En el PSOE ya hablan de fin de ciclo y temen un calvario largo y dramático mientras Sánchez finge normalidad en Moncloa

En el PSOE ya hablan de "fin de ciclo" y temen un calvario largo y dramático mientras Sánchez finge normalidad en Moncloa

Tribunas

Sánchez nombra cónsul a su caballo, y el PSOE asiente

La resistencia heroica y las victorias inventadas sólo existen si hay un coro dispuesto a celebrarlas. 

Publicada

Aunque las metáforas clínicas pueden resultar incómodas, pocas describen mejor la política española como la del loco que se despierta convencido de ser Napoleón.

Ese iluminado nunca es el problema, sino quienes creen que, efectivamente, tal delirio es la realidad y que tienen a Napoleón delante.

Son sus seguidores los que de verdad deliran peligrosamente cuando le ajustan el uniforme, organizan el desfile y aplauden sus discursos, convirtiendo la alucinación de uno solo en un amplio manicomio para todos.

El manicomio, hoy, tiene escaños y redes sociales. El loco ya no luce bicornio, sino traje, micrófono y una maquinaria de propaganda que llamamos "relato". Sus seguidores le animan a hacer Historia y esa falsa epopeya, naturalmente, se financia con presupuestos públicos, aunque no haya ni una sola ley de Presupuestos en varios años.

El delirio político funciona como el clínico: necesita validación. La resistencia heroica y las victorias inventadas sólo existen si hay un coro dispuesto a celebrarlas. El poder no está en el que se cree emperador, sino en los que se arrodillan para ajustarle el espadín y repetirle que, efectivamente, es Napoleón.

El primer paso para recuperar la cordura no es medicar al loco, sino desintoxicar a los cómplices.

Traslademos la escena. Mutatis mutandis, el problema de la política española, de sus bloqueos y corrupciones, no es sólo la psicología del presidente del Gobierno, ni su cómodo "no me consta", sino la conducta de quienes lo rodean.

Pedro Sánchez, en el 41 Congreso Federal del PSOE en Sevilla.

Pedro Sánchez, en el 41 Congreso Federal del PSOE en Sevilla.

El PSOE, como partido, y buena parte de sus diputados y votantes han decidido suspender el juicio crítico para abrazar sin reservas un relato lleno de goteras. Han asumido el papel de internos disciplinados. No sólo toleran el delirio, lo celebran y lo convierten en doctrina.

El presidente actúa como si encarnara una misión histórica. Contener a la derecha, que en su relato equivale a salvar la democracia de una amenaza permanente. Redefinir a su gusto las reglas del juego institucional. Presentar cualquier objeción como ataque al progreso.

Contener a la derecha aunque el país se pare, aunque el Parlamento no legisle, aunque la coartada sea tan verosímil como un parte médico firmado por Napoleón.

Para sostener este cuento hace falta una cosa. Silencio interno.

El PSOE que conoció debates ideológicos y tensiones entre corrientes ha sido sustituido por un partido que aplaude con entusiasmo medidas que hace poco consideraba inasumibles. El caso de la amnistía es la escena central. Lo que antes era inconstitucional, inmoral y línea roja, hoy se presenta como acto supremo de reconciliación.

Lo que se denunciaba como cesión ante el chantaje se vende como genialidad táctica.

No ha cambiado el hecho, han cambiado las palabras. Y en las filas socialistas sólo se ve una coreografía de asentimientos. El problema empieza el día en que el grupo parlamentario y los votantes empiezan a decirle a todos que su líder es Napoleón.

Entra Calígula. Cuando el emperador nombra cónsul a su caballo, el caballo no es el asunto. Tampoco lo es, del todo, el loco. El centro del problema son los senadores que asienten, la corte que se viste de gala, la burocracia que redacta el decreto como si aquello fuera normalidad institucional.

"Quien pregunta por los botes salvavidas es acusado de alarmista, reaccionario o ambas cosas. Porque España va como un cohete"

Lo intolerable no es la extravagancia del poder, sino la mansedumbre de quienes la aceptan. La locura individual es un caso clínico, pero la locura compartida acusa directamente al sistema.

Hoy el caballo puede ser una ley hecha a medida, un acuerdo con socios que desprecian abiertamente el marco constitucional o una reforma que erosiona contrapesos básicos. El escándalo no es el caballo, sino la diligencia con que el PSOE lo tramita, lo justifica y lo viste de alta política de Estado.

Diputados y barones que se indignaban en voz baja se han convertido en especialistas del contorsionismo argumental.

Feministas de megáfono y manifiesto ahora gestionan escándalos propios en rincones discretos, confiando en que la niebla mediática haga su trabajo y todo se olvide.

Una parte del electorado socialista acepta todo esto como quien recibe un diagnóstico optimista. "Todo va bien", pese a que el enfermo empeora.

Entre Napoleón y el caballo, las instituciones se van doblando. El Parlamento se reduce a una máquina de votar a golpe de botón, las sentencias se interpretan según convenga, la prensa crítica se señala como enemiga.

Lo que comienza siendo obediencia al líder termina siendo obediencia al delirio. Y quienes deberían poner límites (diputados, cuadros intermedios, votantes) han decidido que es más cómodo acompañar la procesión que pararla.

Y entonces, tercer acto. El Titanic. Porque este delirio no se desarrolla en un laboratorio, sino en un barco que se hunde lentamente.Cuando la proa ya está bajo el agua, muchos han optado por mudarse a popa, encender otro cigarrillo y confiar en que el capitán sepa lo que hace.

Pedro Sánchez, en esta versión contemporánea del naufragio, no se altera. Recoloca su tumbona, mira al horizonte y recomienda a la tripulación no creer bulos de naufragios. Quien pregunta por los botes salvavidas es acusado de alarmista, reaccionario o ambas cosas. Porque España va como un cohete.

"Contener a la derecha aunque el país se pare, aunque el Parlamento no legisle, aunque la coartada sea tan verosímil como un parte médico firmado por Napoleón. Para sostener este cuento hace falta una cosa: silencio interno"

Mientras el barco se inclina, el gabinete entero se fotografía sonriente en la cubierta de Gobierno, seguro de que el agua aún tardará unos minutos en llegar hasta allí. El autoengaño se ha convertido en ideología de supervivencia.

El partido que durante décadas fue una referencia política indispensable se ha transformado en la tripulación de lujo de un barco que se hunde mientras la orquesta sigue tocando.

Cada ministro finge estabilidad.

Cada diputado vota con gesto heroico leyes que vulneran principios que ayer proclamaba.

Cada votante interpreta las goteras como una lluvia controlada por el progreso.

El eslogan oficial insiste: el capitán es prudente, la travesía segura, el clima favorable, y si alguien nota agua en el comedor, se le explica que todo progreso implica cierta humedad.

Y que Ayuso es la culpable de todo.

Quien denuncia la vía de agua agita el miedo. Quien advierte de riesgos democráticos, hace el juego a la derecha. Quien pide debate, rompe la unidad del pasaje socialista. Napoleón sigue caminando por el barco, ahora con los pies mojados, mientras sus generales aplauden la solución acuática.

El Titanic del sanchismo no se hundirá de golpe. Irá perdiendo flotabilidad a base de autoengaño, como todas las locuras compartidas.

Cuando el último diputado socialista entienda que no hay popa suficiente para todos, quizá sea tarde para abandonar el manicomio, desmontar del caballo cónsul y empezar a reconstruir un partido que prefirió acompañar al loco en su delirio antes que recordarle lo obvio.

Que no era Napoleón, que el caballo no era cónsul y que el barco, por supuesto, no era insumergible.

Pero todo puede ser peor todavía. Napoleón va a ir a Waterloo y allí se hará la foto de su gran derrota. A la vuelta, en vez de nombrar cónsul a su caballo, va a nombrar caballo a un cónsul. Y Ferraz picará de proa hasta el hundimiento mientras los responsables hablan de Eurovisión.

*** Juan Carlos Arce es exletrado del Tribunal Supremo y del CGPJ y académico de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.