Caben pocas dudas de que un líder político tan extravagante e histriónico como Javier Milei puede ser categorizado bajo la rúbrica del populismo. Difícilmente puede catalogarse de otra forma el recurso a un lenguaje exaltado e irreverente, la ostentación de una retórica antiestablishment (empleando el mismo término que el popularizado por Pablo Iglesias, la "casta política") y la defensa de propuestas rupturistas y extremistas.

Y sin embargo, al mismo tiempo, cabe decir del recién investido presidente de Argentina que su discurso es de los más antipopulistas que puede escuchársele a un líder político.

En su alocución de este domingo a la multitud congregada en la plaza del Congreso, tras haber jurado el cargo ante la Asamblea Legislativa, Milei ha hablado a sus partidarios con una franqueza inusual en esta clase de circunstancias

Ha anunciado que aplicará un "ajuste de shock" en las cuentas del Estado, anticipando que el resultado de ello "será duro" para los argentinos.

Aunque ha querido tranquilizar a la nación asegurando que las consecuencias "recaerán casi totalmente sobre el Estado y no sobre el sector privado", resulta chocante esta sinceridad. ¿Cuántos presidentes se recuerdan que hayan inaugurado su mandato reconociendo que "no hay solución alternativa posible al ajuste" del gasto público?

Lo cierto es que el triunfo del libertario en las elecciones del pasado 22 de octubre resulta aún más sorprendente si se considera que el candidato se presentó con un programa de reformas a priori muy impopular. Pero desde el día posterior a su victoria en las presidenciales ha venido repitiendo la consigna de que "no hay plata", para disipar las ilusiones de un kirchnerismo que había hecho de un Estado elefantiásico y empobrecedor un tótem benefactor.

En su particular discurso de sangre, sudor y lágrimas, el presidente electo ha querido ilusionar a la población garantizando que "este es el último mal trago para comenzar la reconstrucción de Argentina".

Además, se da la irónica circunstancia de que en Argentina el establishment es justamente el populismo. Es decir, el peronismo, con sus distintas variantes, que ha sido hegemónico durante décadas. Y el país austral es precisamente la cuna del populismo como fenómeno político y como teoría de la competición electoral.

No cabe en cualquier caso llamarse a error y esperar de Milei un estadista sensato. Es cierto que el economista ya ha comenzado a moderarse y a homologarse a las formas de la institucionalidad, algo a lo que le obliga su dependencia en la derecha tradicional ante la debilidad parlamentaria de su partido. Y es fácil augurar que, por suerte, muchas de sus promesas más heterodoxas quedarán incumplidas.

Pero Milei, pese a todo, sigue siendo un integrante de la ola global de populismo de derecha radical que aboga por las soluciones simplistas, desestabilizadoras y divisivas.

Ese poso inextirpable lo ha acreditado con la falta de seriedad de su firma en el libro de honor del Congreso de la Nación, escribiendo "¡Viva la Libertad, carajo!". Y con otras bravatas como hacer campaña enarbolando una motosierra (símbolo de su plan de poda radical del Estado y de la estructura gubernamental, cuyas 18 carteras reducirá a la mitad), o con su coletilla estentórea sobre los "zurdos de mierda".

Será ahora el tiempo el que juzgue el acierto o el fiasco de este experimento político sin precedentes, en el que por primera vez un presidente autodenominado "anarcocapitalista" (término acuñado por el teórico español de la escuela austríaca Jesús Huerta de Soto, del que Milei fue pupilo) se pone al frente de los designios de una de las grandes naciones del mundo.