"Indiana Jones y el progresismo español sólo pueden imaginar argumentos con nazis". Tiene razón Claudio Ortega, como siempre.

Lo de Indiana Jones y nuestros progres es el mismo uso y abuso de la historia. Y tienen los mismos problemas.

En Indiana Jones, por ejemplo, tampoco los nazis hacen nunca, o casi nunca, cosas de nazis. Hay mucha bandera y mucho uniforme, pero en esta última han tenido que disparar a una negra para recordarnos que eran nazis y no simples arqueólogos un poco frikis, un poco excéntricos, porque el arqueólogo excéntrico es el nuestro y ellos son unos ladrones de tumbas y unos chiflados

Para Indiana Jones, la aventura es algo involuntario, una sucesión de casualidades e infortunios, porque la historia está cerrada y debería estar en un museo. Indiana Jones no busca la aventura, se la encuentra a su pesar. Porque su aspiración es, en el fondo, y esto parecen entenderlo muy bien sus últimas alumnas, que la historia sea aburrida. Dejarse de aventuras y volver a casa a cenar con su mujer, echar de menos a su hijo y quejarse de sus vecinos.

Pero lo que caracteriza a los nazis, en la película y en el argumentario progresista, es su empeño en mantener abierta la historia. En creer que esto no se ha acabado y que no basta con decir que algo es como muy de antes para que quede simplemente superado y pierda todo su poder. Creer que la historia puede reabrirse. Que quedan cosas gordas por hacer y resolver. Esto es lo que los convierte en malos.

Una escena de 'Indiana Jones y el Dial del Destino'.

Una escena de 'Indiana Jones y el Dial del Destino'. EFE

Este es el principal argumento contra el independentismo y contra Vox. Contra todos aquellos que creen que el tiempo no les da ni les ha dado necesariamente la razón y que tienen todavía, si no el derecho, al menos la posibilidad, de soñar un futuro distinto, mejor.

Contra estas pretensiones ¡revisionistas!, nuestro tiempo y nuestra industria cultural nos ofrecen la nostalgia estéril de volver a luchar contra los nazis. De volver a divertirnos con las aventuras de un héroe arqueólogo. Qué extraños tiempos en los que el arqueólogo pasa por héroe. Donde la preservación del pasado, tan intacta como sea posible, pasa por ser la más urgente tarea para salvar el futuro.

Esa es la lucha contra los fanáticos que creen cosas raras. Fake news, incluso. Una lucha también aquí en nombre de la ciencia. Porque Indiana Jones cree en la ciencia como nuestro pandémico gobierno: contra toda evidencia. Y sólo para evitar que los demás hagan lo que quieran.

Y por eso es curioso, pero no tan sorprendente, que cada vez que se plantea la dicotomía entre el fanatismo y la ciencia se acabe descubriendo que el fanático irracional tenía al menos algo de razón incluso, o sobre todo, en las cosas más locas que sostenía. En los poderes sobrenaturales de las piedras y cosas así, en las que ya cree cualquier hija de vecino, y muy especialmente en la capacidad de alterar el curso del tiempo, es decir, de la historia. 

Porque ahora sabemos que volver al pasado es tan fácil como meter una papeleta de Vox en la urna y que todo progresista entienda mejor que nosotros que todos los hombres son iguales, pero que los hombres son distintos a las mujeres, y los blancos distintos a las otras razas, por ser peores.

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Es una lección peligrosísima, claro. Y es normal que la tendencia de nuestro progresismo sea la de volverse conservadores. Arqueólogos. Es por eso un argumento muy recurrente contra nuestros propios y supuestos nazis el hacer ver que no tienen razón donde la tienen y el insistir en que en todo caso ya no hay nada que hacer.

Se ve bien en la polémica con la alcaldesa de Ripoll, doblemente nazi por ser independentista y de derechas. Y se ve bien en su obsesión contra el islamismo radical, que es parodiable porque parece ya como pasado de moda.

Pero cómo gestionarlo en Ripoll, que es de dónde salieron los yihadistas radicales que atentaron en las Ramblas. Para combatir sus falsas soluciones se niega y se condena su preocupación. Y se le dice al mismo tiempo y en todo caso que ella no tiene competencias para hacer lo que debería hacerse. Que ya no tiene tiempo y que ya no tiene poder y que debería resignarse y quejarse menos.

Que las cosas hay que dejarlas como están, en fin, que es lo mismo que se dice cuando se habla de replantear el aborto, la ley trans, o la eutanasia, y que es lo mismo que se decía hasta que Sánchez decretó lo contrario con respecto a la ley del 'sí es sí'. Argumento extrañamente progresista según el cual todo lo hecho, hecho está y más vale dejarlo en paz si no queremos ser acusados de nazis.

Pero ahí está la tentación y bien la conocen Indiana y nuestros progres. La tentación de "hacer historia", que es mucho más fuerte y mucho más difícil de comprender en estos tiempos que la tentación de la fama y el dinero. Es la tentación que sienten quienes tanto miedo fingen al retorno del franquismo o de los años 30.

Y es la tentación que sienten incluso esos amigos de los que hablaba Pedro Sánchez, que se sienten tan ofendidos por algunas de las cosas que se han dicho en su gobierno en nombre del feminismo. Es la tentación de creer que los más jóvenes y modernos no siempre tienen razón. Es decir, la tentación de creer que el futuro no será necesariamente mejor simplemente porque el pasado era peor. Es una tentación peligrosísima para el progresista y está bien y es simpático que sea una chica joven quien despierte a nuestro héroe del ensueño reaccionario.

Indiana y nuestros progres se han hecho conservadores. Y ya hasta ellos saben que lo más revolucionario es "parar la historia cuando el progreso nos devora".