
El Escudo de Hierro israelí intercepta misiles lanzados desde Irán sobre zonas civiles de Tel Aviv. EFE
Irán ha cometido un error fatal de cálculo
Por mucho que se diga estos días, esto no va de Netanyahu queriendo incendiar Oriente Medio por puro gusto o tacticismo político. Para Israel, que Irán no disponga de armas nucleares es un asunto existencial.
El ataque israelí contra el programa nuclear y de misiles balísticos de Irán no ha sido una sorpresa. Impedir que la República Islámica de Irán se dote de armas nucleares es un imperativo estratégico para Israel.
Así que, anulado el efecto disuasorio que ejercía el “anillo de fuego” de proxies iraníes en Líbano, Gaza, Siria o Yemen, era probablemente sólo cuestión de tiempo que se produjera este ataque.
Y más aún desde que, en abril del año pasado, Irán decidiera atacar directamente el territorio de Israel e introdujera el conflicto latente irano-israelí en una dimensión nueva y mucho más peligrosa.
Uno más de los errores de cálculo iraníes desde que Hamás desencadenara la guerra contra Israel el 7 de octubre de 2023.
Viendo las imágenes de estos días me viene a la memoria una reunión a la que tuve el raro privilegio de asistir hace más de quince años en una remota universidad centroasiática con Bínyamin Ben-Eliezer y un reducido grupo de colegas locales. Entre otros muchos cargos, Ben-Eliezer había sido ministro de Defensa en un gobierno de unidad nacional a principios de este siglo.

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General retirado, Ben-Eliezer era parte de la cuota del partido laborista y uno de sus halcones. Originario de Basora, Irak, hablaba fluidamente árabe y durante nuestro encuentro, en tono cordial y suave, insistía una y otra vez en su disposición para alcanzar acuerdos de normalización diplomática con todos sus vecinos árabes.
En ese intento de normalización esperaban contar con la simpatía de los estados centroasiáticos, miembros, como los países árabes, de la Organización de Cooperación Islámica y con relaciones fluidas con Israel desde sus independencias de la Unión Soviética.
De ahí, su interés por intercambiar impresiones con expertos y funcionarios locales, y, como descubrió con cierta sorpresa, algún español que andaba por ahí curioseando.
Pues bien, de cuando en cuando, hacía una pausa y en un tono notablemente más alto y severo exclamaba: “Nunca permitiremos que Irán se dote de armas nucleares”.
Lo repitió varias veces y de ahí mi recuerdo nítido de sus palabras.
"No veremos hoy en Israel, respecto a la guerra con Irán, las fuertes críticas internas que sí genera la intervención en Gaza transcurridos ya veinte meses desde su inicio"
Sirva la anécdota para ilustrar la profundidad y transversalidad de esa convicción estratégica israelí.
Porque, por mucho que lo lean o lo escuchen estos días en nuestras tertulias, esto no va de Netanyahu queriendo incendiar Oriente Medio por puro gusto o tacticismo político.
Para Israel, insisto, es un asunto existencial.
De ahí que no veremos estos días o las semanas que dure este conflicto las fuertes críticas internas que sí genera la intervención en Gaza transcurridos ya veinte meses desde su inicio.
El ataque anticipatorio o preventivo contra Irán engarza con otros precedentes que conforman la conocida como Doctrina Begin, por el primer ministro Menájem Begin, que ordenó en 1981 el bombardeo del reactor nuclear iraquí de Osirak.
Posteriormente, en 2007, Israel ejecutó una operación similar para destruir un reactor en Siria.
Y lo sucedido en estos dos últimos años no ha hecho más que reforzar esa convicción del imperativo estratégico israelí.
Con su ataque del 7 de octubre, Hamás buscaba provocar una fuerte reacción israelí que, a su vez, arrastrara a Hezbolá, Irán y otros a una guerra generalizada que pondría seriamente en riesgo la supervivencia de Israel.
El profundo impacto psicológico del 7 de octubre no se ha entendido con demasiada claridad fuera de Israel. Ni en Occidente ni tampoco, en este caso, en Irán.

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu. Reuters
La magnitud y crueldad del ataque despertaron temores, en gran medida olvidados, de riesgo existencial para los judíos. La idea de que la Shoah no era, quizás, un asunto solo para los libros de historia.
Pero el plan de Yahya Sinwar, líder de Hamás, funcionó solo a medias y, en perspectiva, eso se ha revelado como claramente contraproducente para los intereses del denominado “eje de la resistencia”.
Es decir, los ataques limitados, entre otros, de Hezbolá o los hutíes, podían ser suficientes para mostrar solidaridad con Hamás, pero no para poner a Israel en una situación crítica.
Sin embargo, eran lo bastante graves y planteaban un contexto regional lo suficientemente adverso y peligroso como para propiciar una futura respuesta contundente por parte de Israel.
Además, como apuntaba más arriba, Irán rompió en abril de 2024 el tabú del ataque directo a Israel.
Desde la creación de la República Islámica en 1979, por estrictas razones ideológicas (y de ahí la dificultad para encontrar un acomodo) las autoridades iraníes han hecho de la destrucción de Israel uno de los principales ejes de su política internacional.
Hasta el ataque directo del año pasado, Irán había creado o financiado docenas de milicias y grupos terroristas para atacar Israel de forma indirecta. Algunos de ellos, notablemente Hezbolá, alcanzaron tal volumen y sofisticación que ejercían un efecto auténticamente disuasorio sobre Israel con respecto a un ataque contra Irán.
Su desmantelamiento por medio de espectaculares operaciones de inteligencia y golpes quirúrgicos, unido a la caída del régimen de Bashar al-Ásad, han transformado el contexto regional. En el caso de Siria, con grandes implicaciones operacionales dada la posibilidad de emplear su espacio aéreo sin restricciones.
"Conviene tener presente que no hay aplicaciones civiles para el uranio enriquecido al 60% y que eso sitúa a la teocracia iraní a pocos días de dotarse de un arma nuclear"
Además, durante su respuesta al segundo ataque directo iraní en octubre de 2024, Israel constató que las defensas iraníes eran mucho más vulnerables de lo que comunmente se creía hasta entonces.
Irán, no obstante, seguía siendo un adversario temible.
Si, como apuntan las fuentes israelíes, iba a ser capaz de producir más de trescientos misiles balísticos al mes, combinado con el almacenamiento creciente de uranio enriquecido al 60%, eso generaba una amenaza potencialmente inminente para Israel.
Conviene tener presente que no hay aplicaciones civiles para el uranio enriquecido a ese grado y que eso sitúa a la teocracia iraní a pocos días de dotarse de un arma nuclear.
A eso hay que añadir la negativa de plano de Teherán durante las recientes rondas de negociación a eliminar su programa de enriquecimiento.
Estos días se debate la posibilidad de que el presidente Donald Trump se hubiera conchabado con Netanyahu para engañar a los líderes iraníes sobre su disposición para alcanzar un acuerdo sobre este asunto, en línea con el fracasado JCPOA de 2015.
Es posible. Pero me parece más probable que Israel decidiera pasar al ataque de forma unilateral ante la perspectiva de que Trump estuviera abierto a un acuerdo de ese tipo y no contemplara, en ningún caso, la utilización de la fuerza.
Netanyahu buscaría así propiciar una intervención norteamericana, imprescindible para destruir Fordow, una planta nuclear enterrada bajo una montaña y para la que se precisan bombas de penetración en búnkeres de las que, en teoría, solo dispone Estados Unidos.
De momento, las disensiones que genera en el mundo MAGA la posibilidad de que Estados Unidos bombardee Irán me parecen una variable a tener muy en cuenta. Así que ya veremos si son suficientes o no para bloquear su participación en este conflicto y su impacto más allá del asunto iraní.
Por último, pero no menos importante, Israel parece decidido a forzar la caída del régimen de los ayatolás. Todo es posible, pero no es la opción más probable si, y no parece que esto vaya a cambiar, la intervención se reduce a bombardeos aéreos.
Con su capacidad para decapitar de forma sistemática a los gerifaltes de Teherán, Israel está sin duda poniendo al régimen en una situación muy complicada. Pero que eso sea suficiente para propiciar ese cambio de régimen está todavía por ver.
Lo que parece indudable es que eso no sólo liberaría a millones de iraníes sometidos por un gobierno tiránico, sino que transformaría radical y profundamente el contexto regional de Oriente Medio.
Eso no es algo que se contemple con simpatía desde Moscú o Pekín. De momento, Rusia y China permanecen como convidados de piedra en este conflicto. Pero ya veremos por cuánto tiempo.
*** Nicolás de Pedro es experto en geopolítica y jefe de Investigación y Senior Fellow del Institute for Statecraft.