Hay una canción de Quique González que dice "a las tres de la mañana en tu contestador nunca paso por un caballero". Ni falta que hace.

Yo tampoco soy, casi nunca, una señorita, y menos mal, porque es una constricción social muy protocolaria que no me divierte en ningún formato, tampoco en el telefónico. Bastante difícil ya es ser una mujer para tener que ser también una dama. 

Pero tiene sentido en la era de la cobardía, donde todo el mundo pide perdón por existir o se retracta por norma o "matiza" lo dicho, (¡ya están los beatitos... los santurrones, tan llenos de notas a pie de página!), que Whatsapp haya incluido una nueva herramienta que edita los mensajes enviados, no sea que alguna vez digamos la verdad y encima tengamos que hacernos cargo de nuestras palabras.

Nunca fue tan fácil ser un maniquí.

Fotograma de Her, de Spike Jonze.

Fotograma de Her, de Spike Jonze.

Ahora puedes enviar cosas urgentes y salvajes como "te extraño a muerte", o "no te quise nunca, y no por no intentarlo" (que decía Roger Wolfe), o "amor: tu vida es un coñazo sin mí", o "nunca fui tan guapo como cuando no me mirabas", o "sólo pienso en ti cuando las cosas no van bien" o "¿crees que nos estamos olvidando?", o "¿podremos vivir para siempre o, al menos, no morir súbitamente en un accidente de tráfico? Sería una lástima, porque yo te quiero"... ahora puedes escribir todo eso y aún algo peor, algo más honesto y vitriólico, y arrepentirte en los instantes siguientes y editarlo.

Lo convertiremos todo en un tímido "espero que estés bien", mandaremos "abrazos" y "saludos cordiales", enviaremos "recuerdos a la familia". Reventaremos la verdad, que es el error. Surfearemos en las segundas oportunidades. Nunca más tiraremos una botella al mar, nunca más seremos valientes.

Lo suavizaremos todo, lo barnizaremos hasta que lo que sintamos quede irreconocible. Hasta que nosotros mismos quedemos irreconocibles. Dóciles. Razonables. Robóticos. Filtrados por el miedo. Monísimos. Rectos. Caligrafiados. 

Si podemos escribir "eres gilipollas y me estoy enamorando de ti" y luego matizarlo, jamás lo diremos. Jamás. 

*

Primero se inventó el "eliminar mensaje", una incomodidad que siempre dejaba rastro, un elefante en la habitación. Tú te despertabas en la mañana del domingo con cuatro "mensajes eliminados" de alguien importante (un ex, qué sé yo, o un amigo raro) y se te levantaba sola la ceja. ¿Qué me decía este periquito, esta periquita? ¿Me amó, me odió? Es un poco lo mismo, pero, ¿por qué optó anoche, a la salida del pub, cuando le abandonó la pátina de la cultura y la urbanidad...?

Nunca lo ibas a saber con exactitud, pero lo olías. 

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Whatsapp lo carga el diablo. No te defiende de nadie porque también va contra ti. Pudo haberte dejado borrar el mensaje zumbado que un día enviaste ¡y sin dejar huella!, pero eligió humillarnos a todos con algo mucho peor que lo que se dice: lo que el otro imagina. 

Whatsapp se inventó para alejar a la gente entre sí mientras fingía que la acercaba y hoy no deja de hacer méritos para ello. Después del palique virtual que nos exime de verle la cara a los nuestros y de tomar cafés respirando el mismo aire, vino el "borrar", y, ahora, el "editar".

Whatsapp te está diciendo a la vez "eres un niño (no sabes pensar antes de escribir) y "eres un adulto (no te consentiremos la bravuconada, el exabrupto, el impulso)". Whatsapp no sabe qué edad tienes ni le importa: sólo ha venido a matar tus saltos al vacío, es decir, tus cartas de amor. 

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Tienes 15 minutos para volver atrás. Tienes 15 minutos para editar el mensaje enviado sin que el interlocutor te cace. 15 minutos donde observarte fijamente en el espejo hasta verte feo, hasta querer desdecirte. 

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Yo creo que somos más lo que escribimos que lo que reescribimos. Reescribir es madurar, y, ¿quién elegiría hacer algo tan horrible...?

Yo creo que cuando nos editamos, somos otros: unos más elegantes pero menos puros. Cuando nos editamos, estamos cada vez más lejos de nosotros mismos. 

Algo se pierde. Algo gotea. Algo se escapa todo el rato. Te estás disolviendo. Te están disolviendo. 

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La escritora Camille Paglia dijo que su carrera había sido un desastre, pero que nunca culpó a nadie: "Me responsabilicé de lo que había escrito. Si no lograra publicarlo en vida, lo dejaría como un recado que me sobreviviría, a lo Emily Dickinson, para seguir torturando a la gente desde la tumba". 

Eso me hizo sonreír. 

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Pero pronto no seremos capaces ni de echarnos a la espalda un mensaje enviado. Y viviremos, cada vez más, en un disfraz permanente, bajo una lluvia ácida de cremas y cirugías estéticas y ayunos intermitentes. Viviremos en el recorte continuo de uno mismo. Uno empieza maqueándose las puntas del pelo o prohibiéndose un alimento y termina podando sus adjetivos, en definitiva, condenándose a la desaparición (¡la auténtica belleza hoy, la que no molesta, la que no ocupa espacio, la que no perturba ni interfiere...!). 

Damos el pego porque vamos amputados. 

Que vuelva el yo abrupto. Carta en la mesa pesa. Enviar. Enviar. Enviar.