

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Uno, dos, tres, cuatro... Y así hasta 36 son los escalones que Mario Becerra tiene que subir a rastras para poder llegar a su casa cada día, un segundo piso sin ascensor en el barrio de Caranza en Ferrol. Este joven de 30 años con espina bífida lleva años relatando su realidad en redes sociales e intentando buscar una solución a la falta de accesibilidad de su edificio, hasta ahora, sin respuesta.

Pero si algo bueno tienen las redes sociales es que crean comunidad y ante una situación de injusticia o una vulneración de los derechos humanos, pueden dar visibilidad.

Eso fue lo que vivió Mario en el año 2023 cuando se hizo viral un vídeo en el que enseñaba cómo accedía a su casa subiendo a gatas las escaleras. Gracias a la viralidad de ese vídeo, logró una reunión en el Ayuntamiento para buscar una solución a su caso, pero "me dijeron que me iban a llamar y jamás recibí ninguna llamada", recuerda el joven.

Dos años más tarde y gracias de nuevo a las redes, conoció a Cecilia, también con problemas de movilidad y coordinadora de un grupo para pacientes con enfermedades raras. Fue ella quien impulsó una iniciativa que lo cambiaría todo: la petición de Change.org "Garantiza la accesibilidad digna para Mario", en la que lograron sumar casi 60.000 firmas y gracias a la cual pudo tener una segunda reunión en el Ayuntamiento el pasado miércoles.

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"A las personas con discapacidad las redes sociales han hecho un gran favor", comenta Cecilia, que añade: "La gente tiene que unirse y las asociaciones poner voz a todas esas personas que están representando... Si no hacemos presión todos, uno a uno no se nos escucha".

Subir a rastras, pedir financiación y luchar por derechos: el precio de la falta de accesibilidad

La instalación de un ascensor tiene un coste mínimo de 20.000 euros que, por norma general, sufraga la comunidad de vecinos. "Pero, ¿quién tiene el dinero para pagar eso tal y como estamos todos ahora?", añade Cecilia, para explicar que- tras investigar por su cuenta- vio que existían financiaciones en estos casos.

"La Xunta, el Concello, deben informar al pueblo de las ayudas que existen y las financiaciones, porque muchos no saben los recursos que tienen... Y parece que a las instituciones no les interesa informar", denuncia la impulsora de la petición.

Tras la reunión con el alcalde de Ferrol, José Manuel Rey, el primer paso está claro: redactar un escrito, convocar una reunión con la comunidad de vecinos y someter el proyecto de adaptación a votación. Si alguno de los propietarios se negase, la ley respalda a Mario.

"Los espacios adaptados deberían de estar disponibles, al alcance de la mano... Cuando hay que pedirlos ya se convierte en un privilegio, y hay mucha gente que está igual que yo o peor"

Mario, vecino de Ferrol con espina bífida

Existen normativas -como la Ley 13/1982 de integración social o la Ley gallega 10/2014 de accesibilidad- que amparan a las personas con discapacidad en estos casos. La solución más viable que se plantea es instalar una silla salvaescaleras.

"Hay distintas opciones técnicas, y nos han dicho que los ayuntamientos están obligados a facilitar los trámites y no poner trabas", explica Cecilia. De hecho, si la comunidad aprobara el proyecto, el Ayuntamiento acompañaría a Mario y al presidente de la comunidad en la búsqueda de financiación, y aportaría un técnico para valorar la viabilidad.

"Gana todo el mundo porque cualquiera puede acabar con movilidad reducida, o tiene el carrito de los niños, o mismamente personas mayores", expone Mario.

"Yo ahí no estoy por gusto, los alquileres suben y no me puedo permitir otra estancia"

No fueron pocas las personas que le animaron a irse de su edificio a uno adaptado, pero surge el mismo obstáculo: la falta de recursos. "Yo ahí no estoy por gusto, los alquileres suben y no me puedo permitir otra estancia", cuenta Becerra, que añade: "Una pensión por discapacidad no es una millonada, no llega a nada".

Lo único que pide Mario es algo tan básico como digno: poder regresar a casa, su lugar seguro, sin tener que arrastrarse por unas escaleras que le recuerdan, cada día, que el mundo sigue sin estar hecho para todos.

"Hay días en los que estoy agotado de subir hasta mi casa, y más cuando las escaleras están mojadas o llenas de pelos...", relata Mario con resignación. "Y eso sin contar el desgaste físico: las articulaciones, la espalda... Ese esfuerzo continuo pasa factura y acelera su deterioro", añade Cecilia, "la vida no puede ser así".

El daño a su salud no es opcional, sino una consecuencia inevitable de una falta de accesibilidad que le empuja, día tras día, a forzar su cuerpo. Mario aún recuerda cuando, de niño, vivía con su abuelo en un cuarto piso- subiendo 72 escalones- algo que "ahora no podría hacer, los años no perdonan, y cada vez podré menos", describe.

Una situación que se repite en otras actividades de su vida cotidiana, como ir al cine, a la playa, el transporte público (muchas veces sin rampa) o el simple hecho de pasar la tarde entera fuera de casa, algo impensable para él, porque "siempre tengo que tener un baño cerca y no todos están adaptados", cuenta, "si tengo un mal día y me duele el estómago, no puedo salir... no me da tiempo a llegar al baño y eso me limita".

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Para Mario, la percepción que tiene mucha gente de las personas que sufren alguna discapacidad es que "nuestra vida es una puta mierda", algo con lo que él discrepa rotundamente. "Sería una puta mierda si viviera con dolor, pero realmente lo malo es tener tantos inconvenientes: si no hay ascensor, si no hay rampa... Es todo muy incómodo, nos tenemos que adaptar nosotros", contempla.

En España, unas 3,8 millones de personas- el 8,5% de la población- tienen algún tipo de discapacidad, y más de la mitad de ellas presentan dificultades de movilidad, según el Instituto Nacional de Estadística.

Por eso esta petición no es solamente por Mario, sino por todos ellos porque, como dice Cecilia: "La verdadera discapacidad está en un sistema que da la espalda a quienes más lo necesitan".

Una petición que además quiere dejar en evidencia que "nuestros derechos no son privilegios", como argumenta Mario, y que "los espacios adaptados deberían de estar disponibles, al alcance de la mano... Cuando hay que pedirlos ya se convierte en un privilegio, y hay mucha gente que está igual que yo o peor".