Imaginemos que se presenta una plataforma política que se dice de izquierdas y feminista, y que defiende el islam y la explotación sexual y reproductiva de las mujeres. Imaginemos que alega una voluntad compartida de reestructurar un espacio progresista, y que acoge las tesis excluyentes de los nacionalismos fragmentarios que pretenden desquebrajar el país al que se ofrece semejante reestructuración progresista.

Quienes permanezcan atentos a la actualidad política sabrán que no tienen que hacer ejercicio imaginativo alguno, pues este ideario que las promotoras de tal iniciativa tienen la desfachatez de llamar progresista fue presentado el pasado 13 de noviembre bajo el nombre de Otras Políticas.

Mónica Oltra, Ada Colau, Yolanda Díaz, Fatima Hamed y Mónica García son las promotoras de la tentativa, otra más, de vender lo viejo por nuevo bajo la quimérica intención de aunar a las izquierdas, ignorando deliberadamente a quienes desde la izquierda social nos oponemos frontalmente a las tesis socioliberales, reaccionarias y sexistas que ellas defienden.

Reaccionaria y sexista es la defensa que todas hacen del hiyab. Empezando por quien, orgullosa, lo porta. Ya en 2015, cuando se presentaba como la primera política velada, Fatima Hamed afirmaba que “algunos no están preparados para ver a una mujer musulmana con hiyab en un Parlamento español”. Hace escasos días, en declaraciones para Infolibre, decía “no alcanzo a comprender que aún se susciten debates porque los ciudadanos opten por tener una creencia u otra”.

Lo que Fatima Hamed no alcanza o no quiere comprender es que a los hombres y mujeres efectivamente progresistas nada nos importan sus creencias. Lo que no estamos dispuestos a tolerar es que sus creencias religiosas misóginas tengan representación parlamentaria ni lugar en el espacio público.

"Lo que desde luego no es el velo es un inocuo trapo o una simple vestimenta. Es la imposición de una moral religiosa concreta que constriñe a las mujeres"

Fatima Hamed, política que no rechaza fotografiarse con Tariq Ramadan, nieto del fundador de la organización fundamentalista islámica Hermanos Musulmanes, investigado hasta en cuatro ocasiones por presuntamente violar a cuatro mujeres, no quiere entender que sus ideas y la de los personajes con los que se relaciona son execrables y deben ser política y socialmente deslegitimadas.

Porque el islam y su ideario, que bajo la pátina de la diversidad y del multiculturalismo se pretende introducir en instituciones gubernamentales y educativas, es abuso y opresión sexual de mujeres, violación de derechos, crímenes de honor, tutelaje de los varones sobre las mujeres, lapidación de infieles y rígidos mandatos para los que el menor de los castigos en caso de incumplimiento es el ostracismo.

El velo es símbolo del islam político. Pero como bien recuerdan mujeres feministas que provienen de contextos islámicos, como Násara Iahdih, su lucha no se centra únicamente en la denuncia del velo, porque el islam es lo dicho en el párrafo anterior y muchas otras realidades que asfixian a los críticos y que, por sistema, oprimen y violentan salvajemente a mujeres y niñas.

Lo que desde luego no es el velo es un inocuo trapo o una simple vestimenta. Es la imposición de una moral religiosa concreta que constriñe a las mujeres y que en ningún caso, ni aquí ni en contextos islámicos, como afirman representantes de Unidas Podemos como Mar Puig, es fruto de ninguna libre elección.

Llegan incluso nuestras políticas progresistas a hablar de feminismo islámico. Esto es, sencillamente, un oxímoron. Un embuste. Un artificio patriarcal que sirve de perfecta estrategia de legitimación de prácticas que subordinan a las mujeres.

Mónica Oltra, como cara visible de Otras Políticas, compara el velo con los tacones y el maquillaje. Las feministas somos conocedoras de la estereotipia sexista impuesta a todas las mujeres, pero una posición política feminista formada y rigurosa es incompatible con tan desafortunado símil, que sólo consigue banalizar la opresión sexual de las mujeres de otros contextos y la persecución de las que valientemente disienten.

Parece ser que los legatarios de la digna lucha contra el nacionalcatolicismo, los mismos que hoy tan cómodos se encuentran en la nada valerosa y superflua crítica al catolicismo, los mismos que aluden a tan infalibles argumentos como la existencia de las monjas cuando denunciamos la brutal opresión sexual que sufren las mujeres de contextos islámicos, han abandonado aquella dignidad para permitir que el islamismo sea una opción política. Cuando, de su mano, los postulados del islam sean institucionalizados vendrán los lamentos. No podrán decir que no hemos advertido.

"Imaginemos que quienes abogan por la legitimación y la institucionalización del islam y demás tesis excluyentes y misóginas expuestas son llamadas progresistas y feministas"

Recordemos quiénes conforman Otras Políticas.

Ada Colau, que ha subvencionado desde su Ayuntamiento a organizaciones como Aprosex, una asociación de prostitutas cuya finalidad es, teóricamente, defender los derechos de las trabajadoras sexuales, pero que las feministas vemos como una herramienta del proxenetismo y la explotación sexual.

Mónica Oltra, defensora de la explotación reproductiva de las mujeres, por más que la disfrace llamándola altruista gestación subrogada.

Yolanda Díaz, cuyo más importante cometido como ministra de trabajo era derogar la reforma laboral y que a estas alturas ya ha abandonado.

Las tres, plegadas a las insolidarias demandas de los partidos nacionalistas.

Mónica García, como todas las demás, defensora de la sexista ley trans.

Fatima Hamed, una de las precursoras de la entrada del islam en las instituciones.

Imaginemos que quienes abogan por la legitimación y la institucionalización del islam y demás tesis excluyentes y misóginas expuestas son llamadas progresistas y feministas. Imaginemos que a quienes denunciamos este caballo de Troya y defendemos el laicismo, el feminismo, la igualdad entre territorios y ciudadanos, y, en definitiva, posturas políticas de izquierdas, somos llamadas islamófobas, racistas, fascistas y extrema derecha.

Quienes conozcan la deriva identitaria y reaccionaria de la izquierda sabrán que no tienen que hacer ejercicio imaginativo alguno. He aquí una desgracia.

*** Paula Fraga es abogada especializada en Derecho penal y de familia.

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