Un edificio de A Coruña en la Menéndez Pelayo 18-20
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Un edificio de A Coruña en la calle Menéndez Pelayo 18-20
La calle Juan Flórez permite conocer algunas etapas de la biografía arquitectónica de la ciudad. En su intersección con la calle Menéndez Pelayo se encuentra un edificio que constituye una magnífica obra racionalista que construye la imagen de la ciudad
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El arquitecto Adolf Loos hablaba de la Viena de principios del siglo XX como ‘la ciudad Potemkin’. Este término tan singular utilizado por Loos proviene de un conjunto de construcciones que el arquitecto Grigori Potiomkin realizó a lo largo del río Dniéper para impresionar a la emperatriz rusa Catalina II en 1787, de la que por entonces Potiomkin era amante. Si bien las historias sobre este conjunto de aldeas portátiles fueron enormemente exageradas, la realidad es que las estructuras, quizás más modestas que las relatadas por la tradición oral, eran construcciones que se montaban y desmontaban a medida que la emperatriz continuaba su viaje por Crimea. Esta región había sido completamente devastada por la guerra, los habitantes de esta zona, tártaros musulmanes, eran conocedores del potencial de su territorio pudiendo convertirse pronto en un elemento fundamental del Imperio Otomano. Potiomkin como ministro y arquitecto, era el responsable de pacificar y reconstruir el área con la incorporación de colonos rusos desactivando la voluntad de sus habitantes. El viaje de la emperatriz tenía como objetivo reforzar esta estrategia impresionando a sus aliados, de ahí el interesante proyecto del arquitecto y su trascendencia en el cuerpo teórico posterior. Este proyecto fue utilizado como ejemplo teórico para referirse a aquellas acciones destinadas a mostrar una imagen o fachada externa positiva a un país que, en realidad no le va bien. En términos arquitectónicos, esta idea salta del ámbito político al ámbito constructivo urbano definiendo la ciudad Potemkin, como aquella que muestra una imagen burguesa, próspera o moderna, aunque en realidad su interior siga siendo antiguo, decadente o decimonónico.
A pesar de lo crítico e incluso satírico del concepto, este modelo de ciudad ha estado siempre presente en la construcción de la ciudad, aunque solo fuese como imagen aspiracional o como proceso originado de una actitud desesperada por intentar definir una ciudad contemporánea. Loos hablaba de Viena en estos términos porque diagnosticaba la ciudad como una estructura del antiguo régimen, anticuada y que en realidad no funcionaba bien. La mirada sobre la ciudad contemporánea puede beneficiarse de este concepto a la hora de comprender determinados proyectos específicos. La fachada de un edificio puede observarse desde esta perspectiva y encontrar en ella el detonante de un proyecto que no responderá a ese vacío crítico, sino que será una mejora real. Quizás una mirada genuinamente negativa es capaz de transformarse en un resultado positivo y enriquecedor.
Foto: Nuria Prieto
La delirante ciudad Potemkin
La calle Juan Flórez es una de las más interesantes de la ciudad al observar sus fachadas. En ella, por su condición de frontera y conector entre proyectos urbanos específicos y camino tradicional, se pueden ver diferentes formas de acercarse a la arquitectura de la ciudad. En un análisis exclusivamente perceptivo con la determinación de buscar sólo la impronta de una imagen capaz de sintetizar la atmósfera del lugar, esta calle se convierte en un collage. Los diferentes lenguajes y la composición de aspecto aleatorio a pesar del conjunto de normativas que regularizan la construcción urbana provocan una imagen que se identifica con la ciudad contemporánea: la ciudad collage que el arquitecto Rem Koolhaas buscaba desmenuzar analíticamente en su libro-manifiesto “Delirio en Nueva York”. Pero la imagen y su percepción, como analiza Koolhaas no es solo un decorado, incluso cuando se pretende como tal, puede ser un laboratorio o esconder un importante conjunto de ideas que eclosionan conformando nuevos conceptos para la ciudad. Tras una calle Potemkin, se esconde todo un catálogo detallado que permite trazar una interpretación antológica de cualquier lugar, haciendo cada vez más real un mundo que solo era imagen.
“Si acaso hay un modo mejor de incluir el mundo de las imágenes en el mundo real, se requerirá de una ecología no solo de las cosas reales, sino también de las imágenes.” - Susan Sontag, El mundo de la imagen
Dentro del conjunto de edificios que se encuentran en la calle Juan Flórez aquellos que conforman una esquina pueden crear una imagen más contundente, ya que, dado el trazado ligeramente curvo de la calle se convierten en elementos destacados. En ocasiones, muchos de ellos incluso son fondo perspectivo desde algunos puntos en los que es común detenerse. Uno de los edificios que cumple esta premisa es el situado en la calle Menéndez Pelayo 18-20 en la intersección con la calle Juan Flórez. El edificio, construido entre 1947 y 1969 es muy similar a los proyectados por Antonio Tenreiro y Peregrín Estellés en este periodo (análogo al situado en Linares Rivas 57 o el número 8 de la avenida de Oza) aunque presenta rasgos lingüísticos también desarrollados por Rafael González Villar en décadas anteriores. El edificio ocupa una de las esquinas que limitan el primer ensanche en su perímetro superior. En el momento de su construcción esta vía ya se encontraba consolidada, y el área en que se encuentra había comenzado a transformar su carácter residencial de baja densidad poblado por viviendas unifamiliares con una pequeña parcela por edificios de mayor altura.
Foto: Nuria Prieto
Racionalismo coruñés
Este edificio utilizaba un lenguaje racionalista, propio del momento, integrando un volumen de grandes dimensiones, con siete plantas de altura en la trama urbana. Al mismo tiempo, el volumen se fragmenta simulando ser cuatro edificios similares, de los cuales el situado en el vértice se singulariza a través de la geometría. El tratamiento de las fachadas que dan hacia las dos calles es similar, adaptándose proporcionalmente a la longitud disponible en cada una. El edificio se adapta a la ordenanza municipal, aunque su composición difumina la percepción de sus restricciones. La primera planta se encuentra en el mismo plano que los bajos comerciales; sobre este se desarrolla el cuerpo del edificio y la última planta se retranquea. La conceptualización a través de los cuatro cuerpos se destaca aún más con el dibujo de la cornisa que, especialmente hacia la calle Menéndez Pelayo, se superpone para cada cuerpo resaltando los volúmenes que avanzan respecto al que se mantiene en el mismo plano que el bajo comercial y la primera planta. El cuerpo de la esquina incorpora en el centro una construcción similar a un torreón, que se trabaja con un conjunto de líneas que si bien parecen tener ecos art-déco, el recorte de volúmenes puros con aristas redondeadas los acerca a un racionalismo de geometría descompuesta.
Uno de los detalles interesantes del edificio es la ruptura de la esquina, típica del lenguaje racionalista, ya que esta es una manera de demostrar la modernidad técnica con la que se ha construido el edificio. La desaparición del pilar en la arista es posible, en este caso, debido al uso del hormigón armado. Las carpinterías, aunque algunas son actualmente de aluminio, eran originalmente de madera, mientras que el acabado de la fachada mantiene su revoco pintado original (aunque repuesto y mantenido). Siguiendo la disposición de los huecos, se intuye una modernización de la ‘bow window’ o boínder (en su interpretación española) un elemento tradicional de la arquitectura anglosajona y europea, que se transforma a través de una mirada racionalista en un pliegue de fachada en lugar de un volumen recortado y saliente del plano de fachada. Esta transformación desarraiga el elemento de su carácter vernáculo y lo traslada a la imagen de una ciudad moderna.
Foto Nuria Prieto
Las palabras de Mallarmé
La imagen ostenta, en el mundo contemporáneo, un gran poder. Quizás sea la saturación e interpretación desafortunada de este poder la que ha generado una realidad Potemkin, en la que mostrar una imagen alegre esconda una realidad hueca. La arquitectura, como otras expresiones culturales o artísticas, traslada las necesidades intrínsecas a la sociedad del momento a la realidad del lugar. La arquitectura que durante años desarrollaron arquitectos como Antonio Tenreiro y Peregrín Estellés o Rafael González Villar se alejaba de los contenidos vacíos; la imagen sobre la ciudad era muy relevante porque representaba la responsabilidad de construir una ciudad moderna y mejor, pero esta formaba parte de un planteamiento estético. La estética define, al igual que la morfología, la funcionalidad y la estructura, el conjunto de un proyecto.
Foto: Nuria Prieto
La calle Juan Flórez no es un decorado en que las fachadas representen solo imágenes, sino que se trata de una de las calles más vivas de la ciudad. En la construcción de cada uno de sus edificios hay un pensamiento que parte de una experiencia y de una emoción, o como afirmaba Mallarmé “No debe salir de la mano del artista […] ninguna línea que no haya sido antes formada en su espíritu”, porque en cualquier trabajo creativo se queda una pequeña parte de su autor.