25 febrero, 2024 01:59
Jara Atienza José Ramón Pérez

El mundo ha resultado ser mucho más peligroso e inseguro de lo que imaginábamos. Quedó más que demostrado hace dos años exactos, cuando Rusia inició una guerra de agresión contra Ucrania que ha dejado ya más de 10.300 civiles muertos, centenares de miles de millones en daños materiales y un disparo en la línea de flotación del tablero internacional que se antoja irreparable. 

En esos primeros compases del conflicto, los aliados atlánticos reaccionaron con firmeza. Rápidamente revisaron sus estrategias de seguridad y aumentaron sus inversiones en Defensa. Algunos países europeos, como Alemania, despertaron de décadas de letargo militar, mientras otros, como los bálticos, continuaron reforzando sus capacidades, como ya llevaban décadas haciendo. Al mismo tiempo, el auge económico-militar de China –y el aumento de su beligerancia contra Taiwán– y las constantes amenazas norcoreanas empujaron a las democracias del Indo-Pacífico a aumentar el nivel de alerta. 

Así, en 2022 fuimos testigos de cómo el mundo se rearmaba. Y ahora, con otra guerra abierta en Oriente Próximo y turbulencias en África, vemos cómo la militarización se ha convertido en una tendencia al alza que será difícil de revertir. Basta fijarse en cómo el gasto militar mundial aumentó un 9% en 2023 respecto al año anterior, alcanzando el récord de 2,2 billones de dólares, según datos aportados por el think tank británico Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS) en su Balance Militar 2024. Una cifra derivada en gran parte del aumento de los presupuestos de los socios de la OTAN en respuesta a la invasión rusa, pero no sólo. 

Una OTAN más fuerte 

En líneas generales, Estados Unidos es el país que mayor presupuesto destina a Defensa en el mundo, con 900.000 millones de dólares. Le siguen China (con 219.000 millones), Rusia (con 109.000 millones) e India (con 74.000 millones).

Tradicionalmente, que Washington haya superado de lejos al resto de potencias ha supuesto un alivio para los otros miembros de una organización que ahora cuenta con dos nuevos socios: Suecia y Finlandia. Sin embargo, la guerra de Ucrania ha despertado en Europa la necesidad de reforzar su propia seguridad. No sólo ante el temor a una agresión directa de Rusia que algunos servicios de inteligencia ya dan por confirmada, sino ante la posibilidad de que Donald Trump regrese a la Casa Blanca y retome una política aislacionista.

Sobre todo porque hace apenas unos días, mientras los republicanos volvían a bloquear en el Congreso el envío un nuevo paquete de apoyo militar a Kiev, el expresidente estadounidense y actual candidato conservador a la presidencia dijo que "animaría" a Rusia a "hacer lo que demonios quiera" con los aliados que no cumplan con su compromiso de gasto del 2% de su Producto Interior Bruto (PIB) en Defensa. 

Este acuerdo –el del 2%– se alcanzó en 2014, después de que el Kremlin anexionase ilegalmente la península ucraniana de Crimea. En ese momento, sólo tres miembros cumplían con esa directriz, pero desde entonces el incremento del gasto se ha acelerado. Tanto, que este año se prevé que los aliados de la OTAN en Europa alcancen el 2% de su riqueza colectiva, en comparación con el 1,47% de hace una década. En total, en 2024 se espera que los socios europeos inviertan 380.000 millones de dólares, según explicó recientemente el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, durante una rueda de prensa. 

Objetivo: una defensa europea

Las palabras de Trump han tenido un gran calado no sólo en el seno de la OTAN, también en el de la Unión Europea. Con visos a una prolongada guerra en Ucrania y ante el miedo a una futura pasividad estadounidense, los líderes europeos han vuelto a poner sobre la mesa un viejo debate: ¿Por qué no desarrollar una defensa europea autónoma y efectiva? ¿Es el momento de desarrollar una capacidad armamentística propia? 

Esos fueron, de hecho, unos de los principales temas que se trataron en la Conferencia de Seguridad de Múnich celebrada el pasado fin de semana. En el foro, donde también se discutió sobre la salida al conflicto entre Israel y Hamás y la creación de un Estado Palestino, varios mandatarios europeos mostraron su determinación para avanzar en un mecanismo propio. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, anunció que en marzo presentaría un plan estratégico industrial para aumentar "masivamente" la producción de armas y que crearía la figura del comisario de Defensa para coordinarlo. "Europa debe reforzar su industria armamentística. Estoy convencida de ello", aseveró. 

[La UE quiere que su industria armamentística pase a un modo de "economía de guerra"]

Siguieron su estela mandatarios como el primer ministro en funciones de Países Bajos, Mark Rutte, que pidió "hacer más por nuestra propia defensa" e incrementar "gasto en armas, sino también la producción de armamento". El canciller alemán, Olaf Scholz, también manifestó su alineamiento con esta estrategia, que lleva dos años promocionando.

Alemania, la principal economía (ahora en crisis) de la UE, protagonizó un giro histórico poco después de la invasión rusa, cuando aprobó su mayor operación de rearme desde la Segunda Guerra Mundial. Una partida de 100.000 millones de euros con la que el país busca convertirse en la "columna vertebral de la disuasión y la defensa colectiva en Europa", en palabras del propio ministro de Defensa, Boris Pistorius. De ahí iniciativas como la de crear un sistema integrado de defensa antiaérea en Europa diferente al escudo antimisiles de la OTAN, entre otras. 

Alerta en el Indo-Pacífico

En la región del Indo-Pacífico, el incremento del gasto militar también viene impulsado por las acciones militares de Moscú, que "han amplificado las preocupaciones de que un vecino militarmente poderoso pueda tratar de ejercer su voluntad sobre los demás", según recoge el Balance Militar del IISS. Pero eso no es todo. La escalada armamentística de China –que ha ido sofisticando y modernizando sus arsenales convencionales y nucleares– y la retórica cada vez más beligerante de Corea del Norte han provocado la reacción de las democracias de la zona.

Con el fin de protegerse de las fuerzas extranjeras, Taiwán ha reforzado su campaña de rearme masivo. Mientras, el Gobierno de Japón ha aprobado un proyecto de presupuesto de Defensa que marca un gasto récord de 7,7 billones de yenes (49.190 millones de euros). Eso después de estrechar lazos de defensa hasta ahora inimaginables, como un pacto de seguridad con Corea del Sur para crear un frente común que sirva de contrapeso a la hegemonía china en Asia y a la amenaza del líder norcoreano Kim Jong-un. Porque Seúl se enfrenta también ahora a un giro estratégico drástico de su vecino del norte, que ha rechazado de frente una reunificación de los dos territorios y ha incluido a Corea del Sur como "principal enemigo nacional" en su Constitución. 

Reservistas del Ejército de Taiwán.

Reservistas del Ejército de Taiwán. Reuters

Las tensiones son tan evidentes que Australia incluso ha decidido embarcarse en una expansión de su capacidad naval sin precedentes. Junto a Estados Unidos y Reino Unido, con quienes conforma la alianza militar conocida como AUKUS, llegó a un acuerdo de colaboración para crear un nuevo tipo de submarino de propulsión nuclear a lo largo de las dos próximas décadas. ¿El objetivo? Aumentar su capacidad disuasoria en el Indo-Pacífico frente a una China que moderniza su flota a ritmos vertiginosos. 

El avispero de Oriente Próximo y África

En Oriente Próximo, el conflicto entre Israel y Hamás parece haber acelerado la carrera armamentística en una región ya de por sí inestable. Inmerso en una economía de guerra, el Estado hebreo, una potencia nuclear que recibe un enorme apoyo militar de EEUU, está contemplando incrementos presupuestarios de hasta unos 7.000 millones de dólares para afrontar el coste del conflicto en Gaza y de las hostilidades en la frontera con Líbano. 

[Gaza, 365 km2 reducidos a escombros: los mapas de la destrucción después de tres meses de guerra]

Las convulsiones regionales también han llegado a África. En concreto, a la zona del Sahel, donde en el último año Níger y Gabón se han sumado a la larga lista de países de la zona en sufrir golpes de Estado, agravando la inseguridad en una región donde Rusia crece en influencia en detrimento de las potencias occidentales y donde los grupos yihadistas ganan cada vez más terreno.