Donald Trump y Joe Biden durante el primero de sus debates presidenciales en 2020.

Donald Trump y Joe Biden durante el primero de sus debates presidenciales en 2020. Reuters

LA TRIBUNA

Los periodistas somos cómplices de la polarización de la era Trump

Los medios de comunicación han sido agentes activos de la polarización, azuzando el extremismo y fragmentando la conversación pública, al haber incorporado la lógica comunicativa de las redes sociales.

19 agosto, 2022 01:49

Cuando una distancia temporal suficiente permita analizar la historia política de las últimas décadas en Occidente, una de las claves interpretativas para hacerlo con perspectiva será el ubicuo fenómeno de la polarización.

El tensionamiento de la comunidad política es una preocupación diaria en la esfera intelectual estadounidense. Entre los innumerables artículos que pueden leerse al respecto merece una especial atención este del columnista George F. Will para The Washington Post.

Asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021.

Asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021. Reuters

Will introduce un elemento relativamente novedoso en la discusión. Los medios de comunicación, al haberse mimetizado con la lógica comunicativa de las redes sociales, han desempeñado un papel clave en el agravamiento de la polarización social que estas promueven.

Will nos pone sobre la pista de un exhaustivo análisis del investigador Andrey Mir que demuestra cómo los periódicos han llegado a ser agentes activos de la polarización.

La causa primera puede encontrarse en la dimensión económica. El cambio en el modelo de negocio de los periódicos ha supuesto una subversión de los estándares que habían definido al periodismo tal y como lo conocemos. Y de ahí que Mir hable de "posperiodismo".

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Aunque pueda resultar contraintuitivo, cuando los medios de comunicación se financiaban principalmente con la publicidad y no con las suscripciones digitales, como ocurre ahora, tenían una mayor independencia. Independencia que les permitía cumplir con su labor genuinamente periodística. 

La sostenibilidad de los medios dependía de que su información llegara al público más amplio posible, que era también el interés de los anunciantes. Para conseguir el máximo número de lectores, el periódico necesitaba acreditar su credibilidad. Y este crédito social dependía, justamente, de que los periodistas fueran inmunes a las presiones de los anunciantes.

Esta dinámica paradójica es la que propició la definición de unos estándares periodísticos que ahora, con el cambio del modelo de negocio, han palidecido. Estándares y códigos éticos que definían más claramente que hoy la frontera entre la información y la opinión. También estaban más comprometidos con el ideal de la imparcialidad.

"El nuevo método de financiación al que fueron condenados los periódicos les hizo más esclavos de las dinámicas tribales de la conversación pública de la era digital"

Además, la forma en que los medios buscaban responder a las preferencias de los lectores era la inversa a la de ahora. Cumplir con los dictados comerciales implicaba ladear los aspectos polémicos y apelar a un vast middle (un "amplio terreno medio") en lugar de acentuar las cuestiones divisivas y polémicas.

La irrupción de Google y Facebook en la industria publicitaria a partir de 2007 hizo que las empresas se pasasen en masa a un recurso que permitía actuar sobre el target comercial con mucha mayor precisión, eficiencia e impacto.

Pero el nuevo método de financiación al que fueron condenados los periódicos les hizo más esclavos de las dinámicas tribales de la conversación pública de la era digital, obligándoles a ofrecer a los suscriptores lo que estos quieren leer. Los medios acabaron entonces convirtiéndose en portavoces del activismo de los distintos sectores ideológicos.

De este modo, las suscripciones digitales pasaron a entenderse como "donaciones a la causa". 

Para atraer a una mayor audiencia, explica Mir, los profesionales de la información se aliaron y se dejaron impregnar por el ethos de las redes sociales, el principal determinante de la notoriedad y la relevancia en el siglo XXI. Hasta tal punto que, tal y como vemos constantemente, Twitter pasó a marcar la agenda de los periodistas.

Son muchos los estudiosos que han atribuido a las redes sociales un papel protagonista en la quiebra de la cohesión social. El influyente psicólogo social Jonathan Haidt atribuye a las redes, en un texto publicado en EL ESPAÑOL, la propiciación de un ecosistema "posbabélico".

La fractura social de la última década en EEUU (extensible al resto de democracias liberales occidentales) es inseparable de las lógicas comunicativas de las redes sociales. Somos ya "incapaces de hablar el mismo idioma o de identificar la misma verdad. Estamos aislados unos de otros y del pasado".

"Una tecnología que supuestamente iba a permitir crear lazos sociales a gran escala se acabó convirtiendo, irónicamente, en una fuerza antisocial"

El desengaño con el optimismo que animó a las nuevas tecnologías internáuticas ha sido mayúsculo, con su ideal de una interconexión global que traería una humanidad más libre y democrática. La gran transformación vivida por las redes sociales a partir de 2009, cuando las plataformas introdujeron nuevas funcionalidades que permitían expresar respaldo o desaprobación y compartir las publicaciones, las convirtieron en canales para la expresión de las pasiones de los usuarios.

A esto se añade el diseño de unos algoritmos que multiplican el impacto de las publicaciones más rentables, las que "desatan" emociones. Quedó instalado así el paradigma de la viralidad. Y los medios de comunicación, dice Andrey Mir, se convirtieron en meros editores de esa viralidad.

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De este modo, una tecnología que, supuestamente, iba a permitir crear lazos sociales a gran escala se acabó convirtiendo, irónicamente, en una fuerza antisocial que ha erosionado los tres pilares que Haidt identifica como elementos vertebradores de la sociedad: el capital social, las instituciones robustas y las historias compartidas.

El sustrato afectivo común y la comunidad de relatos que toda sociedad política necesita para sobrevivir quedan así minados por una arquitectura del debate público que favorece la creación de burbujas sociales y la fragmentación de la conversación nacional.

"La única forma de atenuar el sesgo de confirmación es interactuar con creencias distintas, que es precisamente lo que no permite la descomposición de la conversación publica"

No hay que olvidar que la victoria de Donald Trump en 2016 se explica en gran medida por las mismas lógicas comunicativas que propiciaron el Ocupy Wall Street o el 15-M en España, aunque, obviamente, con un signo inverso. 

"Trump no destruyó la torre", dice Haidt. "Sólo se aprovechó de su caída. Fue el primer político que dominó la nueva dinámica de los tiempos posbabélicos".

La fractura social en torno a los partidarios y los detractores de la opción política encarnada por Trump ha vuelto a hacerse patente a raíz del registro por parte del FBI de la mansión del expresidente, que ha llevado a sus seguidores a manifestarse para denunciar una supuesta persecución política.

Para iluminar esta polarización radical entre demócratas y republicanos, el analista Thomas B. Edsall ha recurrido al marco de "la polarización de creencias". 

La fragmentación informativa y el aumento de la complejidad social han agravado el sesgo de confirmación propio de la mente humana. Las redes, explica Haidt, están diseñadas para que "saquemos a relucir nuestro yo más moralista y menos reflexivo". Tanto los medios como las redes sociales alientan la indignación, porque la polarización es lucrativa.

La concordia entre personas con creencias opuestas se vuelve si cabe más difícil en el ecosistema mediático de la sociedad digital porque la única forma de atenuar el sesgo de confirmación es interactuar con creencias distintas, que es precisamente lo que no permite la descomposición de la conversación publica.

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Esto es aún más grave si tenemos en cuenta, como explica Edsall, que la polarización no se ve atenuada cuando los sujetos cuentan con mayor información. La estabilidad de los prejuicios resiste a toda deliberación racional posible sobre política, porque esta es canalizada por la movilización partidista. 

Un experimento del think tank OIKOS reveló que los encuestados modulan sus actitudes para alinearse con su candidato y que muestran más aprobación a una medida si esta es propuesta por su partido. Otro estudio reciente de la UC3M le otorga a España los niveles de polarización afectiva más altos de Europa. Un 60% de los españoles creen que la división más importante en nuestro país se da entre gente de izquierdas y de derechas.

La desaparición de los consensos fundamentales ha redundado en contra de la aceptación y la creencia en la legitimidad de las reglas democráticas. Porque en este clima de (in)comunicación se imponen los discursos más radicales, la movilización sentimental impide la atención a los matices y se estrechan los parámetros de la ortodoxia. 

Estas tendencias corrosivas de la confianza en las instituciones, las magistraturas y los estamentos sociales han alcanzado también a los medios.

El debilitamiento de la auctoritas periodística y el desprestigio de las grandes cabeceras es generalizado como consecuencia de su conversión en canales de expresión de los activismos cruzados. Se trata de medios que han sido víctima del efecto amplificador de bulos y desinformación propio de las redes sociales, con el consiguiente relajamiento de los estándares de veracidad y verificación.

Un orden social estable requiere de una sociedad política capaz de atemperar y encauzar las pasiones comunitarias y evitar la formación de turbas. Las redes sociales y su replicación por parte de los medios de comunicación han creado un ecosistema que azuza la "innata proclividad humana a las facciones" y la disolución de cualquier noción de bien común.

Un buen punto de partida para mitigar en la medida de lo posible este desalentador estado de cosas pasa por concebir las redes sociales como los bienes públicos que son. Como un foro que condiciona los canales por los que discurre el debate público. Y que, por su capacidad de adulterar el proceso político, requieren una regulación acorde.

A menos que modifiquemos el diseño de las plataformas para poner coto a la viralidad y la ralentización de la propagación de la basura y la toxicidad no podremos ponernos de acuerdo ni siquiera en qué es en lo que no estamos de acuerdo.

*** Víctor Núñez es periodista.

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