El acuerdo entre Estados Unidos y los talibanes puede calificarse de histórico si se toma con las suficientes dosis de precaución y perspectiva. Tan histórico como la factura humana que ha causado la presencia norteamericana en el país afgano durante cerca de dos décadas. Con la firma en Doha de la paz entre la administración Trump y los fundamentalistas, se procederá a una retirada paulatina de tropas estadounidenses. Por su parte, los talibanes se comprometen -en teoría- a distanciarse del radicalismo yihadista. 

De entrada, este acuerdo, aun con sus interrogantes, es positivo: la sociedad americana y la situación internacional no son las mismas que hace 18 años, cuando George W. Bush inició la ofensiva en Afganistán para derrocar al régimen de los talibanes y, en última instancia, dar muerte a Osama Bin Laden

3.500 caídos

Es verdad que puede haber quien interprete la salida de Estados Unidos, pactada para dentro de poco más de un año, como una derrota; el coste militar, con más de dos mil de caídos en el ejército americano es una evidencia más de una guerra impopular que, además, tuvo la consecuencia de avivar el avispero militar en Oriente Medio. 

Además, esta decisión de que el contingente de 12.000 soldados vuelva a Estados Unidos es el cumplimiento de una promesa que Donald Trump hizo en la campaña electoral de 2016.

Cuestionamientos

No obstante, hay que ver con el tiempo cómo los talibanes -calificados como terroristas por Washington, según la lista del Departamento de Estado- implementan este tratado de paz. O cómo la frágil administración afgana adopta un acuerdo del que, en puridad, no ha formado parte. Que los talibanes no respetan los Derechos Humanos es una realidad irrefutable, pero tampoco los cumplen regímenes como el de Cuba, el de Catar o el de Venezuela por poner tres ejemplos paradigmáticos.

Todos estos cuestionamientos lógicos a la decisión de Estados Unidos no deben hacernos perder una idea esperanzadora: en este momento y en un escenario tan sensible para la opinión pública norteamericana como la misión de Afganistán, Trump ha optado por la lógica del pragmatismo.