Finalmente, el "proceso de escucha" que Yolanda Díaz lleva meses anunciando va a dilatarse en el tiempo más de lo previsto. La vicepresidenta segunda del Gobierno reconoció ayer que su nuevo proyecto político no va a estar a punto para las elecciones municipales y autonómicas de 2023.

El pinchazo de la candidatura de Díaz antes de tiempo viene a confirmar lo que ya podía atisbarse desde la puesta de largo de la plataforma Sumar el pasado 8 de julio: que el "proyecto de país" que pregona la vicepresidenta no es tal. Sumar no es más que una lanzadera personal para aspirar a la presidencia del Gobierno. Y, por el momento, no sólo no suma adeptos, sino que ya mengua.

La incapacidad de presentarse a la próxima cita electoral evidencia la impotencia para reunir a tiempo una estructura organizativa sólida e implantada en todo el territorio nacional. Y es también un revés para las pretensiones de la vicepresidenta de trascender la organización clásica de los partidos políticos: difícilmente podrá edificarse un "frente amplio" con capacidad de concurrir y competir electoralmente si este se asienta únicamente sobre el personalismo de su liderazgo.

La estrategia de la ministra de Trabajo ha consistido en una campaña individualista sin una sola propuesta concreta más allá de la buena cotización en los barómetros de su figura. Y una que contradice sus palabras en el acto de presentación, cuando dijo que ella sólo es "una pieza más". Hasta la fecha, ella es la única pieza.

Tampoco ayuda para abonar la credibilidad de su liderazgo la colección de argumentos falaces con los que Díaz ha criticado al Banco Central Europeo por elevar los tipos de interés. Y es que sólo una demagogia económica sin fundamento es capaz de cuestionar que la subida de tipos es la única política eficaz para frenar una inflación desbocada.

Sin apoyos de izquierdas

Lo que sí ha hecho el anuncio de la candidatura de Díaz es crear fricciones a la izquierda del PSOE. Podemos ve en la carrera en solitario de la ministra de Trabajo un intento intolerable de cooptar su base electoral. Tal es, de hecho, el deseo de Pedro Sánchez, interesado en impulsar el proyecto de Díaz para reemplazar al espacio morado y garantizarse la reedición de la coalición para la próxima legislatura.

Así se entiende la exclusión de Sumar de Irene MonteroIone Belarra, con quien la vicepresidenta ha roto relaciones en el seno del Gobierno de coalición. Y también que la ministra de Derechos Sociales forzara la dimisión de Enrique Santiago, único miembro del Gobierno en arropar abiertamente la candidatura de Díaz. Con la sustitución el pasado viernes de Santiago por la número 3 de los morados, Lilith Verstrynge, Belarra purgó de yolandismo su cuota del fragmentado espacio que heredó tras la marcha de Pablo Iglesias.

La dependencia del hiperliderazgo de Díaz se ha acentuado también por no poder contar con el soporte local y regional de Más Madrid, Barcelona en Comú y Compromís. De las cuatro lideresas que la acompañaron en Valencia el pasado noviembre (en lo que podría considerarse un 'tráiler' de su "frente amplio") dos han caído en desgracia. La pésima gestión urbana de la alcaldesa de Barcelona apenas convence ya a nadie. Y la exvicepresidenta valenciana, por su parte, dimitió al ser imputada por prevaricación, abandono de menores y omisión del deber de perseguir delitos al encubrir presuntamente abusos a una menor.

El giro de Sánchez

A las complicaciones de la vicepresidenta para abrirse paso en el cainita feudo de la extrema izquierda se le suman los últimos movimientos de Pedro Sánchez. El giro a la izquierda del presidente en el Debate del estado de la Nación (más por necesidades aritméticas que por convicción) le permitió amarrar el último tramo de legislatura y atenuar la sensación general de cambio de ciclo político que se venía rumiando desde la mayoría absoluta de Juanma Moreno el 19-J.

Este reforzamiento del perfil izquierdista del PSOE achica el espacio que aspiraba a ocupar Sumar. Porque las medidas contra los bancos y las grandes empresas van muy en la línea de la confrontación con el "establishment" del populismo ultraizquierdista. Y porque la 'podemización' del discurso de Sánchez (con su denuncia de una supuesta conjura de "señores con puro" que buscan derrocar al Gobierno) se hace indistinguible de la retórica conspirativa propia del espacio de Podemos que la vicepresidenta aspira a aglutinar.

De momento, todo lo que tiene Yolanda Díaz es el embrión de un podemismo de talante menos iracundo y más almibarado y cursi. Pero, al contrario de lo que cree, el asunto no "va de querernos". Más allá de "enormes dosis de ternura" y de "querer ser felices", un proyecto que se dice nacional necesita de una organización operativa y de una propuesta creíble para todos los españoles.