30 abril, 2023 01:59

Ayanta Barilli aún no ha asumido la muerte de su padre, Fernando Sánchez Dragó, esa leyenda de la libertad. Su mejor amigo. Su maestro. Su cómplice. El gran amor de su vida. El chico que más la hacía reír en todas las fiestas. El rebelde de guardia. La sombra que lo bañó todo. El hombre que fue todas las cosas, incluido una madre, porque Ayanta perdió a la suya cuando era muy pequeña y él también ejerció ese rol.

Fue el viajero que la niña esperaba con devoción, temblando de nervios. El aventurero. El ídolo. El agente secreto. El hippie que iba a recogerla vestido con mil amuletos a su colegio de pijos. Todos se le quedaban mirando. Ayanta le enganchaba la mano con orgullo. Siempre supo que su padre no era como los demás padres. Alargada es la sombra del dragón. Aún piensa en él como en un ser mitológico. Y llora. Se emociona varias veces a lo largo de esta conversación. Hace poco más de quince días que Fernando se fue. Su mayor pánico se ha hecho realidad. 

Digamos que Ayanta Barilli, que es inteligente y sensible y bella, y que mantiene diferenciados en su biblioteca los cien libros favoritos de su padre, llevaba toda la vida preparándose para este momento. Para esta pérdida. He aquí un terror histórico. Quizá por eso la finalista del Planeta llevaba cuatro años ya tejiendo una novela llamada Si no amaneciera, donde un padre y una hija se miran frente a frente en los últimos días de la vida del hombre. Hay mucho de ellos ahí, latiendo en el libro. 

Por eso resulta tan sorprendente -y un poco enigmático- que se haya publicado esta obra sólo dos semanas después de la muerte del intelectual. Como si los tiempos se hubiesen confabulado. Como si un ritmo secreto ordenase las cosas. Fernando había leído las galeradas. Y le había dicho que esa novela le daba una buena muerte. Sin embargo, no sabía que se iba a morir. ¿No lo sabía? Cómo conjeturar acerca de las intuciones de un chamán tan tremendo. 

"A ver si me da tiempo a leerla una segunda vez", había bromeado él. Es probable que ahora mismo lo esté haciendo. Para Sánchez Dragó nunca hubo nada imposible. 

Dragó y Ayanta.

Dragó y Ayanta.

P.- ¿Si no amaneciera…?

R.- Es como una oración. Si no amaneciera, mi padre no habría muerto. 

P.- Es muy simbólico que una novela sobre una hija y su padre se publique a la semana siguiente de fallecer el tuyo. 

R.- Para mí es muy chocante emocionalmente. Muy doloroso. Mi padre leyó las galeradas de la novela, no llegó a tenerla físicamente. Pero la leyó… hace veinte días. Evidentemente, ninguno de los dos imaginábamos que iba a ocurrir lo que… (traga saliva) lo que finalmente ha ocurrido. 

P.- Lo lamento de corazón. 

R.- Hay cosas que pertenecen al misterio de la existencia. Yo lo he intentado, pero no puedo darle una explicación a esto. Para mí mi padre ha sido una figura capital, una especie de ser mitológico. Más que un padre, un dragón: eso es lo que le definía. No sé explicarte más… porque estoy en este proceso…

Lo que sé es que cuando hacemos un trabajo creativo que tiene que ver con unos nivelemos profundos de la conciencia  del subconsciente, trabajamos con un material incandescente. Manejamos los miedos. Y ese era mi miedo personal, el de Ayanta, mucho más allá de la ficción: mi miedo siempre fue la desaparición de mi padre. Algo muy problemático y muy doloroso. Yo he tardado cuatro años en escribir este libro porque he tenido que ir respirando muy poco a poco…

P.- Asumiendo que, inexorablemente, se acercaba el fin, porque es la vida. 

R.- Sí. He ido entendiendo verdaderamente qué es lo que me pasaba. Y la casualidad, o la causalidad, que diría mi padre -porque esto es pura sincronía- ha hecho que se publique quince días después de su muerte. No puedo dar ninguna explicación más. 

"Mi miedo siempre fue la desaparición de mi padre"

P.- Son esas cosas de la vida tan enigmáticas… ¿qué te dijo tu padre cuando leyó la novela?

R.- Le gustó mucho… 

P.- Recuerdo que cuando sacaste la anterior, Mar violeta oscuro, finalista del Premio Planeta, que hablaba de la genealogía de mujeres de tu familia, él dijo que se había sentido igual que leyendo Cien años de soledad. 

R.- (Ríe entre lágrimas). ¡Bueno! ¡Imagínate! A mí me daba hasta vergüenza. Es algo muy, muy alto. Pero él y yo hemos tenido una relación tan intensa… teníamos ese nexo de unión que tenía que ver con todo lo literario, con la capacidad de contar historias, con la pasión por la lectura. Ese es nuestro mundo. Me dijo que quería volver a leerla, que a ver si le daba tiempo. Fíjate. Me lo dijo riéndose (llora). Perdona, tengo un día… 

P.- Tranquila. Siéntete absolutamente libre. Me imagino que será muy complicado. Son tan colindantes la novela y la vida que… 

R.- Sí. Me dijo… mi padre me dijo, al terminar de leer la novela, que le había dado una buena muerte. Que le había acompañado a una buena muerte (se seca las lágrimas).

Ayanta.

Ayanta. Cristina Villarino.

P.- ¿Qué tiene de particular la relación de una hija con su padre, en qué se diferencia del resto de relaciones familiares, por qué siento que hay una fascinación especial…? En ese lenguaje entre la niña y el hombre. 

R.- En mi caso, perdí a mi madre siendo muy pequeña. Tenía 10 años. Fue víctima de un cáncer. Me quedé huérfana… y mi padre lo ha sido todo, ha sido mi padre y mi madre. Por eso me apetecía mucho escribir este libro, porque para mí lo ha significado todo. Ha vivido de una manera muy, muy gozosa. Me ha dado mucha, mucha vida. Sé que a veces hay muchas dificultades para ser quienes somos, ¿no? Sobre todo ante el padre…

P.- Desde luego. Puede ser una figura castradora. O silenciosa. O ausente. O severa en extremo. 

R.- Sí. Culturalmente el padre está más en la esfera de la autoridad, en el ala dura, digamos. 

P.- A muchos de nuestros padres les pareció que sus niñas teníamos que ser virginales. Sus hijos, no. Entiendo que el tuyo no era así. 

R.- Totalmente, por eso hablo mucho en esta novela de la necesidad de vernos y de conocernos de verdad. Muchas veces ese momento de ver a tu hija como una mujer o a tu padre como un hombre no llega nunca y apelo a la necesidad de hacer ese tipo de trabajo porque es una maravilla. Es muy triste cuando no conocemos a nuestros mayores, cuando conocemos a nuestro padre sólo cuando ya ha fallecido, por lo que nos cuentan de él. Hace falta una conversación liberadora, de decir “yo soy esto y me ha pasado esto”. 

"La primera vez que me acosté con un chico corrí a casa a contárselo a mi padre, no llamé a una amiga" 

P.- ¿Cuándo la tuviste tú con Fernando? ¿Se dio un momento así? 

R.- No, porque yo hablaba muchísimo con él. Y él conmigo. Siempre ha sido una relación absolutamente abierta. Incluso cuando era adolescente le contaba todos mis rollos sentimentales, mis problemas y mis inseguridades. Por ejemplo, hablábamos mucho de sexo. 

P.- De hecho, tuviste después un programa sobre sexo específicamente. 

R.- Sí, y yo creo que viene de esa naturalidad. Mira, la primera vez que me acosté con un chico, con mi novio, mi primer novio, yo tenía 16 años y corrí a casa a contárselo a él. O sea, no llamé por teléfono a mi mejor amiga. Él era mi mejor amigo. 

P.- No conozco ningún caso así, te lo prometo. 

R.- (Ríe). Además es que enseguida me miró y me dijo “¿qué has hecho?” (ríe). Y se lo conté todo. Era excepcional. Todo el planteamiento de mi educación fue excepcional. Yo era una muy mala estudiante. Fatal, fatal. Dejé de estudiar con 13 años y prácticamente no volví al colegio, no soportaba el colegio, me parecía un coñazo, dicho mal y pronto. Nunca tuve grandes relaciones con profesores ni nada. A mí lo único que me gustaba era leer y bailar. Estudiaba danza clásica, me apasionaba. Y mi padre me dijo “pues vale, no vayas al colegio, vas a aprender mucho más conmigo”. 

P.- Qué fuerte. 

R.- Sí. Me dio libros y me enseñó muchísimo. Mi educación pasó totalmente por sus manos. Fue mi maestro. 

Los mejores amigos.

Los mejores amigos.

P.- ¿Qué libros recuerdas? 

R.- Me pasó un listado de cien libros que él consideraba capitales en la historia de la literatura. Y yo me los fui comprando y leyendo… los devoré. Decía “éste es mi favorito” y enseguida cambiaba de idea al leer el siguiente. Fue increíble. Recuerdo aquel papelito… mi padre tenía muy mala letra, muy mala, y fue pasando de mano en mano porque mis amigos me pedían que les hiciera fotocopias. Al final ese papel se deshizo pero me queda mi biblioteca. Esos cien libros los tengo separados de todos los demás. 

P.- ¿Es cierto que de niñas nos enamoramos de nuestros padres? ¿Cuánto hay de verdad en Edipo? 

R.- Sí, eso es totalmente cierto. 

P.- Es el primer modelo de hombre que conocemos. 

R.- Sí. Y eso que yo lo he pagado caro, ¿no? Siempre se ha pensado mal de los “hijos de”, hay muchos prejuicios contra nosotros, y los ha habido conmigo, sobre mis capacidades como escritora o como periodista en la radio. Cuesta más hacerse un hueco, en contra de lo que otras personas piensan. Es una sombra muy alargada. Pero he estado encantada. Nunca me he reído con nadie tanto como con mi padre. Siempre ha sido alguien que me iba a acoger, a entender, a ayudar. Y eso que no he estado de acuerdo con muchas de las cosas que ha dicho. Ideológicamente, estoy en sus antípodas, sobre todo en su última etapa. 

"Ideológicamente, estoy en las antípodas de mi padre, sobre todo en su última etapa, pero me hacía gracia" 

P.- ¿Y se lo decías? “Papá, tío, ¿qué dices…?”. 

R.- (Ríe). Sí, sí. Claro que se lo decía, pero le daba igual. ¿Qué más da? Da igual. Siempre ha habido una cosa en el fondo de mi ser… que no ha sido muy correcta… pero es que me hacía gracia. Siempre ha conseguido ir a la contra. Se oponía por sistema. Entonces nunca conseguí tomarme muy en serio todo eso. La gente tiene muy poco sentido del humor y se lo toma todo al pie de la letra. Él era un agitador cultural. Mi padre, sobre todo, me ha dejado una imagen muy luminosa de la existencia. Me he enamorado de un montón de hombres estupendos, me he desenamorado un montón de veces, he tenido una vida muy, muy plena. 

P.- Recuerdo cuando fui a entrevistar a tu padre a su casa de Jesús del Valle. Flipé, porque todo el edificio era suyo y allí vivían diversas amigas, exmujeres, amantes… y todas salían a saludarle al descansillo. Me di dos besos con varias. Una cosa extravagante y hermosa. 

R.- Asombroso. Asombroso. Decía que quería poner una barra de bomberos para no tener que coger el ascensor e ir bajando a los pisos de abajo (ríe). La única que se ha ido de esa casa familiar en Malasaña he sido yo. Me fui por mi cuenta, pero allí se queda todo el mundo. 

Ayanta Barilli.

Ayanta Barilli. Cristina Villarino.

P.- Sensación de clan, de familia grande, abierta y querida, libérrima. ¿Cómo te ha influido eso a ti a a la hora de entender los modelos de amor y de familia? Muchos lo hemos querido hacer pero no sabemos… 

R.- Somos familias ‘avant la lettre’. Ahora sí estamos viendo modelos familiares que se acercan cada vez más a eso, con todas las dificultades que tienen ese tipo de decisiones. Desde luego, fáciles no son, porque tienes que “controlar” muchas personas, y con controlar quiero decir relacionarte con muchas personas. Él tenía ese don. Era su carisma. Eso hacía que todas le perdonaran incluso sus desmanes y acabasen a a su alrededor adorándole. 

P.- Escribiste un libro con él. Pacto de sangre. 

R.- Sí. Ahí le escribía también una carta a mi padre, como de 60 o 70 páginas, donde narraba su funeral. Con todas sus mujeres. Exactamente como pasó. Lo contaba en plan cómico. Era fácil imaginárselo. 

P.- ¿Cuándo descubriste que tu padre no era como el resto de padres? 

R.- Enseguida. Era tan evidente. Yo viví en Roma con mi abuela unos años, tras morir mi madre, y él siempre estaba viajando por el mundo. Cuando aparecía era como el agente 007. Yo siempre estaba esperándole. Aparecía en ese colegio mío súper pijo, lleno de hijos de diplomáticos… y llegaba como un hippie lleno de amuletos que había comprado en todo tipo de países, con el pelo largo y rizado. Yo le decía “papá, por favor, ponte una corbata”. Y él decía: “En absoluto”. O me venía a recoger con un dos caballos completamente desvencijado que cada vez que frenaba hacía como un rebuzno. Me moría de la risa. Hubo una época en la que vivimos con dos de sus mujeres, ¡no una! 

"Hubo una época en la que vivimos con dos de las mujeres de mi padre, ¡no una!"

P.- ¿Y qué tal? Como en Vicky, Cristina, Barcelona. 

R.- (Ríe). Pues yo estaba muy contenta porque ellas me trataban muy bien y yo las quería mucho. Yo quería mucho a todas sus mujeres. Ahora… creo que eso acabó como el rosario de la aurora. No, no acabó muy bien (ríe). 

P.- ¿Nunca fuiste celosa de las novias de papá? 

R.- Celosa nunca. Si lo hubiese sido… la hubiera llevado clara (ríe). Soy una persona poco conflictiva, muy del “vive y deja vivir”. 

P.- El libro está dedicado tanto a tu padre como al padre de tus hijos, Luis. ¿Cómo has trasladado a tu propia maternidad la influencia de tu padre? 

R.- Yo no he seguido con mis hijos el modelo de mi padre, porque es un poco extremo, digamos (ríe). Soy más protectora. Más formal… más dentro de un orden. Y eso que son artistas y que están igual de locos que el resto de la familia. Pero han ido al colegio, han tenido una estructura más organizada, una vida familiar más normal. Luis es una persona excepcional y por eso le dedico el libro. Somos gente un poco excéntrica pero con una base muy sólida.