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El Café de Macondo de A Coruña y el edificio en calle San Andrés 132 (hoy 106)

El edificio que alberga el Café de Macondo, responde a una historia de capas que lo transforma completamente a través de una solución rupturista de Rey Pedreira y González Cebrián. Una actuación que da lugar a cambios que permiten crear un espacio singular como un truco de magia.
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A veces la magia y la arquitectura se confabulan para crear un lugar. Otras veces esa magia es el resultado de una interpretación onírica del observador, un sueño personal que construye aquel lugar que su subconsciente desea ver. Como José Arcadio Buendía: ''José Arcadio Buendía soñó esa noche que en aquel lugar se levantaba una ciudad ruidosa con casas de paredes de espejo. Preguntó qué ciudad era aquella, y le contestaron con un nombre que nunca había oído, que no tenía significado alguno, pero que tuvo en el sueño una resonancia sobrenatural: Macondo. Al día siguiente convenció a sus hombres de que nunca encontrarían el mar. Les ordenó derribar los árboles para hacer un claro junto al río, en el lugar más fresco de la orilla, y allí fundaron la aldea.'' Cien años de Soledad (Gabriel García Márquez, 1967)

Hay lugares que, aunque reales, habitan en la memoria con otros parámetros que se acomodan a los recuerdos o a las sensaciones presentes o de otros tiempos. Pero estos lugares, al igual que muchas leyendas mágicas tienen una componente de realidad que, desvelada, puede hacer que la construcción onírica se disuelva para no volver.

La arquitectura de la ciudad es así en muchos casos, especialmente aquellos lugares que están envueltos de acontecimientos históricos o emociones colectivas. Cuando la escala se reduce, y el lugar al que se mira es un pequeño local, la ensoñación puede construirse a través de un conjunto de relatos personales, emocionales, inscritos en la conciencia colectiva. La colectivización de la memoria produce una emoción común que se transmite a través de la cultura como la literatura o el cine.

Imagen de Coffee & Cigarettes de Jim Jarmusch
via Wikimedia Commons

Lugares para las emociones

Hay lugares para las emociones contenidas como los cafés, que se convierten en lugares de conversaciones transitorias, pero a veces, son escenario de instantes que se quedan grabados en lugares muy concretos del relato biográfico individual. Escenas como la conversación de los infiltrados con el oficial nazi en La Louisiane de Malditos bastardos (Tarantino, 2009), la de Meg Ryan y Billy Crystal en Cuando Harry encontró a Sally (Rob Reiner, 1989), la de Lidia Bosch e Iñaki Miramón frente a un cristal empañado y humo de tabaco en You are the one (José Luis Garci, 2000) o directamente cuando la película se compone sólo de estas escenas como en Coffee & Cigarettes de Jim Jarmusch (2004). Espacios arquitectónicos que constituyen escenarios para la vida, y que se nutren de las historias que transcurren allí. Y hay cafés como el Café de Macondo en A Coruña, cuya atmósfera transmite muchas sensaciones. Un espacio en el que la arquitectura tiene algo que ver…

En 1952 la casa en la que se encuentra en Café de Macondo (San Andrés 134, hoy 106) necesitaba un proyecto de reforma. El edificio, una construcción común en el tejido del barrio de la Pescadería: planta baja, tres plantas y bajocubierta, afronta entonces una intervención bastante habitual. El encargo tenía como objetivo habilitar la planta baja a través de una reforma, con la intención de destinarla a un futuro uso comercial. Debido al estado del edificio, el ayuntamiento requiere también un proyecto de apeo de la fachada de forma que esta pueda conservarse, ya que se trata de una construcción de estética característica de identitaria. 

Calle San Andrés, 134

Francisco Castro Varela, promotor de la obra, encarga el proyecto al arquitecto Santiago Rey Pedreira, junto con Juan González Cebrián quienes ya tenían una cierta experiencia en este tipo de obras. Rey Pedreira es uno de los arquitectos que dieron forma e imagen a la ciudad, y autor de obras tan diversas que a veces es complejo entender que han sido proyectados con la misma mano. Rey Pedreira es autor del Mercado de San Agustín (junto con Antonio Tenreiro, 1932), viviendas pareadas en Ciudad Jardín (1935), Torre de Golpe (1955), palacio de los deportes de Riazor (1970) y planificación de la manzana polideportiva o el edificio de Torres & Sáez (1974). Formado en el estudio de Pedro Mariño (arquitecto ecléctico autor del Palacio de María Pita entre otras obras significativas) tras terminar sus estudios en Madrid, comenzó su labor profesional en A Coruña (desde 1948 asociado con Juan González Cebrián) y desempeñó el cargo de arquitecto municipal entre 1932 y 1954. Rey Pedreira está considerado como el arquitecto del racionalismo coruñés, aunque en su obra se pueden encontrar algunas influencias diversas. 

El proyecto de San Andrés 134 forma parte del conjunto de proyectos menores que Rey Pedreira y González Cebrián desarrollan en la década de los cincuenta, como la Camisería Carbajo en 1952-1954 (Calle Real 70, firmada en un lateral por el arquitecto) o las Galerías Comerciales para Carlos Maison de 1967 (anterior Cine Savoy realizado por Antonio Tenreiro), ya desaparecidas. 

En este edificio aparece una pequeña curiosidad y es que cuenta con una travesía que lo ubica en una casi falsa esquina, lo que permite a los arquitectos jugar con esta condición casi desde el ilusionismo. Este concepto provoca también otro gesto consistente en el traslado del portal de la vivienda y la caja de comunicaciones del edificio hacia la parte posterior de forma que el espacio comercial de la primera planta tenga mayor presencia. Una muy buena idea pero que presenta pequeños desafíos constructivos como la estabilidad estructural del edificio cuando se apoya sobre muros de carga de piedra. Para liberar la esquina se refuerza la estructura mediante perfiles de acero que se esconden entre los revestimientos de forma que pasan desapercibidos y casi por arte de magia los antiguos pilares de fundición o los muros de planta baja desaparecieron. Parece no existir estructura en la planta baja, como sucede en otros edificios similares en los que la fluidez espacial se ve interrumpida por algún pilar. 

Un diseño rompedor

El bajo se proyecta al exterior con la ruptura de la esquina, formulándose como una gran superficie de vidrio colocado a hueso que se curva en las esquinas y que se apoya sobre un zócalo de terrazo prefabricado (como puede verse en la planimetría original que recoge Luis Muñoz Fontenla en su tesis doctoral sobre el arquitecto coruñés). El proyecto de Rey Pedreira y González Cebrián incorpora detalles como el escaparate casi transparente y la escalera de caracol interior que comunica la planta baja y la planta primera. La presencia del bajo comercial oculta por unos instantes la presencia del edificio, no sólo por la traslación del portal de acceso a la parte posterior de la parcela, sino también por la transparencia y diálogo entre interior y exterior que traslada el centro de gravedad del volumen a la planta baja

El comercio que ocupó la planta baja fue la mercería La Maja, que cesó su negocio y se convirtió en 1994 en el Café de Macondo. En la actualidad, el vidrio a hueso que formaba el escaparate ha sido sustituido por una carpintería de madera de aspecto grave que produce una segunda ilusión al observador, y es que por sus características lingüísticas parece trasladar el local a 1920. Esta sensación se confirma en el interior, cuya estética crea un ambiente mágico difícil de datar y que, sin embargo, tiene la capacidad de viajar no a otro tiempo, sino a una sensación concreta que sólo puede suceder frente a un café o un tablero de ajedrez

La atmósfera dorada, el olor dulce e incluso el sonido característico de una cafetería podría ser una escena de cualquier lugar, de cualquier tiempo. Pero la magia del recuerdo hace que esos pequeños detalles se superpongan a la magnífica escenografía repleta de cuadros, libros con cuidadísima iluminación y personas jugando al ajedrez, haciendo que para cada persona ese lugar represente una fecha u otra. 

Lugares que trasmiten buenas sensaciones y sospechas

La arquitectura tiene a veces la capacidad de, por arte de magia, hacer viajar en el tiempo. Un acuerdo disciplinar que sólo busca definir las características de un espacio y hacer que este se convierta en lugar. El arquitecto finlandés Mikko Heikkinen describe en 2006 la percepción asociada al subconsciente de la siguiente forma: ‘aquellas imágenes sensitivas grabadas en la memoria a través del recuerdo de los espacios vividos en la infancia o estados mentales previos a su formación consciente en la disciplina espacial. Estos están desprovistos de cualquier crítica disciplinar. Permanecen descontaminadas y con el tiempo se convierten en recuerdos emocionantes de la vivencia personal de ese espacio’. Por eso lugares como el bajo en el que se ubica El café de Macondo, y su historia de capas sucesivas en las que Rey Pedreira y González Cebrián definieron el escenario, son espacios que parecen resultar de un truco de magia que hace vibrar a la memoria

"Es más difícil ilusionar a un ignorante que a un hombre de talento"

Robert Houdin en Consecuencias de un prestidigitador (pp199 , trad. Avelino Martínez), 1894

A veces, en algunos lugares en los que las buenas sensaciones son muy diferentes a las habituales, se produce también una inesperada autoindagación buscando responder el por qué de ese cambio, sobre todo porque es positivo y placentero: una ilusión. Tras una mirada contemplativa sobre el singular escenario, el resultado quizás no sea concluyente, no hay razones especiales o puede ser que haya tantas que la respuesta sea dubitativa. No se trata de hacer hermenéutica sobre un sentimiento tan personal, pero cuando esto suceda puede ser acertado sospechar del arquitecto y de su afición a la magia.

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