Es inaceptable que la Unión Europea y Estados Unidos, con acopio suficiente para vacunar cinco veces a su población, caigan en la inmoralidad de desechar con naturalidad y a diario cientos de miles de vacunas contra la Covid. No sólo por el significativo derroche económico que supone. Sobre todo, porque son cientos de miles de vacunas necesarias en continentes como África, donde el 89% de los ciudadanos carece de la pauta completa y donde se registró la muy contagiosa variante ómicron, que ha dejado tantas infecciones en dos meses como sus predecesoras en casi dos años.

Los datos que publicamos hoy en EL ESPAÑOL conducen sin remedio al escándalo. Las más de 61 millones de vacunas que caducaron en la Unión Europea, Estados Unidos, Reino Unido y Canadá en 2021 habrían servido para inmunizar a más de 30 millones de personas en países sin posibilidades económicas ni logísticas. Y lo hemos dicho en incontables ocasiones: la realidad demuestra que la vacunación es nuestra mejor arma contra el Covid.

Cada persona sin vacunar es una nueva oportunidad concedida a este coronavirus para seguir mutando. Esto implica, en la práctica, que pueda desarrollar cambios en la espícula (es decir, la llave que da acceso a nuestras células) para regatear con más eficacia la protección que conceden las vacunas y provocar nuevas olas de contagios.

Igual que avisamos antes de la irrupción de ómicron sobre la urgencia de abordar la vacunación masiva en los países más pobres, incluso a riesgo de sacrificar dosis de refuerzo en nuestros países, alertamos sobre la necesidad de mejorar el sistema de donaciones para evitar desperdicios.

Distribución

No hay tiempo que perder. Como publicamos hace dos semanas, caducarán 240 millones de dosis más en marzo si no se envían ya. Basta con realizar un sencillo cálculo para comprobar que son suficientes para inmunizar a una décima parte del continente africano. Con el agravante de que la mayoría de estas soluciones son de AstraZeneca, que requiere condiciones más sencillas para su conservación.

Es cierto que el proceso logístico de Covax para hacer llegar las vacunas que sobran en los países ricos no es sencillo. La corta vida de estos fármacos, que a veces llegan a dos meses de caducar, no es el mejor aliado. Pero que el problema no sea de suministro, sino de distribución, obliga a centrar los esfuerzos en dar con las fórmulas más efectivas para el reparto masivo.

La experiencia de ómicron nos ha devuelto la certeza de que no habrá fin de la pandemia sin vacunas en el Tercer Mundo. Hay que dar solución al fracaso humanitario de las vacunas caducadas. Ni nuestra salud ni nuestros bolsillos pueden permitirse lo contrario.