Al modo wittgensteiniano quisiera aquí, partiendo de tres "enunciados atómicos", llegar a una serie de conclusiones indubitables. Conclusiones que nos permitirán arrojar al terreno del misticismo metafísico ("de lo que no se puede hablar mejor es callar") buena parte de las opiniones que giran en torno al problema de España y a la acción del separatismo en ella.

Los tres enunciados son:

1. España es una nación soberana.

2. Cataluña es una región española.

3. Europa (la UE) es un tratado entre naciones.

Carles Puigdemont este martes desde Bruselas.

Carles Puigdemont este martes desde Bruselas. Europa Press

España, como nación soberana, ha firmado un tratado, el de la UE, que confirma esa acción soberana. España, como cualquiera de los países miembros de la Unión, y como cualquier país que firme un tratado, no deja de ser soberana por pertenecer a la UE. Sería tanto como decir que los elementos químicos desaparecen en los compuestos.

Toda soberanía en su ámbito interno es absoluta. Es el Leviatán hobbesiano. No depende en su acción de ningún otro poder, ni interior ni exterior. Es decisión de España, como poder soberano, que en su interior rijan determinadas normas pactadas en ese tratado. Es siempre decisión de los Estados miembros, en función de ese poder soberano absoluto, admitir o no cualquier normativa derivada del propio tratado.

En este sentido, un tribunal europeo, igual que un parlamento, una comisión, etcétera, son órganos representativos de un tratado, no de un Estado, y sus determinaciones sólo tienen validez en los Estados siempre que estos decidan seguir en el acuerdo.

Las decisiones son siempre, y continuamente, de los Estados como sujetos soberanos: el tratado no tiene capacidad de decisión soberana. Si un Estado entiende que mantenerse en el tratado perjudica sus derechos de acción soberana, tiene perfecto derecho a salir de él, como ha hecho Reino Unido con el brexit, sin que ello menoscabe los derechos de nadie.

Los líderes del procés intentaron en su momento (la amenaza continúa) subvertir el orden constitucional de España buscando que una parte regional, Cataluña, actuara como si fuera un todo soberano, lo que significa romper la unidad nacional y liquidar la soberanía española en determinado ámbito regional.

La soberanía rige absolutamente en todas las partes del territorio nacional, sin excepciones. Y Cataluña, como Murcia o Ceuta, es parte de ese territorio. Nunca es decisión de la parte, ni puede serlo, determinar al todo (quien gobierna hoy en día en Cataluña, como en el resto de España, es Pedro Sánchez).

Los tribunales españoles tomaron la decisión en su momento, atendiendo al ordenamiento jurídico por el que nos regimos todos los españoles, de encarcelar a esos líderes como responsables de ese intento de subversión del orden constitucional (y de lanzan una orden de busca y captura para quien huya, como fue el caso de Carles Puigdemont).

Sería un suicidio para España si un delito de estas características, que atenta contra la propia esencia del Estado, contra su soberanía territorial, no fuera castigado con la pena correspondiente, de igual manera que sería otro suicidio el que un tribunal europeo (cuya vigencia proviene de un tratado) tuviera la capacidad de suspender la aplicación de dicha pena. Si España admite tal resolución, deja de actuar como nación soberana.

Se produciría, a su vez, la paradoja de que ni siquiera tendría responsabilidad en el tratado, porque España como Estado se habría convertido, sencillamente, en una quimera. "Si el Estado no se viera obligado a observar las leyes o reglas, sin las cuales un Estado no es ya un Estado, no sería necesario considerarlo como una realidad, sino como una quimera. El Estado comete, pues, falta, cuando cumple o tolera actos susceptibles de arrastrarlo a su propia ruina", dice Spinoza en su Tratado político.

Pero existen dos corrientes ideológicas que dan fuerza en España a este carácter quimérico del Estado y que están operando, desde hace mucho tiempo, como corrientes ideológicas disolventes para España.

Por un lado, la ilusión europeísta, por la que se concibe a Europa (a la UE) como si fuera ya de hecho un Estado soberano, cosa que no es. No hay tal "soberanía".

Por otro lado, la ilusión autonomista, por la que se conciben las regiones españolas como si fueran unidades autónomas que se rigen bajo normas propias estatutarias (como si no dependieran de la soberanía nacional española). No hay tal "autonomía".

Estas dos corrientes, basadas en dos mentiras, la mentira de la "unión" de Europa y la mentira "autonómica", van minando y erosionando en el seno de la propia España la capacidad de acción soberana, vulnerando, ahora sí, nuestros derechos políticos como españoles, hasta llegar a convertir a España, como Estado, en una quimera.

Sólo de nosotros, de los españoles, depende evitar una España quimérica.