Me gustaría abrir con alguna frase de Virginia Woolf, pero confieso que nunca he sido capaz de terminar un libro suyo. Así que, al grano. Cuando ya se había establecido que la censura era una cosa de progresistas, llega Vox y le disputa el puesto de la ranciedad a la izquierda. 

El líder de Vox, Santiago Abascal, este lunes en Burgos.

El líder de Vox, Santiago Abascal, este lunes en Burgos. E.P.

O eso parece, porque, en realidad, aquí nadie sabe nada. Hay un supuesto veto en Valdemorillo a la adaptación teatral de Orlando, de Woolf, para el que se han alegado problemas presupuestarios. Lo mismo se ha dicho sobre una obra de teatro en Palma de Mallorca que aborda los trastornos alimentarios. Hay un cambio de programación en el municipio cántabro de Bezana en el que desaparece la película infantil Lightyear, en la que dos mujeres se besan durante un nanosegundo en el metaverso, sin explicación por parte de la Concejalía de Cultura.

Algo sospechoso es que no haya presupuesto nunca para el mismo tipo de cositas. Así que, si es así, y aunque parece, como mucho, una cosa de un par de ayuntamientos, resulta lamentable, vulgar y, sobre todo, da mucha pereza.

Lo que sí hay es una petición explícita en Getafe por parte de Vox para eliminar de La villana de Getafe una serie de referencias sexuales que Lope de Vega nunca incluyó. Si es que Vox sólo quiere velar por la fidelidad al original, como el espectador que no entiende que la Sirenita de Disney sea negra tirando a mulata.

Resulta que en la adaptación de la obra de Lope se colocan en escena un falo y una vagina de grandes dimensiones, lo que podía incomodar al público, según el concejal. Porque, como todo el mundo sabe, no incomodar es el principio por el que se rige toda obra artística. 

La realidad es que el número de ocasiones en las que unos genitales en el escenario puedan ser considerados artísticos es probablemente cero, pero con no ir a verlo es suficiente.

Presentarte como el partido del cambio y, cuando tienes una migaja de poder de decisión, dedicarte a protestar por obras de teatro y películas es, como mínimo, decepcionante. Además de poco inteligente. La villana de Getafe va a tener ahora más público que nunca.

Ante esto, Vox puede hacerse el loco, que se le da bien. Como cuando tiene a uno persiguiendo manteros o a otra gritando a las puertas de un centro de niños migrantes. A nadie se le olvida cuál fue la cantera de Macarena Olona. El partido de Abascal puede intentar jugar la carta de que son sólo unos cuantos excéntricos cabos sueltos. Pero cabo suelto a cabo suelto se van rompiendo las velas y el barco se hunde.

La formación verde habrá de tener cuidado y decidir si quiere agotarse por un par de sugerencias sexuales de mal gusto en un escenario o si quiere de verdad hacer política de adultos con crédito social.

Si la población española se ha revuelto contra Irene Montero no es porque esté agobiada porque en una película de animación haya dos mujeres que se den un beso, si no por gastarse el dinero en ideología, mientras el precio de la cesta de la compra se disparaba. Ojo con no aprender la lección. 

En cualquier caso, lo que es una catetada es que la izquierda responda a esto como si se estuviera reinstaurando la Santa Inquisición. ¿Cuántos manifiestos más del mundo cultural puede soportar este país?  

España lleva unos años viviendo el señalamiento de personas, el boicot a presentaciones de libros o a ponencias en la Universidad y el veto a artistas verdaderamente incómodos. Y resulta que los comunicados conjuntos vienen cuando un par de alcaldes se hacen los remolones con unas obras de teatro. ¿Se puede rescatar del agujero de la memoria que Podemos casi monta un proceso medieval cuando Chanel ganó en el Benidorm Fest sólo porque le gustaba más Rigoberta Bandini?

Censura no, a no ser que sea a José Errasti. Cultura sí, pero no la de los toros. Señalar, sólo en las campañas del Ministerio de Igualdad. Insultar está mal, menos para llamar "pollavieja" a Javier Marías. Vetar a artistas es de rancios, menos si lo hace Bildu con C. Tangana

Quizá es un buen momento para que la derecha, que siempre se queja de que la cultura está en manos de los progres, reflexione sobre por qué ocurre esto. Quizá es porque cuando tu hijo quiere hacer teatro, le obligas a estudiar Economía, a ver si se le pasa la tontería y acaba en una Big Four. 

Al final, lo que queda es la sensación de que, a un lado y al otro, no hay ningún interés real por el arte, sino una pugna por instrumentalizarlo y por establecer qué ideología es la legítima para establecer el marco de la censura. 

Mejor que dejen en paz el arte, incluso el vulgar