Juan Gómez, con una caja de un reloj de sobremesa de más de 200 años, en la relojería Muiños.

Juan Gómez, con una caja de un reloj de sobremesa de más de 200 años, en la relojería Muiños. Quincemil

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Muiños, un siglo con la hora a punto en A Coruña: "Con los relojes en las manos he sido feliz"

Juan Gómez cierra por jubilación la relojería histórica de la calle Orzán, un negocio en el que empezó como aprendiz con 13 años

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Con las piezas de un reloj en las manos, Juan Gómez se recrea en las explicaciones. Detalla por qué a este tornillo le corresponde tal lugar, por qué un casquillo está desajustado o una rueda desgastada; cuenta cómo lava cada parte a mano o en una lavadora de relojes o las seca, cómo encaja cada pieza una vez terminada la reparación del conjunto. Habla y habla intercalando la precisión mecánica de su trabajo con anécdotas de una época o de otra que le vienen a la mente en el taller de la relojería Muiños.

Cincuenta y dos años después de que Juan Gómez entrase en el taller de la calle Juana de Vega como aprendiz, donde su madre preguntó si podían emplear al mayor de sus cinco hijos, el relojero se refiere a su oficio con el entusiasmo de un principiante. Aún no tenía 14 años cuando se puso la bata. En pocos meses se jubilará y Muiños, hoy en el número 159 de la calle Orzán, desaparecerá después de haber puesto en hora multitud de relojes y haber ajustado taxímetros, ficheros de empresas y cuentakilómetros de vehículos.

Mesa donde Juan Gómez repara relojes de pulsera en Muiños.

Mesa donde Juan Gómez repara relojes de pulsera en Muiños. Quincemil

"Los relojes son la vida. Con ellos en las manos he sido muy feliz. Lo que pasa es que a veces tienen defectos y te vuelves loco. Los dejas un día porque no encuentras la solución y al siguiente te das cuenta de dónde está el problema". Así resume este veterano relojero las emociones que le causa su dedicación, el valor que le da a los objetos a los que ha prestado durante más de medio siglo sus manos y su vista.

El reloj de la condesa de Fenosa

Muiños fue fundada hace más de un siglo, en 1921. Alumbrada por los hermanos Laureano y Guillermo Muiños, se especializó en arreglar relojes de pulsera, pared y sobremesa. Había ocho relojeros entonces, que también enseñaban a los jóvenes que probaban en el oficio. Lo cuenta Juan Gómez mientras señala las fotografías antiguas pegadas en un cristal que lo muestran cincuenta años antes en el taller de Muiños con sus jefes y compañeros.

Mesa de Muiños donde se arreglan relojes de sobremesa y pared.

Mesa de Muiños donde se arreglan relojes de sobremesa y pared. Quincemil

Con la jubilación de Laureano, el negocio quedó en manos de dos empleados, David y Pedro, que respetaron la condición de mantener el apellido como nombre del taller. Muiños ganó fama. La condesa de Fenosa llevaba sus relojes a arreglar, se reparaba el de la escuela de Comercio, el del colegio Eusebio da Guarda. "Nos conocía todo el mundo, en A Coruña, en Lugo, en Madrid".

Gómez entró en escena en 1972, "un crío aún", en Juana de Vega, para "hacer recados" primero y para descubrir poco a poco los misterios que esconden las entrañas de los relojes, las máquinas donde fichaban los trabajadores de las empresas y los cuentakilómetros que las empresas de automoción traían.

"Me dieron un despertador Titán. 'Lo montas y desmontas hasta que lo sepas de memoria, una y otra vez', me dijeron. Tres meses después me pedían el mismo despertador con desajustes para ajustarlo. Luego llegaron relojes de pared, de pulsera, cuentakilómetros, carretes de cañas de pescar, algún taxímetro", recuerda el relojero.

Relojes pendientes de reparación en Muiños.

Relojes pendientes de reparación en Muiños. Quincemil

De una estantería extrae una máquina París dorada que corresponde a un antiguo reloj de sobremesa. Asegura que tiene más de 200 años y la muestra explicando, y nombrando, para qué sirve cada una de sus partes y cómo es su mecanismo. Se la trajeron para reparar en abril de 2021 y aún no han venido a recogerla; el arreglo, que le llevó varios días, cuesta 500 euros.

"Estoy bien de vista, no me tiemblan las manos, pero es hora de marcharse", asume Juan Gómez sin dejar de sonreír. Todavía, en los próximos meses, terminará el trabajo pendiente. No habrá relevo, como sufren muchos otros antiguos comercios de las ciudades. "No voy a decir a la gente a dónde tiene que llevar ahora los relojes a arreglar. Que cada uno encuentra el mejor lugar".