2 julio, 2022 03:21

Jordi Mollà (Barcelona, 1968) aguarda, sentado, frente a un ventanal de la primera planta de la galería GÄRNA, en Madrid. Le observan una decena de toros de Osborne reconvertidos en lienzos multicolor. Están pintados sobre los restos de la misma chapa metálica original con la que Manolo Prieto construyó el primer modelo de esta mítica valla que, durante décadas, promocionó por las carreteras de España el brandy Veterano. Fue en 1957, hace justo 65 años.

En los trazos de los lienzos con forma de animal se descubre a Picasso, a Tàpies, a Chillida, a Pollock y a Basquiat; también al espíritu originario de aquellos hombres y mujeres que dejaron su huella en las rocas con bisontes de Altamira. Mollà evoca a pinceladas la espiritualidad primitiva, la mitología del minotauro, las culturas micénicas y hasta la pelea a 'jamonazos' con la que Javier Bardem le abrió la cabeza en aquella legendaria escena de Jamón, Jamón.

Antes de encender la grabadora, el actor saca un mechero del bolsillo. La manga de su chaqueta color amarillo narciso está manchada de pintura, al igual que la sudadera que recibe, colgada en un perchero, a los invitados que se adentran en el pasillo azul que conecta la calle Jorge Juan con la galería donde se celebra la exposición. El título no podía ir más acorde con el momento: El arte de trascender. Mollà agarra un pitillo y lo enciende con la misma naturalidad e indiferencia con la que debieron hacerlo Bogart o Marilyn Monroe.

El actor y pintor Jordi Mollà enciende un cigarrillo durante una entrevista

El actor y pintor Jordi Mollà enciende un cigarrillo durante una entrevista David G. Maciejewski El Español

"El otro día, aquí en Madrid, me estaba fumando un cigarrillo en una terraza" relata mientras pega una calada al que tiene entre los dedos. "Se me acerca una chica y me dice que lo apague. Yo fui políticamente correcto, aunque en realidad me cagué en sus... En fin. ¿Sabes qué debería haberle dicho? 'La que te deberías mover eres tú, guapa, porque por ley yo puedo fumar'. Pero no lo dije por ser políticamente correcto. Creo, sinceramente, que hemos enloquecido, y más ahora con esto de las mascarillas. Estamos en un todos contra todos".

Primer tortazo. Mollà es un actor sin filtros que opina lo que piensa, aunque siempre "con educación y respeto". "Estamos perdiendo la conexión con la vida y con los seres humanos. Tenemos modos de comportamiento completamente predecibles, muchos de los cuales se inspiran en la corrección política. 'Políticamente correcto'. El propio término ya tiene algo de mentira. 'Dime la verdad'. 'No, tú tranquilo'. ¿Y por qué a veces siento el aroma de la violencia? Porque es políticamente correcto. Eso nos está convirtiendo, sin darnos cuenta, en holografías. Es la máquina que vence al hombre".

Parte de esa desconexión y esa derrota de lo humano proviene de las redes sociales, cree el actor. De Instagram, de Twitter, del viejo MySpace. "Hacen enloquecer al de al lado", sentencia, y evoca el reciente caso de la matanza de Uvalde, donde 19 niños y dos profesores fueron masacrados por el joven Salvador Ramos, de 18 años. El actor vive en Miami, Florida, el segundo estado con más armas de Estados Unidos sólo por detrás de Texas. Sabe bien de lo que habla.

Uno de los 65 toros pintados por Jordi Mollà

Uno de los 65 toros pintados por Jordi Mollà David G. Maciejewski El Español

"Tú no puedes dar una pistola a cualquiera. ¿Recuerdas aquello que dijo Charlton Heston cuando era director de la Asociación Nacional del Rifle? Soltó eso de que una pistola en manos de una buena persona era algo bueno, y que una pistola en manos de una mala persona era algo malo. Se le echaron encima. Pero hay que analizar bien esa frase", continúa, haciendo una leve pausa para macerar las palabras que va a utilizar.

"Obviamente, debe haber un control de armas, pero la gente tiene que preguntarse más allá. Por ejemplo, por qué a un niño se le cruza el cable, se arma como si fuera un juego y mata a todos sus compañeros. ¿Qué le ha pasado? 'Oh, no, he's just fucked up' ¡No! Ese niño está quemadísimo, callado, aguantando algo denso. Nadie le escucha. Todos son mejores que él".

[Salvador Ramos, el adolescente de Texas que asesinó a 19 niños tras disparar a su abuela]

"[Estados Unidos es] una sociedad competitiva a muerte", prosigue el barcelonés, dispuesto, al igual que con sus pinturas, a ir a la raíz, a la esencia. "Entonces, un tío alimenta una voz interior y un día dice: 'Se acabó'. Muchos se preguntan... ¿Y los padres? ¿Y el colegio? Pero hay gente que no puede hablar, que no tiene una opinión u opina lo que opina el de al lado". Y, en eso, las redes sociales, la hiperconectividad y el individualismo juegan un papel diabólico.

"El toro es España, es western"

Resulta imposible apartar la mirada de los intensos ojos azules de Mollà mientras reflexiona, solemne, sobre la vida y la muerte. Al fin y al cabo es la misma mirada que estremeció el alma de Johnny Depp en Blow. Johnny, su buen amigo. La estrella que se apagó tras el bullicio y los titulares de los tabloides. Un mito de Hollywood encerrado en su caparazón, apartado de sus compañeros, de su prolífica carrera. Johnny, el apestado, el maltratador, el machista. A pesar del fallo judicial a su favor. ¿Aún seguirán colgadas en su casa la decena de obras que el protagonista de Piratas del Caribe le compró a Mollà hace décadas? Difícil saberlo.

El barcelonés prefiere no hablar de su compañero. En su lugar apuesta por recordar los toros de Osborne que marcaron su infancia cada vez que viajaba de Barcelona a Valencia para veranear con su familia. O lo que significaron para su carrera los Monegros y Bigas Luna. E incluso confiesa la extrañeza que le supone volver de Miami y recordar lugares ya transitados, pero sobre todo los olores de los barrios. "Porque España huele muy bien", bromea, mientras olfatea el aroma que emana de uno de los restaurantes que pueblan el barrio Salamanca.

Jordi Mollà sostiene los pinceles con los que ha elaborado sus obras

Jordi Mollà sostiene los pinceles con los que ha elaborado sus obras Imagen cedida

"El toro, para mí, es la vida de España. Todos hemos recorrido las carreteras españolas y lo hemos señalado desde los asientos de los coches", evoca. "Es como la canción de Manolo Escobar: hay cosas que son bonitas y típicamente españolas. 'Dónde está mi carro. Mi carro me lo robaron... anoche en la romería'. Canto mucho esa canción, pero como si fuera un poema". Entonces procede a recitar las mismas palabras pero con la voz profunda y grave con la que debió hacer sus primeros castings al otro lado del charco, como si se tratara de un actor de doblaje. Un espectáculo en vivo. "Me encantan los pasodobles y las procesiones", culmina, entre risas. "Soy muy de pueblo. Parezco muy aristócrata, pero en realidad vengo de la tierra y de la cebolla".

Esa misma tierra salvaje poblada de toros de Osborne que son un sello indiscutible de nuestra cultura. "Una figura con la que hemos crecido y que nos ha marcado a todos, seamos de derechas, de izquierdas, españoles o extranjeros. Porque es un western, es España, es lo que somos: el hombre contra la naturaleza. Yo, cuando digo que soy español, from Barcelona, no veo a nadie que diga, 'uf, qué mal rollo'. Todo lo contrario [...] Yo apuesto por una España alegre, una España de fiesta, una España, permíteme el término, cojonuda".

"El toro representa la bravura, la osadía y la fuerza, pero siempre desde un aspecto noble"

El objetivo de sus 65 cuadros con figuras de toros reconvertidos en lienzos consiste en reivindicar la tradición española, sus tierras, sus gentes y sí, sus toros, pero no desde las corridas, a las que se ha prometido no volver, sino desde el animal como esencia, como nexo cultural entre el primitivismo rupestre, la civilización minoica y la patria de Goya, Picasso y, ahora, Mollà.

"Ha sido esencial en la historia del arte", juzga el artista. "Ha representado la bravura, la osadía, la fuerza, pero siempre desde un aspecto noble. Por eso, cuando cualquier dios se disfrazaba de toro, nadie dudaba de su nobleza. También representa la vida y la muerte, pero un deceso sin tragedia".

El toro es una figura emblemática de la tradición mística de los países mediterráneos: estaba presente en las culturas cretenses, en la Roma imperial y en la pintura de la Grecia clásica. Su influencia se extendió hasta el Barroco y, en el siglo XIX, se vinculó a lo español y francés. "Fue esencial en Édouard Manet, en los pintores posimpresionistas, en Mariano Fortuny, en Joaquín Sorolla y, claramente, en Francisco de Goya.

Bienes de Interés Cultural con fines solidarios

Iván Llanza Ortiz, director de la Fundación Osborne, recuerda que algunos de los Toros de Osborne que vemos en las autovías han sido declarados Bienes de Interés Cultural (BIC). Además, han sido galardonados con el premio Hispania Nostra a la conservación del Patrimonio. Aunque el mejor reconocimiento es, en sus palabras, "el cariño de las personas".

El Toro de Osborne no es la única obra de arte que pertenece a la Fundación. Salvador Dalí diseñó la botella blanca del Conde de Osborne; Keith Haring reinterpretó una de las chapas de los toros. Artistas como Annie Leibovitz, Helmut Newton, Richard Avedon y, recientemente, Juan Díaz Faes, rejuvenecieron o reinventaron la figura del astado. Cada nueva exposición o intervención es como "una nueva piel" que ayuda a rejuvenecer la marca.

Además, una el dinero recaudado por la Fundación Osborne en este tipo de exposiciones artísticas va destinado a fines filantrópicos. La organización busca facilitar la incorporación de los jóvenes con problemas de exclusión social –desde chavales provenientes de familias desestructuradas hasta inmigrantes– al mundo laboral. "Nosotros les damos cariño, amor, conocimiento, los pulimos y los integramos en el mercado laboral", señala Llanza.

La leyenda de los Monegros

La carrera de Jordi Mollà, al igual que la de muchos de aquellos pintores que cita, tampoco se entiende sin el toro. Rodó su primera película hace 30 años, en 1992, bajo la dirección de Bigas LunaJamón, Jamón. Mollà fue un miembro indispensable de aquel fatídico triángulo amoroso protagonizado por él, Javier Bardem y Penélope Cruz que acababa a jamonazos –como el Duelo a garrotazos de Goya– en la comarca aragonesa de Los Monegros. Aquella misma tierra yerma presidida por el imponente bóvido de las bodegas más famosas de España. Un astado al que su personaje cortaba los testículos; la castración del macho ibérico.

Penélope Cruz (i) y Jordi Mollà (d) en una escena de 'Jamón, Jamón' (1992)

Penélope Cruz (i) y Jordi Mollà (d) en una escena de 'Jamón, Jamón' (1992) Fotograma de la película

El erotismo electrizante, el tórrido romance, la lujuria gastronómica, el frenesí adolescente, el feísmo de unos personajes desequilibrados, la violencia física y sexual: Jamón, Jamón fue un cóctel explosivo que marcó la historia del cine patrio en aquel movido 92 del Así me gusta a mí de Chimo Bayo y la Expo de Sevilla. Su estreno, por supuesto, no estuvo exento de polémica. Bigas Luna, su director, fue copartícipe de la "mala" fama: "Una puta me enseñó el amor [...] Amo a las putas y amo comer. Amar y comer son cosas imprescindibles y complementarias", soltó, según publicó El País, durante la rueda de prensa en la Mostra de Venecia tras alzarse con el León de Plata. 

Sudorosa, sucia, costumbrista y con el jamón, los toros y el sexo como hilos conductores de una historia de amor obsesiva y de alto voltaje, Jamón, Jamón sigue siendo un título de referencia dentro y fuera de nuestro país; una obra tan brutal y sincera –sin olvidar su componente tragicómico– que aún hoy permanece en el panteón de la cinefilia más exigente. Además, convirtió a Cruz, Bardem y Mollà en tres de los intérpretes más reclamados del cine.

Gracias a esta película, aquel atractivo, impulsivo y descarado "niñato pijo" que encarnaba Mollà se vería las caras dos años después con Coque Malla y Antonio Banderas en Todo es mentira. Después llegaron Historias del Kronen, donde el actor coincidió con Juan Diego Botto y Montxo Armendáriz; La buena estrella, en la que conoció a su admirado Ricardo Franco y por cuyo trabajo fue nominado a su tercer premio Goya y su pequeño papel en GAL, donde dio vida al subcomisario Paco Ariza, personaje inspirado en el expolicía José Amedo. Después logró dos de sus papeles más célebres, con los que sumaría cinco aspiraciones al cabezón de la Academia de CineLa segunda pielEl cónsul de Sodoma, donde dio vida a uno de sus personajes favoritos, el poeta Gil de Biedma

Mollà flotaba en una nube de éxito y fama, pero el inicio del nuevo siglo le depararía algo aún mejor. Todo comenzó con una llamada. La directora de casting Avy Kaufman quería verlo para un papel en Blow. Hollywood. El sueño de cualquier actor. La vieja casa de Cary Grant, Katharine Hepburn y James Dean. El dinero y la fama. Él ni siquiera había pisado Estados Unidos. "Si lo llego a pensar dos veces, no lo hago", confesó. A pesar del miedo y de pasarse dos días enteros sin dormir, consiguió el papel en la película de Ted Demme e hizo migas con Johnny Depp, la gran estrella del momento.

Su papel de narco, inspirado en Carlos 'El Pollo' Lehder, le abrió las puertas a Dos policías rebeldes II. Aquí pasó del acento colombiano al cubano, pero el personaje era parecido: un 'lord' de la droga sin escrúpulos; un villano de extraño atractivo europeo, mirada gélida y acento latino. En aquel rodaje coincidió con Will Smith, otro de los grandes de la industria (hoy defenestrado tras el tortazo que le propinó a Chris Rock en los Óscar). Años después arrostró a Tom Cruise y Cameron Díaz, de nuevo en el papel de 'malo', en el rodaje de Noche y día, y a John Krasinski en la serie de acción Jack Ryan

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Ese perfil villanesco en el que ha quedado encasillado parece aburrirle, ya que recientemente se ha apartado más de lo habitual de los grandes focos para dedicarle más tiempo a la pintura. En parte por culpa de la pandemia y, en parte, por la falta de interés que le deben despertar unos papeles repetitivos y algo anodinos. "La pintura me ha salvado la vida", reitera. "Los momentos de 'no creación' son muy aburridos. Para alguien que vive de la creatividad son una prueba de fuego, pero también es necesario no estar a la máxima potencia".

El arte de trascender Osborne

Quien mejor sabe la intensidad que destila Jordi Mollà es el comisario Eloy Martínez de la Pera. Él ha sido el hombre encargado de poner en marcha El arte de trascender / El legado del toro. Fue el guía, el azote de la inspiración, el hombro sobre el cual se posaba Mollà. Al escucharlo, uno siente que por la boca del uno habla el otro: ambos comparten la pasión y el conocimiento por un arte radical, creativo, que brota de las entrañas. Los dos son, en esencia, pura visceralidad.

El comisario Eloy Martínez de la Pera frente a una de las creaciones de Jordi Mollà

El comisario Eloy Martínez de la Pera frente a una de las creaciones de Jordi Mollà David G. Maciejewski El Español

"Tuve que tensar la cuerda de su proceso creativo", explica De la Pera con una mirada firme que no se aparta ni un solo segundo de su interlocutor mientras va señalando con el dedo las diferentes obras que comenta. "Pero ahí estaba mi rol: rebuscar en su memoria, en sus lecturas, en su imaginario, en sus visitas a museos, cuando leía a [Jean] Cocteau o veía los cuadros y grafitis de Basquiat", reitera el curador de arte. 

El reto de Mollà era encerrarse en una nave de la Fundación Osborne rodeado de 65 figuras de toros a pequeña escala. "Para un artista no es nada evidente enfrentarse 65 veces a la misma silueta, una que plásticamente ya tiene muchísima fuerza y su propio lenguaje", añade De la Pera.

"Me permito rendir tributo a todos los artistas que, de alguna manera, me han inspirado para hacer mi vida mejor"

"Para él ha sido muy bonito utilizar un animal tan significativo para los grandes artistas de la historia, como Rubens, Picasso, Rembrandt o Goya. Y luego hay otro elemento inspirador: la preservación de la tradición del toro como un legado que pertenece al acervo artístico de nuestro país. Para Jordi ha sido importante saber que hacía algo que trascendiera su propia creación. Yo lo he acompañado buscando sus caminos, muchas veces con una inevitable tensión".

¿De dónde brota esa creatividad con la que "torea a brochazos" los 65 lienzos de Osborne con los que homenajea a España, a Bigas Luna y a la tradición cultural mediterránea?. "Va apareciendo, y cuando llega... creo que proviene de la curiosidad ilimitada", reflexiona Jordi Mollà mientras le da otra calada a un cigarrillo a punto de consumirse. "Cuando tienes una idea, tu riego sanguíneo, tu pulsación y tu corazón se aceleran, se excitan, se desbocan. Nunca he oído a nadie decir, con tono aburrido, 'tengo una idea'. Es como si te metieras un chute, algo estimulante. ¡He tenido una idea!".

Jordi Mollà sostiene unos pinceles manchados de pintura

Jordi Mollà sostiene unos pinceles manchados de pintura Imagen Cedida

Porque Mollà es, ante todo, un artista que destila intensidad. Una intensidad que le lleva a polarizar su proceso de creación. "Puedo pasar del aspecto más cromático, donde reflejo esa querencia que siento por Basquiat, que mezclaba colores sin problema, a Picasso, sin miedo a utilizar texturas imposibles [...] Me permito rendir tributo a todos los artistas que, de alguna manera, me han inspirado para hacer mi vida mejor. Pollock, Harring, Tàpies están reflejados en todos mis cuadros".