Aunque no existen apenas discrepancias reseñables en las posturas de PP y PSOE respecto a la invasión rusa de Ucrania, la imagen del Parlamento ucraniano lleno de banderas españolas y aplaudiendo en pie el discurso de Pedro Sánchez debería convencer hasta a los más renuentes de que el apoyo a Kiev es un asunto que debe permanecer fuera del debate partidista, ocupe quien ocupe la Moncloa. 

Desde un punto de vista estrictamente realista, no es España el país de la UE con más intereses geopolíticos en juego en Ucrania. España, lógicamente, no es Polonia, ni Finlandia, ni Estonia, Letonia y Lituania, que sí sufren una amenaza existencial por su condición de Estados fronterizos con Rusia.

Pero lo que está en juego en Ucrania no son los intereses nacionales españoles, sino la supervivencia de las democracias liberales occidentales y de un sistema político, económico, cultural y social que garantiza la libertad y la igualdad de cientos de millones de personas en todo el mundo.

España, por tanto, no se juega "algo" en Ucrania. Se lo juega todo.

Y por eso EL ESPAÑOL no puede más que aplaudir la visita de Pedro Sánchez a Ucrania y su firme compromiso con la causa ucraniana, que es el compromiso con la causa de la derrota del Kremlin. También aplaude su compromiso con el envío de más material bélico a Kiev, que es quien está sufriendo en primera persona el desgaste que supone la defensa del orden liberal surgido de la victoria de las democracias frente a las potencias del Eje en la II Guerra Mundial.

Occidente en general, y España en particular, se lo debe a Volodímir Zelenski y a todos los ciudadanos ucranianos. Si estamos subrogando la lucha contra las autocracias en los campos de batalla ucranianos, qué menos que prestar todo el apoyo posible a la resistencia, cueste lo que cueste ese apoyo. Como explicaba Boris Johnson en el Wall Street Journal este miércoles, la inversión en material bélico destinado a Ucrania es la más rentable que harán las democracias en décadas, porque ese relativamente pequeño gasto evitará futuras guerras con China, Irán y otras potencias autoritarias. 

Se cumple hoy viernes un año desde que Rusia invadió Ucrania. La guerra, que el Kremlin imaginaba corta y que en sus planes más optimistas iba a finalizar con la toma de Kiev en días, está hoy estancada. Los escasos avances del Ejército ruso se cuentan por metros y al coste de miles de vidas de soldados de reemplazo mal adiestrados, mal equipados y peor dirigidos. Ucrania no ha ganado aún la guerra. Pero Putin tampoco.

Rusia sigue hoy donde estaba en enero de 2022. Ni ha derrotado a Ucrania, ni ha conquistado Kiev, ni ha logrado asesinar a Volodímir Zelenski e implantar un gobierno títere en el país, ni ha logrado asegurar ningún enclave significativo más allá de los que ya controlaba antes de la invasión. La maquinaria rusa parece agotada y ha demostrado, tras doce meses de guerra, que es mucho más primitiva de lo que se presumía.

Pero Ucrania depende de Occidente. Si el Ejército ucraniano no ha recuperado aún más terreno y no ha derrotado todavía al invasor por completo no es por falta de moral ni de capacidad de resistencia, sino por carencia del material bélico necesario. La duración de esta guerra no la decidirá por tanto Vladímir Putin, y ni siquiera Zelenski, sino Occidente. En sus manos está ponerle fin con una victoria de Kiev. 

En contraste con el apoyo firme de los Estados Unidos y de Reino Unido, el de la UE ha sido vacilante y ciclotímico. Hungría y Austria han negado cualquier ayuda a Ucrania con el argumento de evitar una "escalada" del conflicto. Alemania ha actuado con timidez y sólo ha dado su brazo a torcer, parcialmente, por la presión internacional. Francia ha jugado una carta ambigua, en parte por razones geoestratégicas internas. El apoyo de otros países, y entre ellos España, no puede ser mucho mayor del que ya es. 

El miedo a una escalada del conflicto existe. Pero, como explica hoy Bernard-Henri Lévy en EL ESPAÑOL, ni la imagen de un Putin con el dedo sobre el botón nuclear es real, ni existe alternativa posible a una derrota de Moscú. Porque cualquier concesión en Ucrania servirá como estímulo para aventuras similares en el futuro, en la misma Ucrania o en otros países fronterizos con Rusia, y será interpretado por China, Irán, Corea del Norte y el terrorismo internacional como señal de debilidad de Occidente. 

Las democracias deben prevalecer. Y España debe tener un papel protagonista en esa lucha.