16 julio, 2022 02:52

En la isla de Kastellórizo, la más oriental del Dodecaneso griego, los niños ya no juegan a fútbol contra sus amigos turcos de la ciudad de Kas, situada a sólo dos kilómetros de distancia. El tendero de la isla ya no puede aprovisionarse de verduras en la orilla turca, que queda apenas a 20 minutos en lancha. Los víveres vienen ahora de la isla griega Rodas, a cinco horas en ferry.

Quizá el lector conoce esta isla griega. Es el entrañable escenario en el que se rodó Mediterráneo, Óscar a la mejor película extranjera en 1992, que narra la historia de unos soldados italianos que ocupan la isla al final de la Segunda Guerra Mundial. Pero lo que sigue ya no es ficción: Grecia y Turquía han estado a punto de entrar en guerra por la jurisdicción de estas aguas.

El primer ministro griego, Kyriakos Mitsotakis, lanzó esta semana una pregunta al presidente turco Recep Tayyip Erdogan: “Ese mapa que muestra su socio de legislatura, con las islas de Creta, Rodas, Lesbos, Samos, Quíos y otras del Egeo coloreadas como pertenecientes a Turquía ¿es un sueño febril de extremistas o la política oficial de su gobierno?”.

Erdogan, que se sepa, no ha contestado. Las relaciones bilaterales están rotas. Pero ahí está el mapa, en una fotografía lanzada en Twitter esta misma semana. El presidente del MHP turco, Partido del Movimiento Nacionalista, Devlet Bahceli, de 74 años, y un colaborador no identificado, sostienen un mapa de Anatolia en el que todo el archipiélago oriental del Egeo y las islas del Dodecaneso dejan de ser griegas y pasan a ser turcas.

La pregunta de Mitsotakis tiene su fundamento puesto que el MHP, de ideología cercana a la extrema derecha, es el partido que apoya al APK (Partido de la Justicia y el Desarrollo) de Erdogan en el Parlamento, gracias al cual el político que hace 12 años abrazaba la denominada Alianza de Civilizaciones, sigue gobernando hoy en Ankara.

El primer ministro griego, Kyriakos Mitsotakis (i), y el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan (d), en un encuentro de la OTAN en Bruselas

El primer ministro griego, Kyriakos Mitsotakis (i), y el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan (d), en un encuentro de la OTAN en Bruselas Dimitris Papamitsos Europa Press

¿Estamos ante una escaramuza más entre los dos países pertenecientes a la OTAN o en el preludio de una escalada militar más seria por el control del mar?

Sin duda, se trata de un peldaño más en la lucha por la explotación de las reservas de gas y de petróleo que yacen bajo las aguas del Mediterráneo oriental y que amenaza con involucrar a Siria, Líbano, Israel, Egipto y Libia en un foco de tensión complementario al de la guerra de Ucrania.

El Foro del Gas

En 2010, Israel descubrió dos reservas de gas en sus aguas continentales. Las denominó Tamar y Leviatán. Al año siguiente fue Chipre quién tuvo éxito en sus sondeos. Al pozo lo bautizó como Afrodita. En 2015 es Egipto, a través de la compañía italiana Eni, quien pinchó bolsa y descubrió un inmenso campo de gas al que designó con el nombre de Zhor. Eni volvió a tener suerte en 2018 trabajando para Chipre en una nueva prospección a la que nombró Calipso.

Todos los pozos se encuentran en un área de no más de 100 kilómetros cuadrados. El Mediterráneo oriental esconde un yacimiento monumental de gas y petróleo. Según la agencia Efe, unos tres billones de metros cúbicos de gas y alrededor de 1.700 millones de barriles de petróleo, lo que equivaldría a aproximadamente cuatro años del consumo energético de toda la Unión Europea.

En 2020 se creó el Foro del Gas del Mediterráneo Oriental, que acoge a Egipto, Palestina, Israel (uno de los pocos organismos donde ambos países están representados), Líbano, Chipre, Jordania, Italia, Grecia y Francia.

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La presencia de Francia se justifica por su petrolera Total, que intenta ayudar a Líbano a extraer su porción. En las últimas semanas, Líbano ha pedido a la administración estadounidense su mediación para dirimir un litigio de aguas con Israel, país con el que no mantiene relaciones. La amenaza de corte del gas ruso está metiendo prisa a todos.

Parte de ese volumen global correspondería a las aguas de la República Turca del Norte de Chipre, el territorio chipriota reconocido como independiente por Turquía pero no así por la comunidad internacional ni por Naciones Unidas. El único Chipre legitimado es la República que pertenece a la Unión Europea con capital en Nicosia.

Pese a la que la viabilidad de un gaseoducto Israel/Palestina-Chipre-Grecia-UE es discutible a medio y largo plazo, la existencia de este filón de hidrocarburos es la razón por la que Turquía reivindica una plataforma continental de 200 millas que le permita llegar a él.

La Constitución del Mar

En 1982, la ONU creó la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (UNCLOS, por sus siglas en inglés). Está considerada la Constitución de los Océanos y establece que un estado soberano puede delimitar una Zona Económica Exclusiva (ZEE) 200 millas mar adentro de sus costas para extraer sus riquezas, incluidos los hidrocarburos.  “Cuando los territorios de dos estados se encuentran más cerca el uno del otro que el doble de esa distancia, la división se realiza por la línea media”.

Turquía no ha firmado el convenio UNCLOS porque considera que no deben tenerse en cuenta las islas griegas frente a la costa turca para determinar las zonas económicas griega y turca. Turquía argumenta que los fondos marinos del Egeo forman geográficamente una prolongación natural de la masa terrestre de Anatolia. Esto significaría que Turquía, según ella misma, tendría derecho a zonas económicas hasta la línea media del Egeo y del Mediterráneo Oriental.

Grecia, por su parte, afirma que todas las islas deben tenerse en cuenta en igualdad de condiciones. Esto significaría que Grecia obtendría los derechos económicos de casi la totalidad del Egeo y la mitad del Mediterráneo al sur de Anatolia. Así, Grecia apela a los tratados marítimos y Turquía a lo que ella misma entiende como sentido común.

Ilustración de los mapas de Grecia y Turquía

Ilustración de los mapas de Grecia y Turquía iStock

En una pieza de la agencia de noticias turca Anadolu, Turquía reconoce el derecho a las 200 millas de las islas griegas, pero interpreta el convenio de Naciones Unidas en el sentido de que “los Estados deben designar una isla principal desde la cual se pueda medir la distancia, no islas más pequeñas”. Y cita el ejemplo de Kastellórizo, la pequeña isla de 12 kilómetros cuadrados y 500 habitantes, a dos kilómetros de la costa turca, que genera para Grecia un área marítima de 4.000 veces su superficie.

Los dos contendientes han buscado apoyos estratégicos en la zona. En 2019, Turquía sorprendió al mundo al firmar con el gobierno libio (GNA), reconocido por la ONU, una ZEE desde la costa Cirenaica hasta el sur de Anatolia que atraviesa la jurisdicción de varias islas griegas. Es un pasillo marítimo y aéreo difícil de digerir por los países vecinos. Grecia hizo lo propio con Egipto, que no se dejó seducir por las ofertas de acuerdo de Turquía.

Según señala la web geoestratégica The Political Room “en El Cairo prefieren limitar la creciente influencia turca e islamista en Libia”. Además, Egipto se ha opuesto a las incursiones y ataques de Turquía en el norte de Irak contra los kurdos.

El mapa turco

Devlet Bahceli, derecha, muestra un mapa con los planes expansionistas turcos sobre el mar Egeo.

Devlet Bahceli, derecha, muestra un mapa con los planes expansionistas turcos sobre el mar Egeo.

Con este polvorín de por medio, el presidente del Movimiento Nacionalista turco, Devlet Bahceli, mostró hace una semana el polémico mapa del Mediterráneo en el que figuran como turcas las islas griegas del Egeo oriental e incluso, más sorprendente aún, la extensa Creta, al sur de las Cícladas. Atenas lo considera una provocación.

Por ello, Mitsotakis, jefe del gobierno griego, ha pedido explicaciones a Erdogan. Quiere saber si ésta es la postura oficial del gobierno turco o sólo de su socio de extrema derecha.z

El Movimiento Nacionalista turco dispone de 47 diputados en la Asamblea gracias a los cuales Erdogan ha podido formar gobierno. Se trata de un partido ultranacionalista, panturco, anti-comunista, anti-griego, anti-armenio y anti-kurdo. Su organización paramilitar Los Lobos Grises sembró el pánico entre la izquierda turca en la década de los años 70 y protagonizó titulares mundiales en 1981 cuando uno de sus militantes, Mehmet Ali-Agca, intentó matar al papa Juan Pablo II en el Vaticano.

Militarización en aumento

Los enclaves griegos de los que pretende apropiarse el socio de Gobierno de Erdogan distan entre 2 y 100 kilómetros de las costas turcas. Entre ellos están las islas de Lesbos, Quíos, Samos e Icaria, en el norte, y Cos, Leros, Rodas y el resto del Dodecaneso más al sur. Forman la particular, intrincada y difícil cornisa de Anatolia.

Turquía ha denunciado que vulneran el Tratado de Lausana de 1923, que prohíbe expresamente la militarización, fortificación o aumento de la dotación policial más allá de la proporción habitual de Grecia en su continente. Según el gobierno turco, Grecia está creando “puertos para la marina, helipuertos, radares militares y cuarteles dotados de artillería”.

Grecia reconoce que, en efecto, está aumentando la presencia militar en estas islas “desde que Turquía ha incrementando su prospección de gas y petróleo en aguas griegas”, pero que, en cualquier caso, no vulnera acuerdos pasados como el de Paris de 1947, puesto que aquel pacto fue entre Grecia e Italia, que entonces tenía la soberanía sobre Rodas y el Dodecaneso y este –Italia– sería el único país que podría sentirse agraviado. Turquía fue neutral en la Segunda Guerra Mundial.

El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, durante una reunión bilateral con Vladímir Putin en 2021

El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, durante una reunión bilateral con Vladímir Putin en 2021 Europa Press

En 1952 Grecia y Turquía entraron a la vez en la OTAN, aunque el gobierno griego se retiró durante seis años de su estructura militar (1974-1980) a raíz de la invasión turca del norte de Chipre, que era a su vez una reacción al golpe de estado propiciado por el gobierno griego “de los coroneles” contra la recién creada República chipriota. Aquel evento sienta un grave precedente sobre lo que podría ocurrir en caso de que los dos países entrasen en conflicto, aunque estaría por ver qué papel jugaría la Alianza al verse con dos de sus miembros enfrentados.

'Casus belli'

Hay dos tipos de problemas jurisdiccionales. El del Egeo (Lesbos, Quíos, Samos y unos 150 islotes) tiene que ver con las aguas territoriales. En estos momentos los dos países mantienen el pacto de seis millas náuticas (unos diez kilómetros) cuando Grecia en el Jónico se reserva 12 millas, que es la norma internacional.

Grecia quiere ampliar a 12 millas su jurisdicción marítima en el Egeo, y a diez su espacio aéreo. Ankara respondió en 1995 que cualquiera de las dos medidas unilaterales sería “causa de guerra”. Es frecuente que ambos litigantes envíen cazas de guerra a esas 4 millas de cielo de nadie. En los últimos meses se han contabilizado hasta 17 incidentes aéreos en la zona.

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En 1996, ambos países ya estuvieron a punto de entrar en guerra. Un mercante turco encalló en los bajíos cercanos a los islotes griegos deshabitados de Imia/Kardak. Fue necesaria la mediación internacional para evitar el combate.

En 2020, fue la canciller Angela Merkel quien tuvo que intervenir para evitar la guerra. Buques militares turcos escoltaron al barco oceanográfico Oruc Reis en su prospección de hidrocarburos al sur de la isla Kastellórizo, la más oriental del Dodecaneso. Grecia envío fragatas militares para defenderla.

Troya, la primera guerra

En el disenso histórico entre Grecia y Turquía aparecen, junto a factores étnicos y religiosos, la particular orografía insular del Egeo, con casi 200 islas griegas frente a la fachada turca de Anatolia, aunque sólo un diez por ciento están habitadas. Un reparto poco realista de la Turquía que perdió la Primera Guerra Mundial, y un maremagno de tratados internacionales y convenios sobre soberanía marítima a los que se acoge Grecia y perjudican a Turquía, precisamente por la cercanía de las islas a su plataforma continental.

La primera guerra datada en la Historia de la Literatura occidental (hace 3.200 años) ya fue protagonizada por griegos (aqueos) contra asiáticos. Se llamó Troya. Aunque en Homero sitúa en La Ilíada sus causas por el rapto de la bella Helena, esposa de Menelao de Esparta, a manos de Paris, príncipe troyano, hijo de Príamo, lo cierto es que estos personajes proceden más de la mitología que de la Historia. La verdadera razón de la batalla fue el control del estrecho de los Dardanelos (Helesponto) que daba paso al prometedor Mar Muerto (Ponto Euxino).

Ilustración del caballo de Troya

Ilustración del caballo de Troya iStock

Detrás de la fantasía de los mitos griegos siempre hay hechos reales. La guerra de Troya fue una síntesis literaria de varias expediciones aqueas y micénicas que pugnaron contra los anatolios por el control de este paso. Setecientos años después, el Imperio persa contraatacó a través de las guerras médicas pero fue rechazado en Salamina y las Termópilas.

Alejandro Magno encontró, pues, colonias griegas y vía libre para sus incursiones en Asia Central. Un superviviente de Troya, Eneas, había fundado Roma y este imperio heredó del griego toda Asia Menor. El escritor italiano Indro Montanelli, en su excelente Historia de los Griegos, proclama que en este punto “termina la historia política de un pueblo que no alcanzó a convertirse en nación”. Hasta hoy, Grecia y Turquía representan la tensión histórica entre Oriente y Occidente.

De Bizancio a Gallípolli

En el siglo IV, el emperador Constantino se separó de Roma y creó, desde Constantinopla (la gloriosa capital de Bizancio, hoy Estambul) su Imperio de Oriente, que duró hasta la toma de la capital por los turcos otomanos en el siglo XV bajo el mando del sultán Mehmet II, todo un mito en el que se reflejan los ultranacionalistas turcos en sus ansias expansionistas.

De por medio hubo cruzadas hacia Tierra Santa, órdenes militares en Rodas, piratería y asedios en las costas y batallas como la célebre de Lepanto, en el golfo de Corinto, donde la Liga Santa en la que participó activamente la monarquía hispánica derrotó a la armada turca y terminó con su hegemonía en el Mediterráneo.

Hay que esperar al siglo XIX para volver a encontrar el espíritu griego en la lucha por su independencia. Y todavía un siglo más para explicar las razones de su disputa actual con el turco por la soberanía del Egeo.

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En la Primera Guerra Mundial, el Imperio otomano se alineó con el alemán y el austrohúngaro frente a Rusia, Francia y Gran Bretaña. Estas dos potencias y sus ejércitos coloniales sitiaron Gallípolli en 1915 para abrir a Rusia el estrecho del Bósforo. Otra vez la misma razón y en el mismo lugar que Troya: la península turca de Çanakkale. Y otra vez la misma carnicería, ya que se estima que murieron 250.000 soldados por bando. Una de las batallas más sangrientas en la historia de la Humanidad.

Los turcos resistieron pero, como perdedores finales de la guerra, sus posesiones quedaron reducidas a una pequeña porción de Anatolia, sin sus islas próximas, en el tratado de Sèvres de 1920, que nunca llegó a aplicarse del todo. El verdadero reparto ocurrió en Lausana en 1923, pero para entonces, los restos moribundos del Imperio otomano habían perseguido y exterminado a armenios y griegos pónticos en el Mar Negro y expulsado también a los griegos de las colonias continentales de Esmirna/Izmir, dejando tras de sí un reguero de sangre que oscilan en torno a los 500.000 muertos en un nuevo genocidio.

En Lausana, Turquía perdió la soberanía sobre muchas islas clave y la zona del Bósforo y los Dardanelos, que se convirtió en territorio internacional. Posteriormente recuperó el control en los estrechos en el Tratado de Montreal de 1937, pero dieciocho islas y numerosos islotes del Egeo y del Dodecaneso seguirían siendo de Grecia.

Más de 80 años después, esta humillación histórica para los turcos ha encontrado en los yacimientos de gas una manera de ser resarcida. Contra el derecho internacional, Erdogan, a través de sus socios de Gobierno, pretende expandirse hacia Europa como ya trató el Imperio otomano siglos atrás.