El fútbol femenino, llegados al verano de 2023, vive instalado en la revolución. Caen dinastías, explotan jugadoras, se suceden los cambios de escenario. La Selección Española Femenina de Fútbol, incapaz de ganar una eliminatoria en un gran torneo hasta ahora, es campeona del mundo. De la nada al todo en un mes, ya inolvidable, que ha venido a confirmar el enorme caudal de talento de la cantera española.

Las jugadoras de la selección española de fútbol femenino celebran su victoria.

Las jugadoras de la selección española de fútbol femenino celebran su victoria. EFE

España llegaba a la final presta a enfrentarse al mejor rival posible: una Inglaterra que abandera el impulso del fútbol femenino, insuperables en alcance mediático y luciendo la vitola de vigentes campeonas de Europa. Si el año pasado su victoria ante la Selección en los cuartos de final del campeonato europeo desató la tormenta en el vestuario nacional, la cita mundialista se presentaba como la ocasión ideal para dar vuelta a la dinámica negativa de un equipo llamado a conquistar lo que se proponga.

En cuanto comenzó a rodar el balón pudo comprobarse cómo Teresa Abelleira, faro de la Selección en el mediocentro, tendría que convivir con la sombra de Ella Toone en labores de marcaje individual. El bloqueo en primera instancia de la jugadora española más clarividente del Mundial, no obstante, quedó resuelto en cuanto Jennifer Hermoso, Mariona Caldentey y Aitana Bonmatí entendieron que eran ellas quienes tenían la llave para resolver el crucigrama.

Buscando superar la presión adelantada inglesa desde el costado izquierdo, las primeras triangulaciones a uno o dos toques no tardaron en demostrar la superioridad de España con balón. Cada rotura de líneas insufló confianza al equipo de Jorge Vilda, que mejoró con el paso de los minutos y achicó a un rival convencido de que llevaría la Copa del Mundo de vuelta a las islas británicas por primera vez desde 1966. Y aunque Sarina Wiegman mantuvo el sistema de carrileras que tan buenos frutos le ha dado, fue la lateral Olga Carmona quien decantaría el resultado de la final.

La jugadora del Real Madrid, siempre insistente y participativa en ataque, ejemplificó la curiosa dinámica en la que se ha movido la Selección. Con apenas treinta internacionalidades, la madridista capitaneó a un equipo con una disparidad total de trayectorias. Junto a emblemas como Irene Paredes o Hermoso, con kilos de experiencia, en el once de la final se plantaron las jóvenes Cata Coll, Laia Codina o Salma Paralluelo, prácticamente debutantes en el panorama internacional absoluto.

La apuesta funcionó. Si bien Inglaterra fue el primer equipo en rozar el gol con un disparo al larguero, el dinamismo ofensivo de España obligó a las Lionesses a contentarse con tapar líneas de pase y fajarse sin balón durante largos periodos del partido.

Al borde de la media hora se abrió la grieta que la Selección venía buscando. Abelleira desahogó el juego con una de sus aperturas en largo, sirvió a una Mariona experta en templar, y la balear supo esperar hasta el instante definitivo en el que Carmona la desdoblaba como un cohete. El golpeo cruzado a la red fue liberador para España, que desde entonces jugó con el convencimiento de ser mejor y de merecer ir por delante en el marcador.

Derrotadas en el plan inicial, a Inglaterra le quedaba la baza de la experta estratega que ocupa su banquillo. La holandesa Wiegman, reputadísima en el contexto del fútbol femenino tras llevar a su país a las finales de la Euro 2017 y Mundial 2019, y a Inglaterra a la de la Euro 2022, introdujo dos cambios y volvió a la defensa de cuatro recolocando en el campo a diferentes piezas, pero el juego inglés siguió siendo espasmódico. Dejadas cada vez más al albur de un momento mágico por parte de sus estrellas ofensivas, el título fue alejándose inexorablemente de sus manos.

Para cuando el reloj se acercó al entorno del minuto 80 el partido ya no respondía a las constantes del fútbol de pizarra, sino al torbellino emocional que en momentos definitivos convierte a este deporte en una experiencia casi religiosa. Y las futbolistas españolas, enfrentadas al momento de la verdad, supieron mantener el pulso bajo control y la cabeza en el césped. No importaron los trece minutos de alargue, no pesó el penalti fallado por Jenni Hermoso en el 68 y no se notó que España era el equipo que luchaba por su primer trofeo internacional en categoría absoluta.

Superadas todas las barreras que el fútbol pone a quien desea entrar en su Olimpo, las jugadoras de la Selección se ganaron el derecho a ser llamadas, ahora y para siempre, campeonas del mundo. España, en el fútbol femenino, ya lidera la revolución.