Creo que empiezo a encontrarle el sentido a las americanadas y las películas de Disney que terminan con un "sí, quiero" y un "The End". El clímax es el intercambio de anillos y el beso. Si acaso, a modo de coda, un "fueron felices y comieron perdices".

Afirmo esto porque he concluido que no me interesa lo que pase después de la boda. Pero no se me malinterprete. Claro que me importa el porvenir de ese matrimonio amigo o familiar. Lo que pasa es que ese día de celebración me parece insuperable: el non plus ultra de la dicha. Más bien un punto y aparte que puntos suspensivos.

El príncipe Harry y Meghan Markle, el día de su boda.

El príncipe Harry y Meghan Markle, el día de su boda. Reuters

La cima de la amistad, el amor y el compromiso. Un compromiso entendido como un pacto revisable, renovable. Cuyos únicos jueces han de ser los contrayentes.

Por mucho que, con el tiempo, la prosa sucia de la rutina, que él se comporte como un auténtico necio en el hogar, o que ella le ponga los cuernos con el monitor de pilates, les hagan maldecir el día que dijeron "sí, quiero", la desdicha no es retroactiva. La fecha de la boda, como el viaje de novios, quedará a salvo, sellado como un bello recuerdo.

El divorcio tampoco es un fracaso. Es un cese del amor, un alto al fuego, un armisticio. Un "nos hemos querido hasta los huesos, pero no nos hagamos más daño". Yo creo que eso de "hasta que la muerte nos separe" está un poco rancio, obsoleto.

"Dos animales cansados / que soportan oxidado / el peso de sus anillos", que escribió el poeta.

Y, además, si en el 81 los españoles celebramos la ley del divorcio, aprobada a instancias de la UCD, como un éxito colectivo, ¿por qué íbamos a considerarlo un fracaso individual?

A raíz de esto me viene a la mente la pasada feria del libro, a la que vino Manuel Jabois para presentar su novela Miss Marte, cuya narración parte precisamente de una boda que acaba en tragedia. En dicho acto, el columnista gallego se "peleó" con un periodista local que le hacía de telonero por ver quién había hablado en más enlaces que desembocaron en separación.

La cosa quedó igualada. Algo así como 7/9 para el gaditano y 8/11 para Jabois. Unas cifras que ellos achacaban a que eran gafes, pero que no están tan alejadas de la realidad. En 2021 (últimos datos del INE) hubo 86.851 divorcios en España, un incremento del 12,5% con respecto a 2020.

¿Y con este panorama, quién es el guapo que da el paso adelante?

"¿Los valientes de los millennials, esa generación-mejor-preparada que rehúye el compromiso, que no sale de casa hasta los 40 si no es para viajar a bajo coste por el sudeste asiático y Europa central, y que tiene perros en vez de niños?", expresaría con sarcasmo más de un boomer, ensartando tópicos.

Pero el caso es que ahí están. Javier y Elvira, Yaneli y Nacho, Jesús y María. Tres parejas de amigos nacidos en la década de los 90 que se han casado o se van a casar en 2023. Con trabajos precarios unos y en paro otros. Cargando la suerte. Haciéndose tirabuzones con las estadísticas del INE ellas y fumándose en habanos con sus compadres la ceniza del mal agüero ellos.

Para separarse, primero hay que casarse. Y para casarse hay que echarle valor. Porque el compromiso puede dar más miedo que a Curro un Victorino con malas intenciones.

Acodados tras la barrera nos quedamos los cobardicas, los idealistas, los golfos, los tímidos, los insoportables, los canallas, los egoístas, los radicales. Los que abrimos y cerramos la barra libre de la boda, berreamos en el bus de vuelta como ultras del Rayo y seguimos la ceremonia en un karaoke cantando por María Jiménez.

Y si yo (que cuento mis amigos con los dedos de la mano de Los Simpsons) estoy invitado este año a tres bodas, ¿cómo no estará el panorama? Se está casando gente que no se había casado nunca.

Bromas aparte, veo una importante proliferación de bodas en parejas de mi quinta (el próximo lunes hago 32, igual que Rosalía). Basta con mirar las historias de Instagram, repletas de emperifollados y emperifolladas. ¿Será un efecto imitación?

No lo sé. Yo creo que es una señal de hartazgo. Hartazgo con el relativismo y el individualismo. Una reacción de la tradición, de las costumbres y del arraigo frente a la vida moderna. Si hay que pagar la resaca, los vasos rotos, ya los pagaremos. Pero ahora brindemos.

Que vivan los novios.