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El color en la arquitectura de A Coruña

A Coruña es una ciudad en la que el mar y el cielo cambian de color de manera constante. La influencia del paisaje, de la memoria y la cultura del lugar crean una arquitectura singular en la que el color está presente, aunque en ocasiones comienza a desvanecerse.
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El arte forma parte de la vida. Incluso cuando esta parece no tener ya sentido. Quizás porque de manera inconsciente, como un deseo instintivo, el ser humano necesita sentir algo más allá de su condición física. El conjunto de emociones que atesora el mundo del arte en todas sus vertientes se convierte en una extraña sustancia de condición dual que crea dependencia y que infunde energía a quien la consume. En la película “Love gets a room” el cineasta Rodrigo Cortés explica la historia de una pequeña compañía de teatro en el gueto de Varsovia, porque incluso en esas condiciones, la gente desea iluminar sus emociones. 

Pero todas las sustancias extrañas suelen tener un por qué en su composición capaces de provocar vibraciones que culminan en emociones. En el caso del arte pueden ser las notas graves o la construcción de una melodía, pero también los trazos de un dibujo, la materialidad de una escultura o la fuerza del color en cualquier soporte. En las artes que requieren un proceso inmersivo e identificativo de carácter psicológico como el cine o la arquitectura, hay parámetros como la escala, la luz o el color resultan determinantes en la construcción de una atmósfera emocional. Y es que, si alguno de estos términos varía de forma radical la percepción y, por lo tanto, las emociones se ven profundamente alteradas. 

“Si quieres hacer una película a color y sales a la calle, si quieres crear la atmósfera adecuada tendrías que pintar toda la calle, porque cada casa es de un color. Si no tienes colores, sólo tienes un caos de color […] Con el blanco y negro puedes ser más estilístico, puedes mantener mayor distancia entre la película y la realidad, lo que es importante” - Béla Tarr

La distancia entre la realidad y la irrealidad que define el cineasta Béla Tarr describe un matiz esencial en la construcción de la ciudad. La ciudad es, en definitiva, un organismo real, vivo y dinámico que dista mucho de ser un escenario meticulosamente dispuesto. Los olores, las voces o las grietas de las calles y los muros son, también ciudad y su naturalidad es la que emerge como identidad visceral, al margen de adminículos estéticos.

Fotografía: Nuria Prieto

“En vez de esforzarnos en mitigar las variadas propiedades de la existencia y los fenómenos naturales, en vez de aniquilar sus inconvenientes e incomodidades inherentes por medios tecnológicos e ignorar por completo sus estimulantes cualidades, estos fenómenos deberían ser recibidos con los brazos abiertos, introducidos con cuidado en esto que sólo entonces podrá llamarse ‘paisaje urbano’. Además, deberíamos recuperarlos por su inmenso significado poético, por la forma en que pueden transformar positivamente los atributos esenciales, incluso la finalidad esencial, de los lugares que forman la configuración general de la ciudad.” - Aldo van Eyck

Fotografía: Nuria Prieto

El color en la ciudad

La presencia del color en la ciudad es un fenómeno natural relacionado con la acción de habitar. La identificación del edificio con uno mismo, entendiendo la casa como extensión de la propia vida, es un mecanismo natural desarrollado a lo largo de los siglos. La condición estética de la arquitectura está condicionada en gran medida por la voluntad del ser humano de expresarse a través de sus creaciones, especialmente en las construcciones vernáculas, en la ‘arquitectura sin arquitectos’. En gran medida, el color representa la humanización de la arquitectura.

Fotografía: Nuria Prieto

“En este punto comenzó el antropomorfismo; el color fue la primera invitación a pensar que los ladrillos poseían cualidades humanas. Los edificios de estilo Tudor y Estuardo, observa Clifton-Taylor, se asemejaban en sus superficies de ladrillos a «la paleta de los pintores impresionistas», pues las sutiles variaciones del rojo hacían que las paredes brillaran a la luz” - Richard Sennet

A Coruña se caracteriza por su atmósfera luminosa, construida a base de luz, brillos y reflejos. La materialidad de las galerías como respuesta al clima y la topografía, representados por la lluvia y el mar respectivamente, crean un lugar brillante, abierto y luminoso. Pero también un soporte cuyas entrañas exponen a sus habitantes a la violencia de la naturaleza y los elementos.  El color de la ciudad define un conjunto de valores culturales que reafirman su memoria humanizándola desde un punto de vista perceptivo. Las ciudades que conviven con mares u océanos salvajes e impredecibles a menudo se convierten en objeto de añoranza emocional. Por un parte la violencia del mar crea una fuerte necesidad de volver a casa, a tierra firme, y ver ese lugar seguro desde la distancia no es sólo una cuestión estética, sino un sentimiento de pertenencia a un lugar: el hogar.

Por otra, los mares más salvajes muestran una increíble paleta de colores, en A Coruña el mar puede ser verde oscuro, violeta, azul intenso, gris plomizo o simplemente plateado, esa alternancia cromática es un espectáculo tan involuntario como un amanecer o un atardecer intenso, o como la estética sublime de una tormenta en la costa tal y como la describía Joseph Addison “Los ojos tienen campo para espaciarse en la inmensidad de las vistas, y para perderse en la variedad de objetos que se presentan por sí mismos a sus observaciones. Tan extensas e ilimitadas vistas son tan agradables a la imaginación como lo son al entendimiento las especulaciones de la eternidad y del infinito.”

La identificación de la arquitectura mediante el color se encuentra en la cultura de cualquier ciudad vinculada a un mar inquieto, al igual que los faros o las formas de las rocas que construyen el borde de costa. La presencia del color es orgánica, es decir, no existe un patrón u orden que lo defina, sino que los propios habitantes del lugar van creando su propia atmósfera de colores, en base a la materialidad y la tradición. La arquitectura sin arquitectos establece unos parámetros lingüísticos que los arquitectos interpretan e incluyen dentro de sus obras. Estos patrones cromáticos no responden a una norma o a la rigidez de una paleta, sino que proceden de la cultura del lugar, definen una estética propia y armónica que oscila entre la piedra, la gama de blancos y el color que identifica algunos elementos o la propia casa. La Galicia blanca tradicional, se convierte en algunas villas y ciudades marineras en un conjunto que incorpora el color mediante elementos o paños de fachada mostrando así que el lugar está habitado, pero también que está vivo.

Fotografía: Nuria Prieto

Arquitecturas de colores

En A Coruña hay conjuntos completos que incorporan el color de forma magnífica, frente a calles que cada vez más se mimetizan entre grises. Algunos ejemplos de estas obras son los conjuntos modernistas de la calle Ferrol y la plaza de Lugo (varios autores modernistas y racionalistas), el conjunto Lema Rey (Juan González Cebrián y Leoncio Bescansa Casares, 1946-1949), los conjuntos modernistas de los jardines de Méndez Núñez (la terraza, el desaparecido hotel Atlantic y el quiosco Alfonso), la Casa Balas (Antonio Tenreiro, 1933), el edificio Losada (Antonio Tenreiro, 1937-1940), la Casa Ángel Torres (Leoncio Bescansa, 1925), la Casa Cortés (Eduardo Rodríguez-Losada, 1918), edificio de viviendas en Fernando González 5 (Julio Galán Carbajal, 1908-1909), la Casa Manuel Fernández (Juan de Ciórraga, 1904-1911), la Casa Soto (Antonio Tenreiro con Peregrín Estellés y Estellés, 1934-1935), pero también hay obras recientes que lo incorporan como el Edificio Granada (José María García de Paredes, 1974-1980) o el número 161 de la calle San Andrés (Severino González).

Si la mirada se detiene sobre alguna de ellas, se produce un pequeño efecto de identificación, y es fácil comprender, especialmente en las obras contemporáneas que en ellas se busca la presencia de los tonos que emergen directamente del paisaje: los verdes, azules, amarillos se combinan creando una relación armónica con el paisaje y sus habitantes. 

“Cuando el ojo ve un color se excita inmediatamente, y ésta es su naturaleza, espontánea y de necesidad, producir otra en la que el color original comprende la escala cromática entera. Un único color excita, mediante una sensación específica, la tendencia a la universalidad” - Johann Wolfgang von Goethe 

En la ciudad contemporánea, la presencia del color se va a apagando poco a poco, en favor de tonos grises o beige, que se asocian a la neutralidad. En A Coruña, además, este apagado de la ciudad, implica la asociación de estas arquitecturas con el tono del cielo los días de lluvia, creando atmósferas que transforman la percepción de la luz. En ausencia de otros colores, la luz frente a los tonos neutros se percibe de manera aséptica, que influye sobre el hábitat creando una sociedad de tendencia alexitímica. Esta inexpresividad y ausencia de emoción genera una dinámica de homogenización que, si bien no es errónea, atenúa la relación entre el ser humano y el lugar que habita. Y es que las características del lugar influyen de forma psicológica sobre aquellos que lo habitan, como lo expresaba el arquitecto Aldo van Eyck: “SI las ciudades no son para los ciudadanos-nosotros-, entonces no son realmente ciudades”. La progresiva desaparición del color transforma la ciudad en objeto, es decir, en escenario de una vida que sólo es superficial y que, por lo tanto, carecerá de las emociones que construyen una vida.

Y es que la presencia del color implica emoción, pero también mayor complejidad porque este formará parte del proyecto de arquitectura al igual que otros parámetros. Al convertirse en un elemento más de proyecto, es sometido a crisis al igual que la escala, la composición, la luz, la organización de los espacios, la materialidad o la estructura. La incorporación del color en el proyecto de arquitectura contemporáneo aparece tras una profunda reflexión y autocrítica. La mayor o menor facilidad en el uso del color quizás sea de esas cosas que sólo responden a la mano de quien lo proyecta, como un talento innato. Y es que el color no sólo está presente mediante una adición superficial, sino en la combinación de los materiales que dan vida a una obra, porque la arquitectura es, en su génesis más profunda, una abstracción del hábitat que protege al ser humano. 

En a Coruña los conjuntos racionalistas utilizaban el color como una forma de enriquecer la ciudad en tiempos de recursos escasos, aunque hoy en día muchos de estos edificios están sucumbiendo a una homogenización a través del color gris que elimina la distinción entre los diferentes volúmenes y propiedades alterando por completo la percepción de la ciudad concebida por el arquitecto que las proyectó. Algunas otras obras como la Casa Cortés mostraban carpinterías rojas que progresivamente se han sustituido por otros tonos, aunque algunas las han mantenido como el Edificio Gómez de la Puente o la Casa Balas.

Otras se han concebido con color, como muchas obras modernistas que incluso incorporan azulejos o elementos decorativos como la Casa de los cisnes, el número 22 de la Plaza de Lugo, la casa Ozores o el edificio de viviendas en la Calle Tren, en ellas la presencia del color como concepto esencial del proyecto ha sido clave para su mantenimiento, además su ausencia u homogenización representaría una agresión. Y en algunos casos es la decisión de una u otra materialidad la que ha determinado la presencia del color como el edificio de Orzán 96 o la urbanización Pia de Maianca. A veces, la reflexión y el estudio profundo de una obra permite comprender la importancia del color e interpretar así, que la eliminación premeditada de este concibe atmósferas urbanas a las que se les ha negado transmitir emoción a través de un distanciamiento de la vida real.

“Aunque parezca que los edificios se conciben bajo la luz solar, esto no significa que haya una verdadera preocupación por el fenómeno del día y la noche o por el sol como tal. Si fuese así, las ciudades se habrían ideado teniendo en cuenta el movimiento natural de rotación y serían mucho mejores lugares diurnos y nocturnos […] encendamos ya las estrellas antes de que se quemen los fusibles” - Aldo van Eyck

Casa Gilardi de Luis Barragán por Steve Silverman via Flickr

Color y vida

Para el arquitecto John Ruskin la vida de un edificio ha de ser como la del ser humano, debe nacer, vivir y en algún punto morir. Sólo hay obras de arquitectura más longevas que otras.  Pero, si se produce una transformación que elimina la vida del edificio, aunque este siga en pie, se convierte en un objeto vacío. Eliminar alguno de los conceptos que se esconden en la esencia de un proyecto de arquitectura puede producir alteraciones que transforman la ciudad de forma casi irreversible. 

Casa Gilardi de Luis Barragán por Steve Silverman via Flickr

”El color es vida, porque un mundo sin color se nos presenta como muerto. Los colores son las ideas primordiales, los hijos de la luz” - Johannes Itten

Hay obras que no se entenderían sin el color como los proyectos de Luis Barragán, Carlo Scarpa o Ettore Sottsass y otros diseños como los de Joe Colombo cuya trascendencia en la creación de espacios describe una forma de entender el hábitat como algo alegre, vivo y creativo. Y es que como explica el escritor Haruki Murakami, “cada persona tiene su propio color”, quizás la arquitectura como extensión de la propia vida del ser humano refleje los colores de su biografía. 

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